En el año 1977 el autor de esta página se incorporaba a la Jefatura de Departamento de Pediatría del Hospital Materno Infantil "Infanta Elena" de Ourense y le recibía el doctor José Luis García Rodríguez. Tuve con él una larga entrevista y guió mi visita por las viejas y nuevas instalaciones. Desde el primer momento la empatía fue completa y nacía entre ambos una amistad que se iría acrecentando hasta alcanzar dimensiones familiares. También desde el primer día nos pusimos a trabajar. Yo tenía formada cierta idea, naturalmente, de cómo debería ser un Departamento Pediátrico y él, lógicamente, también. La concepción de ambos era complementaria por lo que José Luis García sería para mí, durante casi 35 años, el colaborador imprescindible, fiel y seguro para que un pequeño servicio pediátrico, con personal y medios muy precarios, se transformase en un departamento moderno, con todas las unidades y servicios, para el provecho de los niños de Ourense. Fue la confirmación de alguna de las cosas de las que siempre he estado persuadido: la importancia de llegar a un sitio donde aún están poniendo la mesa y se puede contribuir a su preparación, la trascendencia de encontrarse con personas inteligentes que admiten la crítica y aportan iniciativas, y el significado de llegar en el momento adecuado y disponer de lugar libre. El trabajo no era fácil, nos faltaba casi de todo menos las ganas de hacer la tarea. Cuando me enseñó las instalaciones y el utillaje el panorama era desolador. La estructura, aunque era de factura nueva, había sido ejecutada con una concepción obsoleta y sin funcionalidad, y el material "nuevo" era de adquisición centralizada, ya desfasado antes de estrenarlo e inservible para niños. Desde el primero al último día tuve en García el mejor apoyo, un complemento de mis propias insuficiencias y un estímulo continuo contra el desfallecimiento. Con un concepto muy claro de la jerarquía y del reparto de papeles -que sólo la capacidad de adaptación de un hombre esclarecido y un increíble matemático como él podía tener-, repartimos las responsabilidades, sin importarle ser segundo, aunque en muchas cosas y casos era el primero. Atravesamos períodos difíciles en los que, créase o no, los principales escollos provenían de los que mandaban en el Hospital -José Luis les llamaba "dueños"-, designados por el poder político y, en bastantes ocasiones, sin la acreditación curricular y experiencia necesarias, que no preguntaban ni escuchaban a los que sí sabíamos, y cuyo cambio y fluctuación eran constantes. Si los nombro, después de reconocer que también nos dirigió gente muy válida, es para situar a José Luis en el lugar, quizá no siempre reconocido, que le corresponde: el del profesional que se crecía ante a las adversidades mediante el trabajo continuado, esperanzado y eficaz. José Luis García fue una persona de las que siempre estuvieron ahí, buscando el encuentro y no diciendo nunca no puede ser. Era de los hombres que al exponer un problema, traía a la par la solución en la mano

José Luis García Rodríguez fue un ourensano, segundo hijo de siete hermanos, nacido el 15.10.1944 en el seno de una querida, prestigiosa y honrada familia formada por Aurelio -que durante muchos años fue interventor de Hacienda en nuestra provincia- y Rita. Después de cursar los estudios en el Colegio Salesiano de Ourense, realizó la carrera de Medicina en la Universidad de Santiago, en la que fue un distinguido alumno. A continuación se formó en la especialidad de Pediatría en el destacado hospital madrileño "del Niño Jesús". En 1969 regresó a Ourense, donde abrió consulta en la calle de Juan XIII. Ese mismo año se casó con Amelia Rodríguez -su imprescindible, feliz y permanente pareja-, con la que formó una feliz y modélica familia y tuvo tres hijos. Casi de inmediato se incorporó al servicio de Pediatría de la recién inaugurada Residencia Sanitaria "Nuestra Señora del Cristal", en la que ejercería cerca de 45 años. Al inicio, José Luis, con la única ayuda de su jefe de servicio, el doctor Mato, realizó un esfuerzo descomunal, pues se encargaba de todos los enfermos ingresados y ambulantes, al tiempo que hacía guardias localizadas -por no decir físicas- un día sí y otro también, sin recibir ningún tipo de remuneración adicional. Más adelante vendrían otros médicos, primero Lupe Palacios, a continuación José Manuel Tabarés y después otros muchos hasta conformar un Departamento Pediátrico potente y dinámico, en el que el doctor García era siempre fundamental. No obstante, al principio, el número de pediatras era muy limitado y el trabajo muy intenso, lo que podría haber desencadenado la queja y el pesimismo, pasatiempo social frecuente en algunos servicios hospitalarios. Frente a este riesgo, García, persuadido de que sonreír y hacer sonreír era la mejor manera, consiguió que el equipo pediátrico fuese optimista y operativo. Cien anécdotas de las que fue el actor principal, que os aseguro que son ciertas, lo atestiguan. Así las cosas, desarrolló la segunda UCI pediátrica de Galicia y la décima del Estado, con un nivel envidiable, aunque él, durante muchos años, fue el único especialista, lo que le supuso estar disponible todos los días del año. Y ¡como si no fuese suficiente!, durante muchos años se responsabilizó, en exclusivo, de la cardiología pediátrica. Como si aún le pareciese poco, de forma espontánea y admirable, garantizó, en multitud de ocasiones, la asistencia en cualquier subespecialidad, en cualquier planta de hospitalización, e incluso en urgencias, cuando se producía un fallo, estuviese o no justificado. Tantos trabajos convirtieron a José Luis en un pediatra todoterreno, preparado, trabajador, hábil y eficiente. Y lo de todoterreno lo digo en toda la extensión de la palabra, por ser persona que se adaptaba a cualquier situación y era útil para cualquier tipo de trabajo. Y todo lo hacía de forma callada y sin ostentaciones, que yo definiría con una frase que no me pertenece: un mátalas callando susurreante? Y para hacer todo esto, sin improvisaciones, con seriedad y competencia, no tuvo inconveniente en desplazarse, durante mucho tiempo, por su cuenta y sin ningún tipo de ayuda, al Hospital Universitario de Santiago y otros centros para recibir, con toda humildad, "pasantía" -así denominaba él a su formación continuada-, entre otros, de mi propio hermano José María Martinón o del recordado cardiólogo infantil doctor Fuster.

A su labor asistencial, en la que llegó a ser Jefe de Servicio, se le sumaron otras obligaciones, que aceptó de forma generosa por el bien del hospital y de nuestra comunidad, como formar parte de las juntas y comisiones. Recuerdo cómo García hubo de formarse en Bioestadística y cómo asumió, año tras año, integrarse en el Comité Ético de Investigación de Galicia. Esta responsabilidad le supuso pasar mucho tiempo en la carretera y sacar horas de su vida privada para analizar extensos expedientes, donde tenía que decir sí o no la investigación con seres humanos. También aceptó la presidencia del Comité de Investigación de nuestro hospital y de él, sobre todo de él, fue el éxito de que sin serlo funcionásemos como hospital universitario e impartiésemos cursos completos de doctorado. Tampoco olvido las horas que dedicó a informatizar el servicio -el primero de Galicia que lo logró-, adaptando un programa informático a pediatría y trabajando codo a codo durante más de un año con un ingeniero que más tarde sería el director general de Hewlett Packard España. La restricción de espacio me impide detallar su labor científica y docente, acreditada en las memorias del Departamento, pues fue gracias a personas como él, que se recibieron muchos e importantes galardones. Él, personalmente, recibió el nombramiento de Miembro de honor y la Insignia de Oro de la Sociedad de Pediatría de Galicia, entre muchas otras distinciones. Dada la imposibilidad de relatar su largo currículo, me vais a permitir que lo ejemplarice en su tesis doctoral, La infección meningocócica en la población infantil de Orense, trabajo que tuve el honor de dirigir, basado en una epidemia de esta enfermedad que abarcó a 783 niños de Ourense, entre los años 1970 y 1981, la mayoría de los cuales fueron atendidos por él mismo, y a muchos de los cuales evitó las secuelas y la muerte. Sus trabajos en este campo serían comunicados a los más importantes congresos pediátricos, como el Mundial de París de 1980, y serían publicados y citados en las más importantes revistas y por los autores más destacados.

José Luis García fue un señor sencillo de carne y hueso, que transmitía tranquilidad, no exteriorizaba sus emociones en exceso y tenía un profundo sentido del humor que lo mostraba a la vez escéptico, irónico y socarrón, dando quizá la sensación inicial de que se lo tomaba todo como si tal cosa. Nada más lejos de la realidad. Su enorme personalidad y su cerebro privilegiado le permitían responsabilizarse con acierto de todos y de todo, con el interés de lo que le es propio y del que tiene ideales de verdad, como la perseverancia en el trabajo, la fidelidad y la firmeza en la amistad. Fernando Pessoa (El libro del desasosiego. Barcelona: Acantilado; 2002), no conoció a José Luis García, pero dejó escritas unas palabras, que sin duda parecen redactadas pensando en él: "Vi y oí ayer a un gran hombre. No quiero decir un gran hombre por atribución ajena, sino un gran hombre que realmente lo es. Es de una gran valía, si es que la hay en este mundo; saben que es de una gran valía; y él sabe que lo saben. Reúne, pues, todas las condiciones para que yo lo llame un gran hombre. Y es así como efectivamente lo llamo."