Escribió, en frase famosa, Karl Marx que la religión era el opio del pueblo. Hoy, sin embargo, esa función parece cumplirla más bien el fútbol, al menos en un país políticamente tan desgraciado como el nuestro.

Dejemos a los ciudadanos unas semanas sin fútbol en casas y bares y se correrá el riesgo de un estallido porque la gente no podrá entonces dejar de darle vueltas en la cabeza a la crisis y a la responsabilidad, por acción u omisión, que en ella ha tenido la política.

Démosles pues a los ciudadanos al menos una satisfacción porque si no se entretienen en polemizar sobre el estado de ánimo de Messi, la estúpida arrogancia de Mourinho o los errores fatales de los árbitros, pueden acometerles otras mucho más peligrosas tentaciones.

Que me perdonen los millones de aficionados pues no me cabe tampoco ninguna duda de que, si hacemos abstracción de todo eso y nos olvidamos de que hoy el fútbol es sobre todo negocio, se trata de un bello deporte capaz de combinar la destreza y resistencia individuales con la estrategia colectiva.

Pero si quería hoy mentar el fútbol es por haber visto publicada en la prensa unas fotos tras el encuentro de Copa entre el Sevilla y el Atlético de Madrid en las que los jugadores de este último conjunto saludaban eufóricos puño en alto mientras sus camisetas exhibían bajo el escudo del equipo y en letras grandes el eslogan turístico de Azerbaiyán (Azerbaijan, land of fire: Azerbaiyán, tierra de fuego).

Como sabrá cualquier lector informado, esa antigua república soviética, gobernada con mano de hierro por Ilham Aliyev, hijo del expresidente comunista y luego nacionalista Heydar Aliyev, figura en los últimos puestos de la lista de países que respetan la liberta de prensa elaborada por la organización Reporteros sin Fronteras.

Pero sus enormes reservas de gas y petróleo del mar Caspio hacen que muchos gobiernos hagan la vista gorda ante sus atropellos de los derechos humanos, denunciados también reiteradamente por Amnistía Internacional.

El régimen autocrático de Aliyev busca el favor de Occidente mediante campañas de relaciones públicas, para las que ha contratado, por ejemplo, en Alemania a las mejores agencias del sector, y organizando eventos de gran repercusión mediática como el festival de la canción de Eurovisión.

Unos publicitan a Azerbaiyán. Y otros, a la compañía aérea de los Emiratos Árabes Unidos. Tampoco un dechado de democracia, precisamente.

Pero no están solos los clubes de fútbol en esa labor de blanqueo de las dictaduras. Pues ¿qué decir del asesoramiento que políticos retirados como el británico Tony Blair, los alemanes Gerhard Schröder y Otto Schilly, el austriaco Alfred Gusenbauer o el polaco Alexander Kwasnewsky, todos ellos socialdemócratas, prestan interesadamente a otro conocido autócrata, el kazajo Nursultan Nasarbayev?.

Tony Blair cobra nueve millones de dólares al año por sus servicios, si hemos de creer a la prensa británica. Y aunque Schröeder ha desmentido formar parte del consejo asesor del presidente de un país donde se violan sistemáticamente los derechos humanos, lo cierto es que se ha reunido varias veces a solas con él y no ha escatimado elogios.

¿Quién iba a ponerles pegas a una "dictadura posmoderna" con abundantes riquezas en su subsuelo?.