El 5/02/2012 publiqué en el Decano un artículo cuyo título es tan ambicioso como desorientador ("Repensar el futuro tecnológico de Vigo en torno a una supercalculadora"). Evidentemente, nunca pretendí que el futuro tecnológico de Vigo se desarrollara "solo" en torno a un superordenador aunque quizás pequé de enfático con una propuesta que más que nada era una sugerencia dirigida a quienes por responsabilidad o interés fueran capaces de llevarla a buen término. También es cierto que el punto de vista que tengo respecto a la ciencia en la era de la información es que los superordenadores serán tan habituales, casi banalmente presentes, dentro de diez años en una ciudad del rango de Vigo como lo es hoy día un aeropuerto y los vectores fijos de transporte, tren y autopistas en cabeza.

No obstante, decía Gramsci que conviene atemperar el optimismo de la voluntad con el pesimismo de la inteligencia. En ese sentido, estoy completamente de acuerdo con el profesor José María Mella Márquez ("El debate sobre la innovación" Faro de Vigo, 14/03/ 2012) en que la instalación de un superordenador en Vigo debe ser evaluada en función de su viabilidad toda vez que no se puede derrochar el dinero en algo que finalmente resultara poco útil y, peor aún, distrajera de otros proyectos mejor adaptados a las posibilidades y necesidades de nuestra ciudad, sufriendo de consuno desmesurados costes de oportunidad.

Pero, sobre todo, mi propuesta es la de alguien que ni de lejos conoce en detalle las posibilidades científicas y económicas de los superordenadores. Por tanto, puedo muy fácilmente, casi seguro, incurrir en múltiples errores. Sin embargo, y soy consciente que estoy forzando algo las justificaciones, la ley de Say –suponiendo que sea una ley y no una expresión más metafórica que científica– dice que la oferta crea su propia demanda. Además, hay un aspecto que al tiempo que desincentiva la instalación de un superordenador paradójicamente la estimula: el enorme consumo de energía eléctrica. Quiero decir, si, por una parte, no estamos para las alegrías de gastar, más o menos, 200 millones de dólares en la compra de un superordenador, ubicarlo, preparar especialistas y pagar 10 millones de consumo eléctrico anual, no hay que excluir, por otra, que un buen contrato con un suministrador de energía en exclusiva quizás lo estimularía a adelantar parte de los fondos necesarios al proyecto. Por no hablar de todo un complejo calculatorio-energético, tomando nuestro mar como granja, que cabría desarrollar simultáneamente. No olvidemos que estamos hablando del futuro, el cual, quiérase o no, generalmente llega. Y llegará, no tengo duda, la hora de la desindustrialización de esta comarca si confiamos todo, o casi, a la automoción como locomotora fundamental del desarrollo económico.

En cualquier caso, vuelvo a insistir, estoy de acuerdo que un proyecto tan novedoso y del que no tenemos gran experiencia habría que evaluarlo con discernimiento, sin pusilanimidad ni complejos aunque con realismo como sugiere implícitamente el profesor Mella Márquez con muy atinado sentido de la jerarquía de urgencias. Entre tanto, en espera de que alguien más competente que yo en este terreno, y en Galicia hay decenas, nos traiga información precisa y relevante voy a aventurar un par de cosas que ayuden a centrar el debate.

Aunque la penetración social de la computación de alto rendimiento (HPC, por sus siglas en inglés) es mínima, su impacto impregna fecundos terrenos de la ciencia además de facilitar numerosas aplicaciones industriales. Todo ello sin que los ciudadanos de a pie lo perciban conscientemente. Desde los materiales que equipan a los deportistas pasando por la gasolina, los automóviles y aviones, previsiones climáticas y meteorológicas, física atómica, biología, astrofísica, resolución de problemas relativos a la mecánica de fluidos y operaciones financieras hasta medicamentos y superproducciones de cine, la HPC señorea el panorama de la técnica más puntera y las industrias más dinámicas y rentables. Pero los pasos de gigante dados en esa dirección –sobre todo al haber pasado la línea del petaflops, mil billones de operaciones de coma flotante por segundo, del inglés FLOPS, Floating Point Operations Per Second- pronto nos van a parecer modestos. En primer lugar, la Computación en nube/ Cloud Computing va a revolucionar y democratizar el acceso al HPC; segundo, se espera alcanzar en algunos años la potencia del exaflops, 1.000 petaflops, que hará entrar la simulación numérica en otra dimensión puesto que no se trata de una continuidad en el progreso de la potencia de cálculo sino de una auténtica revolución, de una discontinuidad.

Las aplicaciones más sofisticadas y punteras de la HPC se dan en el terreno de la bioquímica. Contrariamente a la aeronáutica o la climatología que utilizan modelos numéricos desde hace tiempo, a la bioquímica le ha costado integrarlos en su cultura técnica. En clima, por ejemplo, no se necesitan modelos demasiado sofisticados para lanzarse a la simulación. De hecho, los modelos climáticos son teóricamente rudimentarios; no se conoce bien el ambiguo papel que juegan los bosques; hay dudas asimismo del funcionamiento en el medio plazo de los pozos de carbono; no se conoce con detalle el efecto de las turbulencias oceánicas; se desconoce casi completamente el papel de las nubes; se margina también la importancia de la actividad solar; no toman en cuenta las fases seculares (800/1000 años) calor-anhídrido carbónico; en fin, no se conoce con precisión el balance final del doble papel que juegan los aerosoles atmosféricos. Por el contrario, la ingeniería biológica alumbra una gran exigencia teórica –en realidad, los especialistas no son biólogos propiamente dichos sino con doble formación de matemáticos, físicos, ingenieros, químicos, informáticos, etc.- al imponer que en fase de test un resultado corrobore totalmente el experimento para que se valide el método. Y tanto es así que si en bioquímica se da un desfase no se corrigen los resultados por sucesivos tanteos sino que se retoma el modelo teórico.

El anterior ejemplo pretende dar a entender, al menos intuitivamente, que no es suficiente disponer de un superordenador para progresar científicamente y avanzar en las aplicaciones industriales sino que se requiere paralelamente una base de capital humano de primera línea. Esta restricción aconseja analizar muy finamente la simbiosis del superordenador con un entorno científico y empresarial a la altura de las exigencias de este siglo: la excelencia. Pero si los gallegos hemos sido –y en cierta medida seguimos siendo- los primeros del mundo en pesca y muy buenos en construcción, textil, farmacia y automoción no veo yo por qué no podríamos jugar un papel relevante en HPC. ¿Se trata de un reto difícil? Mejor, así habrá menos competencia.

*Economista y matemático