Mañana tormentosa en Navia, más invernal que de final veraniego. Metáfora de lo que se viene. El frío llega pronto al Octavio. Mal comienzo de campaña. Perdió en Gijón por un mal pitido arbitral. Ante el Alarcos, por defectos estructurales. Valladolid y Zamora aguardan. Candidatos al ascenso, burguesía que sobresale sobre el nutrido proletariado de Honor Plata. Los rojillos arrancan en cuesta.

Todo está prendido con alfileres en esta época de austeridad del club. Se presuponía peor el año pasado, con el trauma de la reconversión. Al final, el Octavio siempre se sintió cómodo en la tabla, amparado en su fortaleza como local. La chavalada afronta ahora el examen de madurez que les quedó por aprobar: reponerse de esos lunes en los que, al ojear la clasificación, te entra angustia.

Deben reaccionar desde cierta sensación de orfandad dentro de la cancha. Lloria los arropa pero ayer sus milagros solo sirvieron para impedir que el Alarcos sentenciase antes. Falta Cerillo, el rey de la rendija, a quien buscaban en su esquina cuando todo se nublaba. Tampoco está Diogo con sus locuras, ese lanzamiento a la ruleta, siempre impredecible. Cuando al Octavio le llegó la ceguera, y su primera oleada se deshizo en espuma, nadie ofreció la luz necesaria. Apenas un gol en los últimos diez minutos de cada periodo.

El equipo vigués vivió enganchado a las penetraciones suicidas de Figueirido y a cómo Méndez retuerce su torso en el aire. Silva, que en el primer choque había anotado ocho goles, se quedó ayer en uno, logrado a poco del final. Todo empezó y acabó en la primera línea. El Alarcos interrumpió con acierto la conexión con el pivote. Los extremos fueron mayormente figuras decorativas. Y si se encontraba por azar la fisura, fallaba el brazo. La polivalencia de Tate tiene sus límites.

Jabato sufre para encontrar las combinaciones adecuadas. Demasiados especialistas ofensivos y defensivos, sin buenas prestaciones combinadas. El técnico necesita limitar los cambios defensa-ataque en una categoría en la que se juega al galope. Confecciona una especie de mecano o transformer. A veces los extremos defienden en el penúltimo y los laterales, en el extremo. Es lo que tiene y lo explora. Confía en la capacidad de crecimiento de sus chicos.

Con todo, el Octavio tuvo opciones en un partido en el que ninguno de los equipos dispuso de rentas superiores a los tres goles hasta casi el bocinazo final. El infierno está en los detalles. En un encuentro de escasas exclusiones, su deficiente aprovechamiento mató a los vigueses: en inferioridad perdieron por 0-2; en superioridad, 0-2 y 0-0. Dolieron especialmente esos dos goles en contra siendo uno más con 10-8 en el marcador. Pareció temprano en el encuentro. En perspectiva, la mejor ocasión de marcar territorio con autoridad.

El Octavio, por debajo desde el 11-12, volvería a recuperar brevemente el mando con el 20-19, producto de esas efervescencias tan académicas. Los chicos siguen exhibiendo empuje y energía. Otra cosa es su administración. En el intercambio posterior de imprecisiones y pérdidas se impuso el Alarcos, mucho más coral en su reparto actoral. Tampoco ayudaron los árbitros. Solo Lloria tiene jerarquía para comerles la oreja y él está encadenado a la portería. Era la tarea de Cerillo, que desde la grada contemplaba el primer partido sin sí, como buscándose en una especie de viaje astral. Al acabar, se levantó y se fue, abriendo una de las puertas de cristal del pabellón, por la que se coló un escalofrío. A vivir sin él también hay que aprender.