Pues la verdad es, dicho sin intención aviesa, que habrá que pesar, a la vista de algunas cosas que pasan, que una de dos: o en el entorno de esta Xunta hay un gafe –lo que ya se sospechó de alguna anterior, por cierto– o le han echado mal de ojo. Porque cada vez que trata de sacar pecho con alguna ocurrencia llegan los hechos –que como todo el mundo sabe, son muy tercos– y los deja con las calzas al viento.

El último ejemplo –por ahora– lo ha proporcionado don Alfonso Rueda que, inasequible al desaliento, sigue dispuesto a explotar –quizá porque no tiene otra cosa– lo de la austeridad hasta que no de más de sí. Lo malo es que se enroca en las anécdotas mientras otros, incluso de su misma fe política, andan ya en la categoría de reducir la Administración –y no solo los chiringuitos– y prepararse en serio para lo que don Mariano Rajoy dice que vendrá pronto.

Claro que eso, con ser malo, resulta empeorable si se le une la mala suerte o el mal fario. Y algo de eso hubo cuando el conselleiro anunció el último invento de ahorro "made in Xunta" –consistente en que parte de la nutrida hueste de altos cargos que tiene coche oficial lo comparta– justo el mismo día en que el INEM anunció que Galicia había batido su récord histórico de paro. Que ya es una puñetera coincidencia,

En este punto, por cierto, convendría preguntar al señor Rueda si no le parece necesaria una explicación seria del motivo por el que ciento sesenta altos cargos –aparte algunas docenas más– tienen coche oficial. Y, ya puestos, por qué no se suprimen en vez de compartirlos, y sus usuarios colocan sus posaderas en el transporte público para ir a trabajar cada día como hace la gran mayoría de sus convecinos, al menos los que aún conservan el empleo.

(Hablando de empleo y tras conocerse las cifras gallegas de paro, el presidente Feijóo ha reiterado su excusa: la culpa la tiene el Gobierno central y la Xunta hace lo que puede. Un argumento más pueril aún en días como hoy en que se recuerda el trabajo de los padres de la Constitución, la generación que heredó una situación patética y supo, sin esconderse, sentar las bases de la democracia y el progreso. Era, sí, otra época y había otra ilusión pero, además, gente de otra talla política.

Y no se trata, claro, de repetir eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor: solo de insistir en que, por más que a veces parezca otra cosa, los ciudadanos de este país no comulgan ya con ruedas de molino. Y acabarán hartándose de oír siempre las mismas excusas. ¿Eh?