El concierto con el que en los últimos meses nos deleitan los políticos sobre la Banda de Música es pura distorsión, desafine y redoble de confusión. Una melodía cansina interpretada por un coro con gallos interpretativos y que cada día que pasa tiene más componentes. Y qué decir de los intereses que defienden unos y otros, tanto los que se presentan como guardianes de la esencia de una banda, como aquellos que cuestionan su coste y funcionamiento de gestión.
El estribillo que de forma lastimosa interpretan los que dicen sentirse agraviados con la situación actual, consecuencia de un dejarse ir, contrasta con los que siguen la pauta de esos decibelios críticos con varias interpretaciones, pero con un mismo solista. Lo que no se puede utilizar es la banda para intereses personales y de otro tipo. Su longevidad, la de la banda de música, no es argumento para pretender ocultar la necesidad que existe de resolver determinadas cuestiones, sobre todo cuando por medio está el dinero público, el de todos los ciudadanos.
De ahí que solo queda pedir a los miembros del coro que dejen de desafinar, y sobre todo, que la partitura de funcionamiento sea por lo legal. No hay más. El resto sobra.
