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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Trueba y los afrancesados

A los niños que fuimos adoctrinados en el bachillerato con la asignatura Formación del Espíritu Nacional (que muchos llamaban Falange porque eran falangistas quienes la impartían), nos dijeron que España tenía dos clases de enemigos: los que procedían del exterior y los que buscaban nuestra ruina trabajando insidiosamente desde el interior en una forma parecida a como hace la carcoma dentro de la madera. Entre los del primer grupo se encontraban aquellos países contra los que habíamos guerreado desde que los Reyes Católicos nos convirtieron en un solo Estado (Inglaterra, Francia, los Países Bajos, el Imperio Turco y los Estados Unidos de Norteamérica). Y entre los del segundo, los afrancesados, los liberales de las Cortes de Cádiz, las kabilas rebeldes del Protectorado de Marruecos, y los republicanos felizmente vencidos en la Guerra Civil por la victoriosa espada del general Franco. Además de esos, estaban los comunistas financiados por la Unión Soviética, a la que combatimos enviando al frente ruso a una llamada División Azul que se integró en el ejército nazi.

Los niños que fuimos adoctrinados en la Formación del Espíritu Nacional escuchábamos sin rechistar estas explicaciones (no fuera a ser que no nos aprobasen los falangistas que la impartían) pero andando el tiempo, gracias al estudio y a la observación personal, fuimos corrigiendo buena parte de aquellas enseñanzas. No obstante, algún recuerdo divertido de ellas nos queda en la memoria. Como, por ejemplo, el desprecio con que el profesor trataba a los "afrancesados", es decir, aquellos españoles partidarios de la cultura francesa que colaboraron con la administración bonapartista y con el hermano de Napoleón que reinó en España con el nombre de José I, aunque el pueblo le llamaba Pepe Botella por una supuesta afición a la bebida.

Para el profesor, los afrancesados, entre los que se citaba en lugar preferente al escritor Leandro Fernández Moratín y al pintor Francisco de Goya, eran unos cursis algo afeminados y además (horror de los horrores) partidarios del laicismo y de los valores de la Revolución francesa. Con el pecado llevaron la penitencia porque, perseguidos por los liberales de Cádiz y por los absolutistas, hubieron de emigrar a Francia tras la derrota de Napoleón.

La tirria de aquel enseñante hacia los afrancesados es muy parecida, en el tono despectivo, a la que estos días se manifiesta en diversos foros contra el director de cine Fernando Trueba por haber declarado que "nunca se había sentido español" al recoger el Premio Nacional de Cinematografía de manos del ministro de Cultura. "Siempre he pensado -dijo- que en caso de guerra yo iría con el enemigo. Qué pena que España ganara la guerra de la Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia".

Siempre fue tentación (a veces muy arriesgada) de los intelectuales manifestarse de forma provocativa ante la autoridad. Y nadie puede dudar de que la frase de Trueba es muy provocativa, sobre todo en la proximidad de unas elecciones con vocación secesionista en Cataluña. En cualquier caso, prefiero interpretarlas como un sentimiento de repulsa contra el monopolio del patriotismo con fines excluyentes respecto de una parte de la ciudadanía. Trágico destino el de los afrancesados en España. Su sentido del patriotismo nunca es bien interpretado.

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