A Isabel Harguindey

Visité hace unos días la exposición de Velásquez en el Grand Palais (Paris) que clausurará el 13 de julio. A los organizadores no les resultó fácil reunir los cincuenta cuadros del evento porque en Francia hay escasas telas del pintor, menores en calidad comparadas con sus obras maestras.

Si bien hoy día sorprende, Velásquez fue limitadamente conocido y valorado fuera de España hasta el pasado siglo. Una de las razones es que produjo poco -120 telas catalogadas- y casi exclusivamente para Felipe IV en tanto pintor cortesano.

Por entonces, solo las colecciones reales europeas atesoraban algún que otro retrato del rey español y su familia, enviados como regalos desde Madrid. Fuera de esas muestras no había nada más en el extranjero. Posteriormente, varias piezas acabaron en manos del duque de Wellington que se las requisó al Musée Napoleon, expoliadas en España, al derrotar a los franceses. Más tarde, varias joyas del genio sevillano atravesaron el Atlántico adquiridas por magnates estadounidenses. Antes de ello, un viaje a España era imprescindible (y sigue siéndolo) para quien quisiese estudiar la obra principal de Velásquez. Manet lo hizo y quedó mágicamente fulminado por la gracia del arte.

El árbol de Porfirio

Otras circunstancias coadyuvaron también a que la crítica pictórica internacional se hubiese demorado tanto en situar a Diego Rodríguez de Silva y Velásquez en la cima del Olimpo pictórico. Tardíamente, mediados del XIX, pintores y críticos se desembarazaron del encorsetamiento academicista basado en el "árbol de Porfirio" que colocaba al hombre en lo más alto de la Creación. La "jerarquía de géneros" en pintura la impuso L'Académie française (AF) -fundada por el cardenal Richelieu en 1634 reinando Louis XIII- cuya primera misión era dictar normas que perfeccionasen la lengua francesa. Los académicos extendieron el intervencionismo estético justificándose con el dicho horaciano ut pictura poesis ("como la pintura, así es la poesía")

La AF codificó los temas pictóricos, jerarquizándolos. La cumbre la ocupaba le grand genre : historia religiosa o mitológica. Las escenas representadas se inspiraban mayoritariamente en la mitología greco-romana y en el Antiguo y Nuevo Testamento. Para L'Académie el pintor debía imitar a Dios cuya obra más perfecta es el hombre. En consecuencia, el gran artista mostraría figuras humanas ínsitas en temas religiosos, históricos y grandes acontecimientos, insinuando bajo el velo de la fábula o la alegoría los misterios más profundos de místicos y santos y las virtudes de los héroes. Durante la Revolución francesa, la pintura histórica se recreó preferentemente en la representación del desnudo masculino heroico. Seguían en la jerarquía de La AF: las escenas de género o costumbristas; retrato; pintura animalista; marina; paisaje; bodegón/naturaleza muerta de caza y otros animales; bodegones de frutos, flores y crustáceos.

En opinión de los académicos, retratos, paisajes y bodegones eran inferiores por ser simples representaciones de objetos, no requerían inspiración ni imaginación artística. La jerarquía de géneros impuso asimismo los formatos de los lienzos: formato grande para le grand genre, pequeño para bodegones.

Uno de los efectos perversos del academicismo fue frenar el desarrollo de las mujeres como pintoras, relegadas a la práctica de géneros menores. En realidad, aunque les permitían ser copistas les prohibían pintar al natural modelos desnudos.

Almuerzo en la yerba

Aplicando estrictamente los anteriores criterios, los pintores más admirados fueron Tiziano y Rubens. Y siguiendo la jerarquía, en la producción velasqueña, La fragua de Vulcano o La túnica de José estarían por encima de La rendición de Breda (Las lanzas) y este lienzo por encima de Las meninas y del Retrato de Inocencio X. No obstante, a contracorriente, los impresionistas con su gusto por el paisaje, trastocarían en su momento las jerarquías academicistas. De hecho, la principal misión de Velásquez en la corte de Felipe IV fue la de retratista sin que sintiese la sensación de practicar un género menor.

El Déjeneur sur l'herbe (Almuerzo en la yerba) de Manet decisivamente contribuyó al desmantelamiento del sectarismo canónico de los académicos al mostrarse por vez primera en el Salon des Refusés, 1863, después de ser rechazado por el Salón oficial. Pasado cierto tiempo, Zola dijo de Déjeneur sur l'herbe que era el mejor cuadro de Manet. Y seria precisamente el iconoclasta Manet quien elevaría a Velásquez por encima de cualquier otro pintor al conocer su obra en España: "Velásquez es el mayor pintor que ha habido" ("Velásquez est le plus grande peintre qu'il y ait jamais eu")

Las meninas

La retrospectiva parisina del genio del Siglo de Oro ha sido enriquecida por el préstamo de la Venus del espejo, National Gallery, y el Retrato del Papa Inocencio X, cedido por la galería Doria Pamphilj, Roma. Patrimonio nacional contribuyó con Un caballo blanco y La túnica de José, ícono de las colecciones reales españolas, albergado normalmente en El Escorial. El Prado prestó siete cuadros, lo máximo que permiten sus normas, entre ellos La fragua de Vulcano, pieza extraordinaria. No prestamos Las meninas.

Las meninas no puede salir de El Prado, no es un cuadro más, es una institución, con la Dama de Elche constituye el tesoro artístico más valioso de España si dejamos de lado el patrimonio arquitectónico (La Alhambra, El Escorial, la Catedral de Compostela, Acueducto de Segovia, Murallas de Ávila, etc.) Las meninas es el cuadro más reputado de la historia universal de la pintura. Las meninas eclipsa al resto de la obra de Velásquez y de cualquier pintor. Las meninas aplasta a otro cuadro, sea el que sea, que se coloque a su lado. Quien quiera admirar Las meninas tiene que ir a Madrid, el viaje está sobradamente justificado.

Las meninas de Laxeiro

En el Grand Palais, al llegar al retrato de La infanta Margarita en azul me acordé de Laxeiro. A la vuelta de un viaje con el fin de visitar el Museo Casa de Rembrandt (Rembrandthuis) en Ámsterdam se detuvo dos días en París acompañado de Lala, su compañera. Mi suegro y yo los llevamos a ver El buey desollado, también de Rembrandt, que no se encuentra en Ámsterdam sino en el Louvre. En la cena quiso carne, no hablaba francés, y de cuatro trazos rápidos dibujó el croquis magnifico de una ternera para indicar de qué parte deseaba la vianda, luciéndose con recreo de insistencia artística esperando una ovación. Así era Laxeiro y así lo queríamos. Al despedirlo en el tren a Madrid le regalé un libro ilustrado con obra de James Ensor. Años antes me había regalado un retrato entrañablemente dedicado (figura a plena página, 485, en el catálogo de la Fundación Barrié) "O pintor de Lalín fixo este retrato pro seu amigo Pepín, 27-7-69, Pías" En Pías (Mondariz) Laxeiro solía pasar largas temporadas en nuestra casa de campo invitado por mi padre. Siempre venía Pepita Harguindey que era la única persona que sabía torear su egocentrismo bonachón un poquito narcisista e infantil.

Pepita Harguindey fue la mujer más guapa, más generosa, más contagiosamente alegre que hubo en Vigo y en España. Mi padre, Laxeiro y yo competíamos por su amor (y por el de su hija Isabel, ay) pero el amor de Pepita era la Humanidad, no había lugar en su corazón para pasiones municipales y espesas. En cierta ocasión Pepita me invitó a cenar -siempre invitaba- con Laxeiro. A Pepita le sirvieron una lubina que desbordaba el plato. Laxeiro interpeló indignadísimo al camarero preguntándole por qué a ella le había servido semejante bicho y a él no. La explicación se la dio el propio dueño del restaurant: le había servido la ración mejorada de la casa pero Doña Josefina era personaje aparte. Efectivamente, lo era.

En la pintura de Laxeiro es notoria la influencia de Goya, de Solana, de Rembrandt, de Georges Rouault y a partir de cierto momento, de Picasso. Es menos sabido que también se inspiró en Ensor ya antes de que yo le regalase el libro. Y aunque el pintor gallego por antonomasia, incluso en el seudónimo, era más vitalista que espiritual, en vida y obra, no olvidó sin embargo rendirle homenaje a Velásquez en una serie de cuadros de meninas perfumados de una espiritualidad poética, misteriosa, rara en él. Susan Solomont, la esposa del anterior embajador de EE.UU en Madrid, coleccionaba meninas del siglo XX de la autoría de pintores españoles. Ignoro si consiguió alguna de Laxeiro.

Hay una intrahistoria de Las meninas alimentada por los estudios radiográficos en los años ochenta del pasado siglo: la composición actual fue dictada por las circunstancias históricas y no corresponde al proyecto seminal de Velásquez. Otro misterio más. Parecería que ningún ser humano fuese capaz de componer por sí mismo semejante milagro pictórico necesitándose para ello tal cúmulo de circunstancias improbables que solo pudiese ordenar la mano activa del Destino. Quizás Laxeiro no llegase a percibirlo con la acuidad de Manet pero, en cualquier caso, no le anduvo lejos.

*Economista y matemático