Sufrir es innato a los equipos de fútbol. A algunos más que a otros, para qué engañarnos. Pero alcanzar ese derecho a sufrir es, en ocasiones como ésta, una bendición. Hace diez años por estas fechas, Celta y Real Sociedad disputaban en Balaídos una batalla cruel por un puesto en la Champions el primero y el título de Liga, el segundo. Ganó el conjunto vigués y la decepción se adueñó de los "txuri urdin". La incongruencia del fútbol.

El festejo por el cuarto puesto, como se acordarán, provocó una riada de felicidad por las calles de Vigo. El subcampeonato fue un velatorio. Un año más tarde, los dos equipos volvían a encontrarse cara a cara con el sufrimiento. Esta vez, ambos, por la permanencia. Los vascos la lograron en la penúltima jornada merced a un desastroso partido del Celta en Riazor. Los vigueses se fueron al pozo tras caer en la última. Ahora, los tres vuelven a encontrarse en ese juego laberíntico en el que a veces se convierte la Liga y solo a uno le queda por probar la hiel.

Es lo que necesita el Celta para poner el broche a una reacción contra el reloj. Llegar a la última jornada con las posibilidades de salvación como lo hace el grupo de Abel es tener licencia para soñar con una recompensa comparable a aquella Champions de 2003. Permanecer en Primera es, coyunturalmente, una necesidad vital para el Celta, para Vigo y su entorno. Queda un arreón y hay que darlo.

El Celta puede. Y eso es lo importante. Lo primero que tienen claro los jugadores es que el apoyo desde la grada no le faltará. Ayer se vendieron 1.500 entradas en un primer muestreo de lo que será Balaídos este sábado. El Celta y el celtismo se han ganado el derecho a tener voz en este acto final y lo harán valer con fuerza. Es la primera carta que deben poner encima de la mesa futbolistas y aficionados?y la pondrán. La caldera de Balaídos está preparada? "xa ferve".