Otra vez Australia al final del camino. En Seúl 88 el aro escupió aquel triple de Margall que hubiera forzado la prórroga (74-77) y la generación plateada de Los Ángeles quedó apeada en cuartos. Allí comenzó su declive, con el coletazo del tercer puesto en el Europeo de 1991, pero también el dolorosísimo "angolazo" de Barcelona 92. En esta ocasión los oceánicos ejercían como adversarios en el epílogo de los "júniors de oro". Un partido complejo, rico en matices, tan áspero como eléctrico, con el duelo entre el gigantesco Pau Gasol (31 puntos) y el diminuto Patty Mills (30), el Andrew Gaze de hoy en su facilidad anotadora. La fortuna favoreció a España. Chacho acertó desde los tiros libres y le regaló a sus hermanos mayores una feliz jubilación internacional. Navarro, Calderón, Pau y Reyes se despiden en bronce, que es el material en el que se esculpe a los héroes. Matraco encuentra consuelo.

España, en este ciclo glorioso, ha aplastado muchas veces a sus rivales en el partido decisivo. En finales apretados, en cambio, ha mezclado triunfos y derrotas. Una falta discutible de Mills sobre el Chacho, descoyuntado en su penetración, resolvió el frenesí. Australia no fue capaz de construirse un lanzamiento en los cinco segundos que restaban. Los españoles festejaron alborozadamente el bronce, también los viejos del clan, con la misma ilusión que aquel título en Lisboa. Haber conservado el hambre durante estos 17 años es una de las claves de su éxito.

La selección quiso ahorrarse la angustia. El partido se movió a bandazos en la primera mitad y a pellizcos en la segunda. Extraordinario el mérito de Australia. Suyo fue el juego más fluido hasta cuartos. Ante Serbia pagó la sabiduría de Djordjevic y seguramente el cansancio. La calidad de su rotación baja a partir del sexto hombre, Andersen. Equipo de alma grande, no se dejó tentar por la melancolía, cuando España amenazó con romper el choque.

Pau y Mirotic aportaron ocho puntos cada uno en ese inicio. El catalán, con permiso para flotar tanto a Bogut como a Baynes, blindaba la zona sin cansarse. El montenegrino martilleaba desde su esquina. Dos rápidas faltas de Ricky, que debía ocuparse de Mills, eran el único lastre. España aguantó todavía en la batalla del rebote y eso le permitía correr, estirando el 17-23 del primer cuarto hasta un 28-40 en el minuto 17 gracias a la superioridad de su segunda unidad.

El veteranísimo Andersen mantuvo viva a Australia y su técnico, Andrej Lemanis, supo cómo quebrar una dinámica demasiado limpia para sus intereses. Aprovechando que estaban lejos del bonus, los australianos incrementaron su dureza, calibrando el criterio arbitral. Y desactivaron a España. Un parcial de 10-0 les devolvió al partido e incluso el mando del marcador por primera vez desde el 2-0, ya a la vuelta del vestuario (43-42).

Ya ninguno de los dos contendientes fue capaz de alejarse. Aunque España insistiese, el 64-70 fue la mayor ventaja que llego a edificar, rápidamente neutralizada. Los españoles no supieron rentabilizar la rápida eliminación de Bogut, todavía en el tercer cuarto, y que también Baynes estaba encorsetado por las faltas. Broekhoff acompañó a Mills en sus acometidas suicidas. A partir del 70-70 el partido se convirtió en una ruleta rusa, punto arriba y abajo todo el rato, cada ataque sintiéndose como el definitivo.

Scariolo no encontró la fórmula para apagar el entusiasmo australiano y eso que adoptó decisiones más en función de lo ajeno que de lo propio, como sentar a un Chacho caliente para que Ricky defendiese a Mills. No apostó claramente por la zona 2-3. Y dejó en cancha a Navarro, ligero de pies pero atascado en el tiro, hasta los tres últimos minutos, como si quisiese una última fotografía perfecta de una época que termina. Pero en su apuesta final tiró del perímetro madridista, más Mirotic y Pau.

Chacho y Rudy respondieron como escuderos de Pau. A Australia le costó más cada ataque. Impusieron su coraje en las segundas opciones, siempre más atentos al balón suelto y con ímpetu para explorar la fragilidad de España en la protección de su rebote. Lograron diez capturas más, en total (40 por 30). Fue así como llevaron el destino del partido a una resolución a vida o muerte pese a que el cansancio ya hacía mella en un Mills que apenas había catado el banquillo. Quizás por eso el Chacho, en la última acción, se la jugó contra la estrella "aussie" en vez de buscar a Gasol. Los árbitros premiaron su atrevimiento, en esa zona brumosa en que cualquier decisión se hubiera entendido, y al canario no le tembló la mano. El final feliz necesario de una aventura extraordinaria.