Todos sabemos, incluso los que pretenden ignorarlo, que Cataluña nunca fue una nación. Podemos referirnos a sus conexiones con el Rosellón francés o a su dependencia del Reino de Aragón, pero sobre todo a su condición de preciosa tesela del mosaico que conforma España, que si es una nación europea con solera y antigüedad para dar y tomar.

Sin embargo, falaces independentistas siguen alardeando de estar dispuestos a saltar a la torera las vallas de la legalidad y a burlarse de una Constitución que se promulgó con los votos favorables de la inmensa mayoría de los españoles, incluso naturalmente los catalanes.

Catalogarles como falaces no busca justificación en sus ideales, sino en cómo lo plantean, ocultando los enormes inconvenientes que se ocasionarían a esta importante y entrañable parte de la vieja piel de toro. No se dice con claridad que la independencia conlleva la automática salida de la Comunidad Europea y no solo por la ya declarada decisión de este superior organismo, sino porque siendo España uno de sus miembros de pleno derecho, bastaría su voto negativo para defenestrar cualquier intentona de formar parte del grupo. Y al tener que admitir sin paliativos esta situación, no se puede eludir el temor de ver al tejido industrial catalán esperando a que el semáforo se ponga en verde, previo pago del arancel correspondiente y consiguiente pérdida de la competitividad de que ahora goza y que le permite vender en el mercado comunitario el 80% de su producción. Tampoco se reconocen las dificultades de financiación y, en su caso, el precio de los créditos Ejemplos de una larga lista de obstáculos en el camino que conduciría al caos. Por algo los nacionalistas vascos asumen que, fuera de la Comunidad Europea, la independencia no sería aceptada por la mayoría de los ciudadanos.

A mayor abundamiento y obedeciendo a la moda de las siglas ahora aparece el CATN, que identifica al Consejo Asesor para la Transición Nacional y que, ofendiendo al sentido común y a la inteligencia, aconseja al Sr.Mas -que camina para ir a menos- con una serie de proposiciones de auténtico corte cómico-dramático, ya que si su contenido invita a la hilaridad, su objetivo podría resultar dramático.

Así, cuando se aboga para que en una hipotética Cataluña independiente se invierta la nada despreciable cifra de 750 millones -de euros ¿habré leído bien?- para implementar la nueva Administración tributaria con el refuerzo de la Agencia Tributaria de Cataluña y garantizar el flujo monetario, tal vez se está admitiendo que actualmente no se controlan debidamente los posibles fraudes fiscales. O sea, vista gorda.

Se propone también que el futuro Estado catalán mejore sus relaciones con España, lo que equivale a reconocer que la culpable de las que ahora se consideran inadecuadas es Cataluña, porque no sería lógico pedir que España les trate mejor cuando hayan roto los actuales lazos. Que el divorcio sea un método para incrementar el amor, resulta altamente sorprendente .

Crear, como sugiere CATN un Consejo Catalán-Español para fomentar acuerdos entre Estados soberanos, es posible que busque la utopía de que España niegue la posibilidad de acoger a las empresas catalanas que pretendan huir del destierro que provocaría la nueva situación, para integrarse en el beneficioso terreno comunitario. El timo de la estampita

Igualmente rocambolesco es aconsejar al Barcelona y al Español que sigan compitiendo en la Liga española. En todo caso el consejo habría que dárselo a la Federación Española, rogándole que admitiera tal posibilidad. Seguramente el subconsciente les alerta de la congoja de culés y periquitos al ver que sus equipos tendrían que desprenderse de sus excepcionales figuras y competir en una liga de segundo orden y dudoso rendimiento económico, pero no podemos pretender una audiencia con el Rey presentándonos en la Zarzuela y sin recibir una previa invitación

Es evidente que la falaz información ocultando riesgos produce daño, cómo también lo produce la utopía del CATN y aún así confiamos que el peligro se esfume ante la firmeza de la ley, arropada por la verdad y la sensatez. Porque los fuegos de artificio, explosivos y brillante, se desvanecen dejando una humareda que corre igual suerte y, afortunadamente, no es artificioso el sensato españolismo de muchos, muchísimos catalanes.