Interesándose por la racionalidad de los agentes económicos, Herbert A. Simon alumbró el concepto de "racionalidad limitada". Según Simon, un consumidor de bienes o ideas decanta sus elecciones/decisiones dependiendo de la cantidad y calidad de las informaciones que adquiere y de su capacidad para extraer conclusiones relevantes. Siguiendo en parte la senda desbrozada por Simon, Kahneman y Tversky atribuyeron la racionalidad limitada a una serie de "sesgos o prejuicios cognitivos".

Por lo que se me alcanza, o estoy muy afectado de sesgos cognitivos o lo están otros. Por mucho que indago, no encuentro razón convincente, desde una posición absolutamente desinteresada en cuanto a intereses creados, que me acerque en ciertos temas –triviales y fáciles de entender– a la presentación e interpretación que de ellos dan algunos grupos mediáticos. Quiere decirse, en términos castizo-transaccionales: no compro esa moto.

Veamos un ejemplo. Unas recientes declaraciones de Aznar, conferenciante en EE UU, han indignado tanto al presidente Zapatero y a las plataformas mediáticas que le son afines que soy incapaz de sustraerme a la necesidad de exponer mi punto de vista al respecto con ánimo de entender cómo puede fraguarse tal discrepancia entre lo que yo opino y las opiniones que expresan otros. Quizás sea, ya digo, debido a sesgos cognitivos, esto es, razonamientos aparentemente fiables pero afectados de errores de juicio. En mi caso o en el de los otros. Quizás pero no queda excluido que algunos practiquen un periodismo asaz chapucero.

Para situar la cuestión en el contexto que le corresponde y no sacar las cosas de quicio conviene recordar que Aznar se manifestó en el ámbito universitario. Que es, supongo, el lugar adecuado para el intercambio de ideas. Desde esa perspectiva, con la que está cayendo, resulta útil que el expresidente desgrane las razones que en rigor deben guiar la acción diplomática y estratégica exterior, a saber, que las relaciones internacionales no pueden dejarse al albur de los cálculos electoralistas de un político –el presidente de Francia que acabó arrastrando a otros– tocado del ala en su propio país.

Es cierto que España debe estar con sus aliados pero no lo es menos que Gadafi era ayer mismo un amigo al que los, así llamados, países occidentales compraban petróleo y vendían armas y participaciones empresariales. No era por tanto nuestro enemigo ni tampoco el de su pueblo que, mayoritariamente, lo adora y goza de un nivel de vida y bienestar social como ningún otro en África. Aznar puede estar equivocado pero quienes no tienen razón alguna son los que enlazaron insidiosamente sus declaraciones con eventuales trapicheos económicos de su entorno con el de Gadafi. Para colmo, no veo en los medios que sirvieron de plataforma a esas insidias insinuaciones de parecido calado respecto a la encendida defensa que del régimen marroquí levanta cada dos por tres otro expresidente sevillano.

No obstante, donde los mismos medios se despacharon a gusto fue en lo relativo a la desconfianza manifestada por Aznar con relación a la capacidad de España –mejor dicho, a la capacidad de su actual Gobierno– para emitir deuda a tipos sostenibles y reducirla junto con el déficit a los niveles y en los plazos comprometidos. Y tan a gusto se despacharon que algunos, hay que ser ruines, hablaron de traición. Sin embargo, lo que dijo Aznar es lo que muchos pensamos. Lo que yo pienso, concretamente, es que si el Gobierno no da nuevos pasos subiendo impuestos y reduciendo gastos en la administración central, autonómica y municipal, España incurrirá en default antes de doce o, como mucho, dieciocho meses.

Vistas así las cosas, agradezco a Aznar que haya tenido el arrojo moral de dar un tremendo aldabonazo, de enviar un mensaje fuerte al Gobierno que toda la sociedad española ha notariado: en tal día, Aznar advirtió que la situación era tan delicada que emitía serias dudas respecto a la resiliencia fiscal y solvencia financiera a la que Zapatero había llevado a nuestro país. No es humo de pajas, no se trata de un brindis al sol celebrando ex ante los males de la patria, no, es una reflexión en voz alta desde donde mejor se escuchan las cosas en España: desde el extranjero. ¿Acaso ya hemos olvidado que si Obama y Merkel, desde el extranjero, no hubieran conminado a Zapatero a emprender reformas nadie nos prestaría un céntimo en este momento?

Pretender que con sus declaraciones Aznar fragilizó la imagen de España dando alas a los mercados para que nos castigaran es un dislate imputable a la ignorancia o, más probablemente, a la mala fe. Endosarle además traición es pura morralla periodística.

Bordea la indecencia que los grupos mediáticos próximos a Zapatero llamen traidor a Aznar y olviden que, aún coleteando la crisis de Perejil, para ser recibido cual felón por Mohamed VI el actual presidente y entonces candidato pagó el indigno peaje de hacerse fotografiar con el mapa de Marruecos al lado, en el que se incluía parte del territorio español. Y los mismos olvidan asimismo, pero yo no, que Zapatero otorgó a Driss Jettou la Gran Cruz de la Orden de Carlos III ¿y cómo tienen el descaro de llamar traidor a Aznar y andarse con paños calientes en todo lo que concierne a Artur Mas, máxima autoridad del Estado en Cataluña, que votó por la independencia de la región española que preside en un referéndum que alentó él mismo? ¿Hay acaso mayor traición y forma más eficaz de desdibujar en el extranjero la idea de una España cohesionada? Prosigo ¿Puede darse superior deslegitimación para España que la de un juez denunciando a sus pares ante la Corte de Estrasburgo como si estuviéramos en un estado bananero en el que imparten justicia franquistas residuales? A esto, el grupo mediático que se complace en arrastrar a Aznar por el fango no solo no lo considera traición sino que presta a uno de sus periodistas para que entreviste al juez estrella al tiempo que la señora o señorita Coixet filma a ambos en aras de exhibirlos por el mundo adelante. Como si el juez justiciero fuera un mártir perseguido en este país en el que al parecer solo valía su propia interpretación de la ley.

Ciertamente, no sé qué pensar –¿puedo equivocarme tanto?– pero o los sesgos cognitivos me están machacando los razonamientos o bien hay quien tiene un morro que además de pisárselo hasta le sirve profesionalmente.