El despecho amoroso genera la energía de una pila atómica. Carod había pasado de Maragall a Zapatero porque una buena querida catalana al final sólo se siente realizada en Madrid. No gustaba tanto de la cama (en la que el repertorio de Zapatero era conciso) como de pavonearse en la Corte de "socio preferente", sin privarse de escupir en los salones e insultar a los guardias. Hay algo draculino en el mito de la femme fatale: sólo se sacia cuando ha desangrado a su víctima. Zapatero había perdido ya mucha sangre, pero en el último momento arrancó a Carod del cuello. La venganza de la femme fatale desdeñada por su amante, y (para más escarnio) devuelta al ambiente rural de su pueblo, ¿podrá impedir un final feliz? Será capaz de todo, antes de que Zapatero y Mas hagan familia. Mientras, el coro popular, del maestro Rajoy, monta las filas para cantar el drama.