Este que aquí tenéis, en un artículo publicado en este periódico (31/10/ 2010 "Hablemos de energía") afirmaba que "España es una potencia en energía fotovoltaica, obtenida a partir de la radiación del Sol y utilizada para usos térmicos, mediante dispositivos colectores, o para generar electricidad con paneles fotovoltaicos". Sin embargo, a raíz de la subida del 9,8% del precio de la electricidad se ha achacado el encarecimiento fundamentalmente a las subvenciones a las energías renovables, especialmente a la de origen solar soslayando que el Real Decreto-Ley 14/2010 del déficit tarifario reduce sus ingresos el 30% y coloca a 50.000 fotovoltaicas al borde del concurso. Aceptando que dichas subvenciones existen, y que las pagan los consumidores, efectivamente, salvo a asumir las tesis interesadas de lobbies energéticos rivales no cabe considerarlas un despilfarro sino que apoyan una estratégica de inversión a largo plazo, portadora de un enorme futuro, en uno de los raros sectores en los que España no ha perdido pie y, por el contrario, se afirma como potencia mundial.

La energía de la luz solar que ilumina en España un cuadrado de 20 quilómetros de lado, en el suelo al nivel del mar, corresponde a toda la electricidad consumida anualmente en nuestro país. Para poder explotarla, se necesitan células fotovoltaicas capaces de convertir la energía luminosa de fuente solar en electricidad. El material empleado en dichas células es fundamentalmente el silicio cristalino o las láminas finas inorgánicas (cuya teoría físico-química no se domina aún completamente). En cierta medida, el sector fotovoltaico corresponde a lo que los economistas del siglo XIX llamaban "infant industries" (industrias nacientes) cuya protección aconsejaban hasta asegurar su madurez competitiva. Y argumentos de parecido calado utilizó Krugman para justificar la protección a algunos sectores. No hay que negarlo, se trata de una política voluntarista pero España no es el único país en aplicarla; Francia, y asimismo Italia, también lo hacen desde el 2006, en la senda de Alemania que empezó mucho antes. En un contexto incitativo, y de eso se trata, España alcanzará la competitividad tecnológica que permitirá a la energía fotovoltaica producir sin subvenciones al tiempo que se abre en todo el mundo un sector puntero para nuestras empresas especializadas.

El recurso a esta fuente de energía no resulta en absoluto ruinoso sino que necesita, simplemente, alcanzar el umbral de coste de producción competitivo respecto a otras. Lo que soporta hoy día el consumidor es el esfuerzo de alcanzar costes de generación aceptables con criterios empresariales dado que quienes instalaron las plantas de generación de energía solar –así llamadas granjas solares– confiaron en un precio de compra que cubriera los costes. Estos costes disminuyen gracias a la innovación y el progreso técnico en la obtención de los rendimientos de conversión y, asimismo, por las economías de escala dinámicas (learning by doing) –aprendizaje por la práctica– cuya curva decrece en el tiempo respecto a las cantidades producidas: al aprender a producir se produce más barato. A partir de cierto umbral, la producción resultará competitiva en costes de generación y el consumidor en el futuro se verá beneficiado al disponer de una fuente de energía inagotable sin externalidades perversas de polución.

Ahora bien, no se encontrarán empresarios suficientemente incentivados para invertir e innovar si no se les remunera con la misma rentabilidad que obtendrían en otro sector. Nadie en su sano juicio puede aplaudir que España se retire de este mercado porque los costes de generación de electricidad fotovoltaica no son aún suficientemente competitivos. Puesto que debido a los costes de generación existe un déficit de tarifa, alguien –pero nunca las empresas innovadoras so riesgo de retirarse del sector– debe asumirlo. Lo que no se dice es que el nivel impositivo del gasóleo es el 12% inferior a la media de los países europeos, y el de la gasolina, 19% inferior. Con el agravante de que en el futuro los costes de las energías renovables se reducirán y los costes generados por los combustibles fósiles aumentarán.

Brevemente, la dinámica que ha seguido el sector es la siguiente. Desde que en 1839 el físico francés Edmond Becquerel descubrió el efecto fotovoltaico/fotoeléctrico, esto es, la conversión de la luz en electricidad –lo que hoy conocemos como conversión de fotones en electrones– los procesos de captación y transformación han pasado por diversas fases. Las primeras células solares eficaces fueron utilizadas en los laboratorios Bell en 1954 y la primera aplicación de carácter práctico se realizó en 1958 para alimentar los satélites artificiales. Hasta los años 70 no se llevan a cabo aplicaciones terrestres interesantes, inducidas por el choque registrado en el precio del petróleo. Pero es muy recientemente, en la década comenzada a partir de 2001, cuando se encara la energía solar como un recurso inmenso y renovable, cuyo único requisito para ser explotada masivamente es que disminuyan los costes de producción del kilovatio a fin de hacerla competitiva en relación a otras fuentes más asentadas. Las innovaciones y progreso técnico han sido espectaculares pero aún insuficientes. Los rendimientos alcanzados hoy día están comprendidos en un intervalo del 10% al 20%; el record en laboratorio se ha establecido en el 44% y desde un punto de vista teórico el rendimiento fotovoltaico podría alcanzar el 90%. Pero no hace falta llegar a ese límite pues se espera alcanzar costes suficientemente competitivos en 2015, en lo que concierne al sur de Europa, y en 2020, en el resto del continente. Sería pues completamente descabellado no continuar con el estímulo a la producción de este tipo de energía.