Desde que este peluquero que tocaba la gaita junto a los amigos en su aldea natal, Sar de Penelas (Castro Caldelas), llegó a Vigo en 1939, terminada la Guerra Civil, la ciudad ha cambiado tanto que Juan no alcanza a dar detalles. "Cambió para mejor", de eso está seguro, como también ha mejorado el barrio en el que se instaló, el Calvario, donde sigue residiendo, ahora con su nieto Fernando.

Juan Rodríguez Puga cumple hoy 104 años y espera que luzca el sol para salir a dar los dos paseos que le mantienen activo: el de las doce de la mañana y el de las cuatro y media. Esto, junto al particular desayuno que todavía le prepara su nieto y los dos vasos de vino con la comida, son las claves de una longevidad bien llevada y envidiada por muchos.

Cada mañana, Fernando le prepara tres dientes de ajo, le abre tres nueces, una barrita de muesli de cereales, un plátano, una manzana y un trozo de pan. "El desayuno no lo perdona", comenta su nieto". "Ahora solo como y bebo", dice Juan con cierta melancolía. Trabajó mucho, vivió una guerra y dos cicatrices le recuerdan los disparos que recibió, pero este año, tras haber sufrido un ictus, ha notado el paso del tiempo de forma acelerada. "Los años van pesando", sostiene mientras duda de que vaya a celebrar otro cumpleaños: "Ya no habrá más".

Este ha sido el año de los achaques porque estuvo ingresado en tres ocasiones y necesita una máscara de oxígeno para dormir. Fernando explica el susto que se llevó una mañana al ver que no podía respirar, los médicos alabaron su pronta recuperación. Una vez más, porque la familia pensó que tenía que despedirlo en febrero. Pero Juan sigue siendo algo autónomo y sale a pasear los días que el mal tiempo no se lo impide y parándose cada poco para saludar a los vecinos. Aunque Calvario ya no es lo mismo, la mayoría de la gente que él conocía se ha marchado o ha fallecido. "Murieron casi todos, la segunda más vieja es una señora de 102 años", apunta Fernando.

En este barrio vigués vivió con su esposa Remedios, que falleció hace seis años casi centenaria, y conoció a su hijo Juan a su regreso de la guerra. Del Vigo de antes echa en falta el tranvía, que paraba justo en la puerta de su peluquería. Son los bancos y los jardines las novedades que más le agradan en la ciudad.

Ya no ejerce de barbero, lleva treinta y nueve años jubilado, pero no le tiembla la mano con la navaja y aún le corta el pelo a Fernando con la misma destreza. "Soy su único cliente ahora", bromea el nieto, "el único que se atreve".