¿Qué es lo que tenían en común un fascista convencido y un comunista irreductible en Pontevedra a mediados de 1936? Nada en absoluto, salvo su gusto por la gresca. Secundino Esperón Esperón y Antonio Fandiño Estévez eran dos pendencieros incorregibles, a juzgar por sus fichas policiales, que estaban condenados a enfrentarse.

Ochenta años después, aún no está claro, ni mucho menos, si la muerte de Esperón a manos de Fandiño en la madrugada del 19 de mayo de aquel trágico año, fue un asesinato político alevoso, o si tuvo algo de crimen pasional por un lío de faldas en una aciaga noche de vino y rosas.

Cuanto tuvo de premeditado y cuanto tuvo de improvisado aquel episodio sangriento en los albores de la Guerra Civil, todavía es una cuestión por resolver entre la historia documental y la memoria viva.

El boca a boca dio pábulo a una singular versión, según la cual Secundino Esperón fue víctima de una trampa mortal: tras una noche de juerga entre el Maipu y el Puñaladas, dos antros a cada cual más golfo donde Esperón hizo gala de su fama de camorrista, Fandiño tramó una venganza con la ayuda de un amigo. Ambos salieron del local donde tuvieron más que palabras con Esperón y su grupo, y tendieron de lado a lado en la cuesta de O Rouco (hoy Cobian Roffiñac) una gruesa cuerda oculta por la oscuridad del lugar. Cuando poco después pasó lanzado Esperón con su moto, la cuerda le golpeó el cuello y salió volteado contra la calzada en el lugar donde luego llevó su nombre una calle hacia el Campo de la Feria.

Esta leyenda urbana choca bastante con la versión oficial que el gobernador civil ofreció en la prensa de la época. Gonzalo Acosta evidenció su deseo de pasar página enseguida sin remover mucho el espinoso asunto y, sobre todo, trató de soslayar cualquier connotación política, sin esperar al resultado de la investigación abierta. El horno no estaba para bollos, como bien pronto pudo comprobarse.

La versión oficial obvió un posible calentón anterior de Esperón y Fandiño aquella noche en el Maipu, un cabaret de altos vuelos en Joaquín Costa, y circunscribió su encuentro al Bar Obrero, un antro conocido por El Puñaladas, ubicado en la calle Benito Corbal, junto al popular comercio La Abundacia. Allí coincidió el grupo de Esperón, integrado por Manuel Mirón, Gonzalo Freire y Paulino Echave, con una pareja de prostitutas Josefa Alonso González, alias La Fina, y Carolina Piñeiro Moure, además de Fandiño y un albañil identificado por José a secas.

Entre unos y otros saltaron chispas que caldearon el ambiente cuando La Fina, una reina de la noche de 23 años, negó un baile a Esperón porque no quiso convidarla y, en cambio, si aceptó la invitación del albañil José. ¿Habría pasado lo mismo luego, de no mediar aquella disputa?

Al filo de las tres de la madrugada, Fandiño y José abandonaron el local y esperaron la salida del otro grupo. Cuando apareció Esperón, el churrero lo llamó por su nombre y sin mediar palabra le disparó a bocajarro cuatro tiros, tres de ellos mortales en espalda, pecho y estómago, según la autopsia realizada por el forense Pérez Vázquez. La muerte fue casi instantánea.

El titular de la Casa de Socorro, Pelayo Rubido, solo pudo certificar la defunción y se hizo cargo del caso el juez de instrucción Serapio del Casero. Todos los testigos apuntaron hacia Fandiño como el autor de los disparos, pero su detención resultó imposible porque se dio a la fuga enseguida.

El gobernador civil no comentó si la rivalidad entre ambos grupos venía de lejos. Tampoco dijo una palabra sobre si Esperón estaba amenazado de muerte por su participación solo un mes antes en una trifulca en la Plaza de la Verdura que provocó su detención y encarcelamiento por orden suya.

Pontevedra se estremeció la mañana del 20 de mayo cuando conoció la noticia del asesinato de Esperón, y más de una voz clamó venganza en su interior. Una sección de guardias de asalto y varios agentes policiales vigilaron el traslado del ataúd a hombros de unos cuantos amigos hasta el cementerio de San Mauro, pero no hubo ningún incidente. Unos tíos suyos fueron los únicos representantes familiares en aquel discreto entierro.

A Fandiño se lo tragó la tierra; desapareció y nunca más se supo sobre su paradero. Una hipótesis sin base apuntó su huida a Asturias, bajo la protección de sus correligionarios comunistas, y barajó su posterior fallecimiento en el frente de batalla durante la Guerra Civil. Otras conjeturas barajaron su fuga a Sudamérica o Francia por vía marítima desde Portugal. Sea como fuere, el churrero nunca fue juzgado por aquel crimen.

Finalizada la Guerra Civil, el Ayuntamiento de Pontevedra declaró a Secundino Esperón en mayo de 1941 como "primera víctima del marxismo en esta capital" y aprobó una cesión a perpetuidad del nicho municipal donde fue enterrado. Y en 1950, otra corporación dio su nombre a una calle cerca de donde cayó malherido, que hoy ha recuperado la antigua denominación de O Rouco.