A José Troncoso Durán, científico de pies a cabeza

Los estudios que fomenta la Pontificia Academia de las Ciencias no obedecen a criterios religiosos, teniendo además todos los miembros que la componen sobrados conocimientos, verbigracia, el norteamericano de origen judío Edward Witten, medalla Fields, o el musulmán Abdus Salam, Nobel de física. A primera vista, resulta chocante que coexistan en la Iglesia católica la protección a la Academia y a los exorcismos.

Pero solo a primera vista. Habida cuenta que aumentan incesantemente las peticiones de personas angustiadas que en busca de ayuda se dirigen a las oficinas del arzobispado madrileño para liberarse de supuestas posesiones demoníacas, el cardenal Rouco Varela ha decidido la formación de ocho exorcistas al carecer Madrid de expertos en demonología.

Muchos casos deben llevarse por la vía siquiátrica, es lo razonable, pero cuando es intransitable no veo razón para no recurrir a exorcistas con formación en psicología, excluyendo el callejón sin salida del psicoanálisis, apostadero de chupasangres. Si los exorcistas consiguen paliar los síntomas disminuyendo o eliminando de consuno la angustia de los supuestamente endemoniados, independientemente que la eventual sanación sea puro efecto placebo, bienvenidos sean siempre y cuando la Iglesia habilite sus servicios gratuitamente o casi. Los epistemólogos nos dirían que la ciencia no tiene por objeto comprender sino describir y predecir. Si la capacidad predictiva es grande poco importa el resto. Y eso es lo que digo yo, si los exorcismos alivian el sufrimiento poco importa que el demonio exista o no.

Sucede que, bajo la hipótesis, inverificable pero probablemente correcta, de que ni el demonio ni el infierno existen, los ateos militantes -e incluso creyentes que repugnan amalgamar superstición con religión- se han lanzado en tromba contra la propuesta del cardenal Rouco. El asunto sin embargo no es baladí ni es de recibo tratarlo tan a la ligera. Los despojos humanos que creen padecer el mal si no están endemoniados lo parecen, lo cual, para todos los efectos, viene siendo lo mismo.

Aunque siempre existieron casos de supuestos endemoniados, la abundancia actual se asemeja a una epidemia cuyas causas se adaptan con especial pregnancia a esta época. Lo de Madrid encuentra precedentes en Milán -que cuenta con 12 exorcistas para hacer frente a la avalancha de quienes se consideran poseídos- y quizás la crisis no sea ajena a todo ello visto que el desamparo económico de muchas personas las lleva a buscar desesperadamente soluciones milagreras acogiéndose a prácticas mágicas y esotéricas que propician la autoconvicción de que están poseídas por el demonio. La inmigración procedente de países en los que esas prácticas son habituales ha coadyuvado también a la proliferación de casos de crisis demoníacas. Y debemos añadir a la larga lista los occidentales provenientes del mundo de la droga, sectas y prácticas de magia negra y ocultismo especialmente sensibles al sentimiento de sentirse endemoniados.

El desenfadado pitorreo de los críticos es también sintomático del cacao mental reinante y de la tortícolis permanente que padecen algunos, obligados, diríase, a mirar siempre para el mismo lado. La selección ideológica de lo que es o no científico lleva a numerosos adversarios de los exorcismos a considerar el psicoanálisis una práctica recomendable a pesar de que la corroboración de la eficacia de las terapias psicoanalíticas escapa a los usos de la ciencia por cuanto sus resultados no son contrastados por medio de inferencias causales comprobadas estadísticamente según procedimientos y protocolos objetivamente homologados. Estas exigencias clínicas sí son de rigor en psiquiatría. Científicamente, el psicoanálisis es una estafa. Tiene su picante constatar como el pensamiento mágico sicoanalítico puede calar en intelectuales que sobreactúan mediáticamente cuando se trata de zurrarle a la Iglesia con cualquier pretexto.

Por cierto, aún andan por ahí las fotografías de la exministra de Sanidad Leire Pajín, adornada con la pulsera Power Balance emitente de radiaciones electromagnéticas que aliviaban el dolor y prevenían enfermedades. Evidentemente, la pulsera era un timo. Ante los silbidos del respetable fue retirada del mercado pero la ministra siguió a lo suyo, jaleada por quienes ahora han tornado las cañas en lanzas contra el exorcismo.

En el cauce del oscurantismo New Age, entre druídico y majara, proliferan terapias pretendidamente científicas que utilizan símiles, lenguaje y razonamientos traídos de la física cuántica para mantener imposturas que nunca vi impugnar a los que con tanta vehemencia se levantan contra los exorcismos. Los derroteros alienantes que ha tomado el uso inapropiado de la física para dar una aparente solvencia científica a terapias cuánticas místico-medicinales no pertenecen al parecer al negociado de timos dignos de ser denunciados quizás porque no anda el cardenal Rouco de por medio. Es cierto que la física cuántica plantea interrogantes a los que nadie es capaz de responder pero ello no justifica manipulaciones metafísicas o espiritualistas solapadas en el charlatanismo holístico, coartada para el dominio sectario de almas mucho peor que el que pudiera practicar la Iglesia.

El gran error del cardenal Rouco ha sido hablar de "exorcismo". Agarrándose a la dualidad onda-partícula a escala atómica, debió haber dicho que un equipo de especialistas en intrincación se apresta a colapsar estados de superposición cuántica, como en la metáfora de Schrödinger del gato vivo-muerto. Este lenguaje, a la intelectualidad de la progresía fullera le va cual anillo al dedo. O cual pulserita sanadora a la exministra New Age premiada por su alta ciencia del tocomocho con un puesto de relevancia en una organización internacional.