Mario Conde tenía todo para alcanzar el poder más alto: conocía la ley, no conocía el miedo y conocía el alma de los hombres. Le faltaba algo, empero, para mantenerse en el poder: desconocía sus usos y reglas. Y estos usos imponen un conformismo del que carecía, agravando su situación el hecho de ser un solitario excesivamente reflexivo y no pertenecer a ningún grupo de poder político, religioso o financiero en el que apoyarse o al que sirviese para que le sirviera. Pero, sobre todo, Conde tenía en su contra una ardorosa, casi violenta, voluntad de claridad intelectual y como un imperativo moral, una segunda naturaleza, que lo obligaba a decir lo que pensaba y actuar por lo que creía.

Ahora bien, para entender plenamente el Caso Conde hay que retrotraerse a la época de “europapanatismo” que precedió a la moneda única. Por entonces, reinaba un extraño mutismo en torno a cuestión tan principal, impuesto, sin duda alguna, por el terrorismo intelectual desencadenado por los socialistas, primero, y la derecha después. solo unos cuantos empresarios que veían y sufrían directamente las consecuencias de la sobrevaloración de la peseta -nefastas para las exportaciones españolas- favorecedora para mayor inri de importaciones que destrozaban nuestro tejido económico, y algunos economistas heterodoxos cuestionábamos lo bien fundamentado de tal decisión, juzgándola intrínsecamente perversa, por precipitada, vista la heterogeneidad y las diferencias estructurales de los países candidatos.

Las tres profecías

A riesgo de recibir tomatazos mil, cualquiera con talento y suficiente arrojo intelectual, puede avecindar en las hemerotecas profecías que si quiebran lo harán sufrir escarnio o, en raros casos, cumplirse apoteósicamente y, paradójicamente, cosechar desgracias mayores que los tomatazos. Y es que en estos tiempos de burócratas es mal oficio el de profeta. Mario Conde es (co)autor, sin derechos, de varias profecías -llamémoslas así- incrustadas en las hojas de la prensa de los años noventa del pasado siglo, las cuales ha vuelto a airear últimamente con su bien conocido carisma expresivo, con su parla manantía, en distintas plataformas mediáticas y muy especialmente en un libro de fulgurante éxito de ventas y no poca influencia social. Me refiero, evidentemente, a “Los días de gloria” (Ediciones Martínez Roca). En cuanto a las profecías, de las cuales soy en parte “coautor” (las hemos forjado en fraternal binomio) ahí van, entre otras, tres que se han cumplido: a) el euro sería nefasto para la balanza comercial española y sus desbordamientos perversos se pagarían antes o después con un empobrecimiento global de España, por pérdida del valor de los activos, y un paro jamás visto; b) la pérdida de la soberanía monetaria, la imposibilidad de encarar devaluaciones competitivas, y la práctica imposibilidad de salir del euro en caso de choque asimétrico harían que los efectos del choque se prolongaran en el tiempo; c) si el PSC llegara a gobernar en Cataluña se entraría en una deriva soberanista allende lo que CiU hasta entonces jamás había contemplado. Empecemos por desmenuzar esta última.

El PSC es un partido secesionista

Recientemente, Félix de Azúa (EP 27/12/2010 “Los privilegios del fósil”) afirmaba: “Cuando los futuros historiadores escriban el relato de la deriva catalana hacia la secesión deberán leer (.) la revista Taula de Canvi”. Y tan cierto es lo que afirma Azúa que parte del consejo de redacción de Taula de Canvi, en 1977, contaba años después entre los teóricos y eminencias grises de la presidencia de Maragall. Honra a Azúa tanta lucidez y más aun la valentía moral de denunciar que el secesionismo, con carácter plenamente institucional, no empezó con CiU sino con el PSC gobernando en Cataluña. Pero en el 2000 esa lucidez no era aún de recibo ni siquiera en el mismísimo Azúa, y eso que es uno de los raros intelectuales catalanes, y españoles, capaz de leerles a los políticos las ocultas intenciones. Sin embargo, ya en noviembre 1999, Mario Conde y este que aquí tenéis, dejamos escrito en la revista MC, editada por Conde, que el PSC era un partido tan centradamente catalanista, tan egoístamente nacionalista y antiespañol que entraba de lleno en una forma sutil de ideología secesionista. Andadura política que todos vimos desarrollarse, aunque en parte fracasara, bajo justificación teórica de “Estado federal plurinacional”, que es, sobra decir, la penúltima estación antes del marco puramente confederal, tipo, verbigracia, URSS o Yugoslavia. No digo Suiza, que no es confederación de naciones, digo la URSS o Yugoslavia, que sí lo fueron y así les fue.

A las previsiones efectuadas por Conde y por mí, en noviembre 1999, respondió tangencialmente Maragall, por alusiones (EP 17/01/2000 “Faustino y los demás”) poniéndose la venda antes de la herida, en un artículo empalagoso, negando implícitamente lo que nosotros afirmábamos, jurando su amor a Madrid cuyo Retiro comparaba con la fageda (bosque de hayas) de Olot. El envaramiento en la prosa del artículo podría disculparse si surtiera efecto por recreo de insistencia, dando ejemplo con los actos, o si portando alto y fuerte el lanzón de la creatividad lograra proyectar ideas de descentralización otras que los consabidos refritos del catalanismo insolidario. Pero no, el artículo era una versión más del cuento chino de un vendedor taimado que quería venderle a toda España, vía PSOE, como vimos con el proyecto de Statut, una mercancía averiada que, por cierto, algunos estaban deseando comprar pues el autoengaño para poder gobernar con los votos catalanes pasaba por encima de cualquier deber para con la unidad de España. En ese artículo, solo de pasada hacía Maragall referencia a Conde, despectivamente, claro está: “Creo que estos laboratorios, al menos uno de ellos, formó parte del holding Antibióticos (.) que terminó como el rosario de la aurora en manos de Mario Conde”. La excusatio non petita hacía tan manifesta la accusatio que, junto con el odio escupido en la referencia personal, Mario y yo comprendimos, aunque por entonces ya no teníamos duda alguna, que habíamos dado en el clavo: Maragall se había puesto muy nervioso. Como si lo hubiéramos descubierto.

La necesidad de los secesionistas de salir de la peseta

¿Cómo habíamos llegado de buena hora a una conclusión que algunos ni siquiera hoy día han alcanzado a entender? Sencillamente, porque después de devanarnos los sesos buscando la verdadera razón de la intervención de Banesto -no había base contable para ello- dimos con la clave: en última instancia, Banesto había sido intervenido por la oposición de Mario Conde al Tratado de Maastricht. De hecho, quien dio con la clave fue él un día que me dijo: “Pepiño (así me llama) los humanos siempre colocamos el epicentro del problema que nos afecta justo donde no está”. Efectivamente, el resto fueron razones accesorias, pretextos, argucias para desorientar a los simplones; la verdadera razón fue esa: la oposición de Conde al Tratado de Maastricht. O, si se prefiere, la obligación democrática para con el pueblo español de convocar un referéndum antes de acceder al euro. Y es que jamás existió verdaderamente un Caso Banesto pero sí un Caso Conde toda vez que Banesto nunca representó un problema ni para sus accionistas -empezando por el primero de ellos, Mario Conde- ni para el sistema bancario español. Pero Conde sí fue un problema para Maragall y Narcís Serra que vieron en él un potencial peligro. Dado que, en aras de desenclavarse de Madrid accediendo directamente a Bruselas, los políticos catalanistas de cualquier signo necesitaban vitalmente subirse al tren de la moneda única, por entonces en proyecto con nombre de “ecu”. ¿Es necesario recordar lo que mandaba Serra en aquel gobierno?

Desde un enfoque económico y político el por entonces presidente de Banesto dejó constancia pública, en tres ocasiones, del disparate que suponía para España el acceso al ecu ya que temía los nefastos efectos de la moneda única, tanto en relación al desvalimiento de la economía española en caso de choque asimétrico -verbigracia, el que estamos viviendo ahora- al renunciar a la devaluaciones competitivas como en cuanto parapeto defensivo de una economía lastrada por una balanza comercial deficitaria. En cualquier caso, propuso Conde, solo deberíamos acceder a la moneda única celebrando previamente un referéndum al respecto. Esa era la idea minoritaria que sosteníamos algunos economistas y empresarios y que el propio Conde explicaba públicamente y, en petit comité, a los políticos, entre otros a Felipe González, por supuesto. En las páginas 720/21 de “Los días de Gloria” deja clara su posición respecto a la moneda única al tiempo que me cita innecesaria y elogiosamente: “A quienes opinábamos así (.) se nos tildaba de antieuropeos. No se trataba simplemente de incultura. Se aproximaba más a la estupidez. El profesor Calaza (.) expresaba sus argumentos con lucidez. No nos escuchaban. Y hoy, 2010, lo sufrimos” Y a continuación Conde relata una conversación en ese sentido con Felipe González.

Mario Conde contra el Tratado de Maastricht

Que yo me hubiera opuesto al euro -por ahí andan mis libros y artículos de la época- fue una obligación profesional, un elemental reflejo de coherencia intelectual al no corresponder el proyecto de moneda única, con tantos miembros y tan heterogéneos como contó desde un principio, a ningún modelo económico conocido y ser una completa abominación desde el punto de vista teórico y asimismo desde el histórico-empírico. No es necesario que venga ahora Krugman a confirmarlo, Conde y yo lo dejamos escrito por activa, pasiva y perifrástica hace quince años (aunque también creo que en la situación actual el euro es prácticamente irreversible, salir sería aun más costoso que permanecer dentro). No obstante, en el caso de Conde su frontal oposición a semejante desaguisado adquiere tintes de verdadera epopeya personal ya que él materializó el rechazo desde la conciencia de la responsabilidad nacional plenamente asumida como presidente de una entidad financiera y una corporación industrial claves en la urdimbre económica de España.

Cualquier lector objetivo y de buena fe aceptará sin dificultad que si Conde hubiera abrazado en su momento el proyecto estrella del Gobierno socialista, y fundamentalmente del PSC, sosteniendo la moneda única, nunca habrían intervenido Banesto. La judicialización del caso -el gran triunfo de Serra-- fue consecuencia de una inspección del Banco de España, después de la intervención, tan sesgada que cualquier otra institución crediticia y financiera, no solo española sino internacional, que se las hubiera tenido que ver con procedimientos inquisitoriales del mismo calibre no podría salir exenta de culpa. Llegar a esta conclusión nos llevó a Mario Conde y a mí no pocas horas de análisis pero mereció la pena porque la historia confirmó lo fundamentado de nuestras proféticas conjeturas al transformarlas en hechos probados.