Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un vendedor ambulante con buena mano

Fallecido Muruais, el número 5.135 contaba con tres abonados fijos en la administración número 1 de Pontevedra cuando resultó agraciado con el primer premio de la Lotería Nacional aquel 10 de septiembre de 1903: Plácido García, comerciante; José Nantes, peluquero, y Camilo Lourido, camarero.

Don Plácido regentaba una tienda de ultramarinos junto al Ayuntamiento. La buena nueva le sorprendió durante su siesta habitual. En un santiamén salió corriendo a casa de un amigo con quien compartía el décimo a medias.

--¡Ve usted como acerté!

Tal fue la exclamación que lanzó al recibir la noticia don Emilio Álvarez, catedrático del Instituto. Don Plácido estaba harto de aquel número que nunca tocaba y había amenazado con dejar de comprarlo. Pero su amigo se había negado en redondo.

El camarero del restaurante de la estación, Camilo Lourido, jugaba tres pesetas del décimo que había empezado a reservar un mes antes. Las otras siete fueron para su amigo Ángel Lorenzo, camarero en el Gran Hotel de Oporto.

Los demás décimos del premio gordo se repartieron por el vendedor ambulante Bernardo Guerrero, algunos de ellos en la estación del ferrocarril. De modo que la suerte viajó en tren hacía distintos lugares.

Antes de su vuelta a casa en Vigo, compró Cándido Estévez tres décimos y cedió dos a sus amigos Domingo Lago, tablajero de la calle Elduayen, y a Bonifacio Gómez, dueño de la Cervecería Montañesa. El procurador de tribunales Eusebio Morales también compró un décimo antes de subirse al tren camino de Ponteareas, que compartió con Julio Díaz, cobrador de rentas.

Sin embargo, Cándido García Estévez, contratista de obras de la Universidad de Santiago, protagonizó la historia más singular tras perder un grueso paquete con importantes valores que encontró Bernardo Guerrero. Cuando pudo recuperarlos gracias a la honradez del vendedor ambulante, se empeñó en comprarle toda la lotería que llevaba encima. Entre aquellos nueve números estaba el 5.135.

Otros décimos se fueron a Marín en los bolsillos de Juan Rocafor y José Nantes. Ambos se mostraron parcos en palabras, pero más veloces que ningún otro a la hora de recoger sus cheques en la Delegación de Hacienda.

El último afortunado en aparecer resultó Manuel Gómez, un maestro carpintero de Tenorio, a quien el caprichoso azar llevó varios días después al comercio de Saturnino Varela, donde también estaba la administración de lotería.

Al ver que llevaba algún décimo arrugado entre un montón de papeles desordenados, un empleado le espetó:

--"¿No tendrá usted entre esos papeles el décimo que falta premiado con el Gordo?"

--"No está reservada para mi tal maravilla", contestó el carpintero.

El propio vendedor cogió el décimo de su mano y comprobó con sorpresa que era el 5.135.

Compartir el artículo

stats