La selección argentina se coronó por primera vez campeona olímpica al ganar a Bélgica en la final de los Juegos de Río con un exjugador del Barrocás en sus filas. El defensa Matías Rey, que se perdió la final por una fractura del primer metacarpiano de la mano izquierda, llegó a Ourense sin haber cumplido los 19 años, en 2003, para reforzar la plantilla que debutaba en la División de Honor B. "Era una máquina", recuerda el por entonces capitán del equipo, Rubén Amorín. "Apuntaba a portento. No le quitaba la bola nadie. Destacó tanto que al año siguiente se lo llevó el Polo de Barcelona. Fue creciendo y ahora es campeón olímpico", agrega.

Dos factores influyeron en el desembarco argentino en el hockey ourensano, tanto en el masculino como en el femenino, a mediados de la primera década del siglo. "El equipo para la División de Honor necesitaba un plus -explica Amorín- y los argentinos eran económicos. Allí había una gran crisis, se querían venir y, como lo hacían tres o cuatro al mismo tiempo, vivían juntos. Había mucho ofrecimiento y podías hacer selección. Fichabas por currículo y por alguien que te podía aconsejar de los clubes punteros, Quilmes, San Fernando".

En el Barrocás tuvieron buen ojo: "Eran chavales magníficos, grandes jugadores, aunque todavía eran críos". El primer año en División de Honor B trajo a las instalaciones de Mariñamansa a Leandro Lintura, Pipo; Maximiliano Pinto, Maxi; Lorenzo Di Marco, Monchi y a Matías Rey, Matute. "Tres de Buenos Aires y uno de Mendoza -puntualiza Rubén Amorín-. Y después siempre hubo argentinos jugando por aquí. Por el tema del idioma la integración era sencilla. Siempre venían dos como mínimo y se iban en las Navidades, por el parón invernal". Con el tiempo también llegaría un entrenador, Miguel Castaño.

De Matías Rey, en el Barrocás se recuerda una timidez "con una sonrisa en la boca siempre". El vestuario trató de ayudarles en el trance de la emigración: "Venirte desde allá, a tantos kilómetros, aunque sea con compañeros, no es fácil. Se integraron rápidamente. Después de los partidos, sobre todo cuando se ganaba, hacíamos lo posible para quedar a tomarnos unas cervezas y así se hacía bastante piña".

Aunque la oferta de Barcelona fue irrechazable, no significó un adiós para siempre, detalla Rubén Amorín. "Como seguimos en la División de Honor, casi todos los años le veíamos una o dos veces. Le llevábamos cosas de Galicia y hacíamos algún trapicheo de licor café", bromea. Recientemente recibieron en Mariñamansa la visita de Maxi, otro de los jóvenes que llegó a Ourense para labrarse un futuro.

Como no podía ser de otra forma, el triunfo albiceleste fue celebrado en el Barrocás. "No me hubiese sorprendido el bronce o la plata, pero sí el oro porque a España, por ejemplo, le ganaron por un error del árbitro. La campanada la dieron en cuartos al ganarle 5-2 a Alemania", expone Amorín. "Son un equipo súper rocoso, compacto. Llevan dos o tres años jugando juntos y tienen un buen penalti córner, con un tío que los mete", apunta sobre las virtudes de Los Leones, el equipo que en Río ha instaurado una nueva época en el hockey.