Después de escuchar el discurso pronunciado por Bernie Sanders en la cena Jefferson-Jackson, que tuvo lugar el pasado sábado en Iowa, muchos están comenzando a pensar que la revolución política de la que habla constantemente el candidato demócrata -"esta campaña no se basa en elegir a un presidente sino en transformar América"- puede ir muy en serio. Así es como lo ve, por lo menos, John Nichols, periodista de la revista The Nation, quien ha observado que el senador de Vermont, más allá de compararse por primera vez (sin mencionarla) con su oponente, Hillary Clinton, asunto que más llamó la atención a los medios de comunicación, está aprovechando la oportunidad que le brindan las elecciones primarias para hacer que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, se involucren en el proceso. Algo que, a juzgar por las caras de las personas que acompañan al líder a todos sus actos, parece estar teniendo éxito.

Resulta reconfortante contemplar, en estos tiempos tan cínicos, cómo un candidato invierte la mayor parte de su tiempo en presumir de las leyes que votó en contra y a favor en el Congreso, convirtiéndolo de ese modo en lo más atractivo de su proyecto político (la autenticidad), cuando la mayoría de los aspirantes considerados presidenciables, impulsados por el oportunismo electoral, deben justificar en repetidas ocasiones las posiciones tomadas en el pasado ante sus bases. Entusiasmo no compartido por todos los involucrados en la conquista del poder, incluido su propio partido, el cual parece ver al senador como una excentricidad ideológica destinada, como mucho, a inclinar hacia a la izquierda al contendiente que supuestamente tiene opciones reales de ganar.

Bernie Sanders es, sin lugar a dudas, un personaje atípico. Como candidato independiente, logró ser alcalde de Burlington, la ciudad más poblada del Estado de Vermont, siendo reelegido tres veces en esa localidad. Posteriormente, sin asociarse con ninguno de los dos grandes partidos, obtuvo un escaño en la Cámara de Representantes, donde sirvió dieciséis años como congresista hasta entrar finalmente en el Senado. Perteneció a las Juventudes Socialistas y posee un largo historial como activista y defensor de los derechos civiles, ya sea liderando o apoyando un gran número de causas sociales, desde la lucha por una sanidad universal hasta la igualdad racial, u oponiéndose enérgicamente a la política exterior del expresidente George W. Bush. En un sistema bipartidista perfectamente consolidado, Sanders no solo sobrevivió como independiente en ambas cámaras durante más de dos décadas, sino que se convirtió en uno de los baluartes de la oposición contra Newt Gingrich -portavoz del Congreso en la era Clinton- y su "Contrato con América", el programa conservador que intentaron aplicar los republicanos en las elecciones de 1994.

En su libro Outsider in the House, el político reconoce que no ha sido fácil. En los comicios de 1996, cuando intentaba renovar su puesto en el Capitolio, sus enemigos hicieron todo lo posible para conseguir que saliera derrotado: "Algunos de los republicanos más poderosos del país vinieron a Vermont a hacer campaña por mi rival, incluyendo al líder de la mayoría, Dick Armey; el presidente del Partido Republicano, Haley Barbour; el candidato a las presidenciales, Steve Forbes; el presidente del Comité de Presupuestos del Congreso, John Kasich [ahora candidato republicano]; y uno de los principales ponentes de la Convención Nacional Republicana, Susan Molinari". Además de los ataques partidistas, de acuerdo con Sanders, varios grupos de presión se aliaron contra él, emitiendo vídeos "deshonestos" en la televisión y mandando cartas difamatorias por toda la región: "La clase dirigente de Vermont y la nación en su conjunto nunca habían prestado tanta atención a las elecciones en un estado tan pequeño como el mío, que tan solo tiene un representante".

Aquella no era, sin embargo, la primera vez que una campaña estatal se transformaba en un espectáculo nacional. En 1934, Estados Unidos padecía las consecuencias de la Gran Depresión y millones de personas estaban desempleadas. Las políticas intervencionistas del "New Deal", promulgadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt, no estaban teniendo todavía ningún resultado y crecía, por ende, la impaciencia y la desesperación. Entretanto, el escritor Upton Sinclair, autor de La Jungla y socialista confeso, se presentaba a gobernador de California y ganaba de manera insospechada las primarias del Partido Demócrata. Atemorizados ante la posibilidad de que un socialista asumiera el mando del Estado, los republicanos contrataron, por primera vez en la historia, asesores de imagen y especialistas en publicidad, utilizando todos los medios de masas a su alcance, incluido Hollywood, para frenar a Sinclair.

Algunas promesas electorales del novelista alarmaron a los productores de cine, los cuales se unieron para boicotearlo, recurriendo a tácticas un tanto mezquinas como, por ejemplo, el uso de actores que interpretaban a supuestos seguidores de Sinclair expresando su simpatía por el sistema soviético. (El presidente de Columbia Pictures, Harry Cohn, amenazó con cerrar el estudio si el candidato demócrata ganaba las elecciones) "Esta es una batalla entre dos filosofías contradictorias? Una de ellas está orgullosa de nuestra bandera y la otra glorifica la bandera roja de Rusia", dijo Earl Warren, quien años más tarde sería presidente de la Corte Suprema. El reportero Greg Mitchell definió a este acontecimiento, que transformó para siempre el proceso democrático, como la "campaña del siglo", momento en el cual nació la comunicación política tal y como la conocemos en nuestros días. Sinclair acabó perdiendo las elecciones, pero sus propuestas, incorporadas a su movimiento para la eliminación de la pobreza (EPIC) -"el fenómeno político más impresionante que América ha producido hasta la fecha", escribió Theodore Dreiser- contribuyeron a que Roosevelt introdujera medidas más progresistas en el "New Deal".

Desde que Sanders presentó su candidatura a las presidenciales de 2016, la prensa, con una mezcla de curiosidad y escepticismo, estudia meticulosamente a este hombre nacido en Brooklyn que se autodefine como "socialista democrático". Basta con echar un vistazo a los titulares que exhibieron las plataformas mediáticas más importantes en los últimos días (CNN: "¿Es el 'socialismo democrático' el camino correcto para América"? Forbes: "Querido Sanders, el socialismo es impracticable". Washington Times: "Bernie Sanders y el socialismo no aterrador". Tribune: "El socialismo democrático de Bernie Sanders no es comunismo") para darse cuenta de que Sanders genera suspicacia. El vocablo envenenado lo persigue vaya a donde vaya en un país donde Barack Obama ha sido retratado por algunas publicaciones conservadoras como un revolucionario. No obstante, el senador se resiste a "moderar" su discurso. Mientras algunos comentaristas recuerdan en sus columnas que debajo de los adoquines no hay ninguna playa, Sanders propone una educación pública gratuita, descriminalizar la marihuana y abolir la pena de muerte en todos los estados. Políticas ya establecidas, como el político señala, en la mayoría de las naciones europeas. "Tenemos que enseñar a este país qué significa, en realidad, la palabra socialismo", afirmó el comediante Bill Maher en una entrevista con el candidato. Upton Sinclair, desde luego, no lo consiguió.