Vive una familia en Australia que está deseando que comiencen los Juegos Mundiales de Policías y Bomberos de Adelaida. Él se llama Antonio, Tucho, y ella Celeste, tienen tres hijos (Antonio, Joaquín y Steven) y una nieta de tres años llamada Alegra. Todos residen en Geelong, la ciudad más grande -200.000 habitantes- del Estado de Vitoria después de Melbourne. Hace más de 30 años que el matrimonio llegó a ese lejano país en busca de un porvenir que no veían claro en su Vigo natal, "una ciudad que siempre está en nuestros pensamientos".

Conociendo la historia de Tucho se comprende su arrojo a la hora de cruzar fronteras y probar suerte en un país como Autralia, que no se distinguió precisamente por ser un destino habitual de la emigración gallega. "A los ocho años me quedé huérfano de mi madre, y me acogió mi tía Maruja porque mi padre no quería saber nada de mí. Pero al no saber cómo cuidarme o por razones personales me ingresó en el Colegio Hogar y se marchó para Brasil", rememora.

Con 14 años, terminó la enseñanza secundaria en el Hogar y decidió marcharse a la Felguera (Asturias), donde vivía su padre. Sería una estancia muy breve: "No me gustaba el ambiente que había en aquella casa y al no tener mucho roce con él durante mi niñez, me cogí un tren de vuelta a Vigo y me presenté en la casa de Mamá Carola, que tenía cuatro hijos: Manolo, Maruja, Simón y Ricardo. Le dije que quería quedar a vivir con ellos, y así fue hasta que me casé. Siempre me trataron como un hijo y siempre les estaré a agradecido. Sobre todo a Mamá Carola por su trato especial conmigo, como más tolerante. Les quiero a todos como hermanas, en especial a Maruja, que era la que me ponía a escuadra. Era muy rebelde".

Tucho y Celeste abandonaron Vigo a principios de 1969 con destino París. Una semana después de llegar a la capital gala trabajaba ya por su cuenta decorando un restaurante. Sin embargo, no se contentaría con ese oficio y un viaje en metro le cambió por completo la vida: "En el vagón me enteré de que pedían gente para trabajar en Australia y Canadá, y como no estábamos legalizados en Francia, decidimos hacer de nuevo las malestas. Canadá lo descartamos porque era muy frío y optamos por Australia".

Allí nunca le faltó trabajo. Entró en la Ford Motor Company como operador de guillotinas y acabó de montador; y en 1980, como gruista para el gobierno australiano y después como camionero, "donde ejercí durante 15 años hasta que pedí la cuenta y me compré mi propio camión. Pero como el transporte aquí no está regulado, es muy complicado hacer un poco de dinero por la competencia". Vendió el camión y se retiró a los 58 años.