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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Los mercados han de esperar

Se hace compleja -y un tanto fatigosa- la tarea de investir a un presidente de gobierno que pueda garantizar una cierta estabilidad parlamentaria y, al mismo tiempo, sea grato a los mercados, a los inversores internacionales y a la señora Merkel. El pacto entre el PP, Ciudadanos y Coalición Canaria garantiza 170 votos al señor Rajoy pero aún le faltarían 6 para la mayoría absoluta si esos votos fueran explícitamente favorables y otros 11 si resultaren fruto de la abstención. Dado que el socialista señor Sánchez y el resto de la cámara no parecen propicios a prestarlos habrá que esperar a las elecciones gallegas y vascas, a celebrar el próximo 25 de septiembre, para que surja la posibilidad de una nueva combinación política que favorezca el acuerdo. Que bien pudiera consistir en un nuevo intento de investidura encabezado por el señor Rajoy o, mucho más improbable, en una alternativa progresista con un giro hacia la izquierda del PSOE. Y de no lograrlo estaremos abocados a una nueva convocatoria electoral (la tercera en el plazo de un año) el día de Navidad, lo que constituye una excentricidad nunca vista en todo el orbe cristiano.

Ninguno de los dirigentes políticos quiere presentarse ante la opinión pública como el responsable de que en fecha tan significada tengamos que acudir a votar, pero de no ocurrir un milagro esa es la catástrofe a la que estamos abocados. Los plazos que impone la ley son inexorables y no parece posible, con un gobierno en funciones, hacer los cambios necesarios para retrasar o adelantar la fecha.

Desconozco en qué medida la coincidencia entre el día de Navidad y la jornada electoral va a influir en el voto ciudadano o pueda cambiar su sentido. De todas las fechas inhábiles que hay en el calendario, el día de Navidad, junto con el Primero de Año, es el más inhábil con diferencia. Aún no repuestas de los excesos gastronómicos de la Nochebuena, las familias se enfrentan al menú navideño del mediodía con la misma moral de resistencia con que los ciclistas de la cola del pelotón se arrastran hacia la última de las subidas en la etapa reina del Tour de Francia. Nadie que yo conozca tiene ganas a la hora de la siesta de desplazarse lejos del sofá y menos aún de echarse un abrigo encima y salir a la calle para votar. Las digestiones lentas hacen estragos y la capacidad de análisis político se adormece completamente.

Por si fuera poco, le damos también una oportunidad a la Iglesia Católica para que intervenga en la polémica. La Iglesia española dispone de abundantes púlpitos, emisoras de radio y televisión para hacer explícita y ampliamente difundida su incomodidad por la inconveniente coincidencia entre un acontecimiento laico y otro religioso, y aprovechará para hacer una reflexión moral sobre el asunto orientando discretamente el voto. Una tarea en la que siempre fue maestra.

Orientaciones, desde luego, no nos van a faltar hasta que consigamos cuajar ese gobierno grato a los mercados. En el seguimiento de la sesión de investidura por las emisoras de radio pude observar cómo locutores y tertulianos silenciaban con sus intervenciones la de los portavoces parlamentarios, y las despreciaban, ridiculizaban, o jaleaban según fueran o no de su cuerda política.

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