Así pues, si resulta exacta la pretensión, habrá que deducir que algo muy extraño sucede en el interior del BNG cuando uno de sus referentes, hasta hace pocos días portavoz parlamentario, condiciona el futuro de la organización a que se derogue una decisión aprobada por la reciente Asamblea Nacional de forma democrática. Cierto que por poco margen –aunque con la mayoría absoluta de los votantes–, pero eso no le resta valor ni solidez.

El objetivo supuesto de don Carlos Aymerich sería tratar de impedir la salida del Bloque de las gentes de Máis Galiza mediante la destitución del Portavoz Nacional Guilherme Vázquez. No dice quién sería el relevo, lo que deja en el aire la duda de que lo que pretenda de verdad sea darle la vuelta a la Asamblea y postularse él mismo, algo que provocaría la sorpresa, y desde luego la indignación, de quienes en definitiva la ganaron. Y que su señoría perdió por lo que tendría menos derecho que otro cualquiera que surgiese de rebote.

Algunos expertos en nacionalismo han dicho ya que, en el fondo, lo que plantea el diputado coruñés sería una argucia –impropia de él, pero quizá no del oficio político– para hallar la fórmula que le permita no solo revestir de motivo su posible salida del Bloque, y a la vez reforzar los de quienes, en su corriente, están por el cisma. Y todo ello cara a la opinión pública, o sea, ante quienes, dentro de un año más o menos, emitirán veredicto sobre todo cuanto está pasando ahí.

Y es que muy probablemente, en el extraño episodio que vive el BNG, existe la necesidad creciente de explicarlo y detallar las causas por las que, tras años de discusiones y desencuentros pero dentro de la misma estructura, algunos deciden marcharse ahora. Se apela a la Asamblea y a los resultados de las urnas, pero para despejar la incógnita de fondo no es bastante: desde hace un par de lustros, textos parecidos a los actuales salían con el apoyo de quienes ahora lo niegan, y las urnas hace tiempo que le son cada vez más esquivas a todos los que están en la melée. Así que a ver.

Es cierto desde luego que, como dicen varios observadores, algún día tenía que ocurrir lo que pasa ahora, pero sus protagonistas parecen más ocupados en convencer al público –precisamente por la relativa proximidad de las elecciones autonómicas– de sus propias razones que en la auténtica necesidad de aplicarlas. Y de ahí que para no pocos espectadores mucho de lo que oyen –incluido lo del señor Aymerich, que en cualquier caso tiene derecho a expresarse– suena como argucia. Y sorprende, además, por venir de quien viene.

¿O no...?