Las pompas de jabón son iridiscentes, como las alas de las mariposas, las gotas de aceite y cierto tipo de nubes. Esconden todavía ese misterio cálido de ilusión infantil y el inocente arrebato de malicia que lleva a querer explotarlas a aquel que no las produce.

Aurelio, francés de 23 años, apura los últimos decilitros de agua espumosa que quedan en su pequeño caldero de playa amarillo. Entre sus manos, dos palos de escoba viejos, uno azul y otro rojo, sujetan un elástico blanco que, al sumergirse en el líquido, su pócima aprendida en el "bosque mágico", crea pompas de jabón gigantes. La calle Príncipe y un gran número de niños que se congregaban a su alrededor fueron el miércoles testigos privilegiados de la magia de este artista, a quien muchos ya llaman Merlín. Vigo es una de las ciudades de su mapa de ruta, que estrenó hace seis meses en Toulouse y que lo ha llevado por las costas española y portuguesa.

"Busco el amor, aunque ahora gente busca matarlo y convertirlo en sexo", dice del objetivo final de su recorrido. Aurelio pisa en el terreno pantanoso que lleva en un descuido de la genialidad a la demencia. No en vano le dicen: "Qué haces aquí, loco?". Depende de lo que él haga, confiesa. Hace un par de días perdió su baraja de cartas mágicas, con la que hacía trucos de adivinación. Ahora se divide entre sus dos especialidades: el clarinete que guarda en su mochila y las pompas de jabón. El primero lo usa para evocar la tristeza, la melancolía; las segundas para crear sonrisas; "sólo hago improvisación; no soy un ordenador que corta y pega".

Solo, siempre solo. Tiene un aire que evoca a la Momo de Ende, buscando construcciones abandonadas para dormir bajo cubierto. Con su flojísimo jersey color beige y los pantalones de bolsillos caídos. La mochila es verde camuflaje, en un modelo moderno del hatillo del trotamundos. Las rastas le dan un toque descuidado, y le provocan el tic de apartarlas continuamente de los ojos, marrones. Comparte también la habilidad de inventar juegos para divertir a las personas. Buscó en el plano de Vigo los lugares qué debía visitar antes de seguir su camino a Santiago y A Coruña, antes de proseguir por la costa asturiana.

En seis meses ha aprendido español, que se mezcla con un recurrente oui y algún que otro término en el portugués que aprendió durante su paso por el país luso.

Destaca Vigo de entre las ciudades que visitó (Alicante, Barcelona, Cádiz, Murcia, Valencia...). Sólo pone una pega: "La gente tiene que abrir más su mente, ser menos desconfiada".

No tiene móvil, ni apellido, ni planes. Es un mago, un filósofo. Si ven pompas de jabón gigantes saliendo del alto de A Guía, sabrán que todavía sigue por aquí.