El Celta ya tiene motivos para el festejo en 2016. Ayer acabó con la inquietante racha de tres partidos sin ganar ni marcar. Lo hizo pese a su notable empeño por complicarse la vida, por compremeter un partido que parecía resuelto por el marcador y por la sensasión de superioridad que transmitían los de Berizzo sobre el Levante. Pero una extraña desconexión cuando ganaba por 3-0 condujo el encuentro a una incomprensible ruleta rusa, a un viaje de ida y vuelta que el Celta aceptó con algo de alegría y mucho de irresponsabilidad. En gran medida este es el peaje que los aficionados deben pagar por tener un equipo que les regala tardes brillantes gracias a su particular manera de interpretar este deporte. Se le disfruta a menudo, pero trae equipado de serie estos sustos. El Levante aprovechó la relajación viguesa para empujar y conducir el partido a un final asfixiante en el que el Celta agradeció por encima de todo tener a Orellana en el campo y pudo proteger la primera victoria del año, la que corta una mala serie y mantiene el equipo de forma sólida en la quinta posición de la tabla.

Antes de que el partido entrase en el frenopático, a Berizzo le había salido a las mil maravillas la sorprendente y valiente apuesta ofensiva que había realizado y que seguramente generó un importante desconcierto en el banquillo rival. Guidetti y Aspas coincidieron por primera vez en ataque y acabarían siendo decisivos; a su izquierda Bongonda y tras ellos, Orellana, de donde parece que nadie va a moverle en lo que queda de temporada. Al equipo le costó ajustarse al partido, sobre todo por los problemas que tenía en el origen del juego, en encontrar ese primer pase que permite que todo fluya con mayor facilidad. Algo que hace días solucionaba Augusto en la mayoría de los casos y se espera que dentro de un par de semanas comience a solucionar Marcelo Díaz. Pero ayer el Levante supo cerrar con su presión a Wass y Pablo Hernández y el Celta optó por salidas menos naturales: buscar balones en largo hacia Guidetti o directamente hacia la nada. Eso lastró a los vigueses, cuya producción ofensiva cayó en picado. Otros síntomas eran más esperanzadores, como ver al equipo presionar al rival con una voracidad que se ha echado de menos en el último mes. Pequeños detalles que invitan al optimismo para lo que está por venir. El déficit de fútbol lo solucionó cuando Orellana entró al fin en el partido y el Celta entendió que esa presión sería más fácil de solucionar a un toque. El chileno encontró pronto socios en su tarea: el primero fue Aspas que se hizo con la banda derecha y le generó problemas importante al eficiente Toño; y luego entró en escena Guidetti. Todos ellos se juntaron pasada la media hora de juego para obrar una genialidad. Una circulación a un toque en el medio del campo que bien parecía una lección de geometría. El toque diferencial fue de Orellana que puso la pelota a la espalda de los centrales a Aspas. El moañés apuró la línea de fondo y asistió a Guidetti al corazón del área para que anotase el primer gol que desató al Celta y especialmente al delantero sueco que cinco minutos después aprovechó un pase de Wass a la espalda de los centrales para superar por alto a Mariña. Una delicia de gol que transformó Balaídos en una fiesta. El partido ya era una cuesta abajo para el Celta. El Levante ya no acertaba en la presión y los de Berizzo ya encontraban pasillos por los que filtrar pases. Una situación que se mantuvo en el segundo tiempo y que dio pie al tercer gol que llegó por obra y gracia de la velocidad de Iago Aspas que entró en el área como un avión para dejar con el molde a la defensa y el portero.

Y entonces sucedió lo impensable. Berizzo pensó en empezar a ahorrar esfuerzos y regalar agradecimientos. Retiró a Guidetti por Señé y aquello fue como si alguien desconectase un interruptor. El Levante dio un paso más al frente, pero resulta difícil de entender la extraña reacción del Celta. Parecía que les hubiesen hipnotizado. Deyverson, con media hora por delante, cazó un centro desde la derecha -al que Sergio seguramente debía haber salida- para estrechar un poco el marcador. Al Celta se le aparecieron sus fantasmas habituales, viejos conocidos de Balaídos. El medio del campop parecía un pantano que se había tragado a sus mediocampistas y la desconexión entre líneas en el campo fue absoluta. Solo dos minutos después otra entrada desde la izquierda de Toño acabó en un centro mal cerrado que Pedro López incrustó en la red. Las alarmas sonaron con estruendo en las filas del Celta. El problema fue que el miedo había consumido al equipo. Seguramente pesó en esos momentos el marcador, pero también el cansancio o la serie de derrotas consecutivas. La cuestión es que lo que parecía una fiesta se estaba transformando en una especie de funeral. Menos mal que irrumpió en escena Orellana. El chileno volvió a cargar con casi toda la responsabilidad. Corrió cuando lo pedía la jugada, frenó siempre que fue necesario. Un ejemplo. Él templó los ánimos de sus compañeros y de la grada antes de inventarse con la ayuda de Aspas. Es una jugada que arranca en su propio campo, en la que frena, cambia de juego y corre en busca del remate al otro área. Aspas lo vio con inteligencia y el chileno ajustició a Mariño.

Balaídos volvió a respirar de alivio. Lo hizo antes de tiempo porque al Levante aún le dio tiempo a marcar otro gol tras aceptar un deficiente despeje de Sergio Alvarez. Queda un minuto y el descuento que el Celta jugó casi si respirar, con los futbolistas histéricos y Orellana tratando de ponerse sentido al juego. Fue el único que interpretó lo que pedía el partido en cada momento, la luz que iluminó al equipo cuando para el resto solo había oscuridad. El Celta puso fin a su peor racha de la temporada. Una buena forma de encarar el duelo copero ante el Atlético de Madrid.