Balaídos ha sido a lo largo de la historia terreno abonado para el Barcelona, que ha ganado más partidos de los que ha perdido (18 por 16) en sus visitas al estadio vigués. Los dos últimas comparecencias del cuadro azulgrana en el coliseo olívico se han saldado con derrota local, si bien en la historia reciente no escasean los triunfos célticos.

La última victoria céltica se produjo frente al Barcelona de Frank Rijkaard que un par de años después ganaría la Liga de Campeones, cuya plantilla adornaba el mejor Ronaldinho y tipos como Javier Saviola, Edgar Davids o Luis Enrique y en la que ya despuntaban como figuras emergentes Xavi Hernández y Andrés Iniesta.

Aquella victoria tuvo un sabor tan dulce como luego improductivo. A tres jornadas para el final del campeonato saltaban chispas en ambos bandos. El Celta, que el curso anterior se había clasificado por primera vez en la historia par disputar la Liga de Campeones, vivía su momento de mayor penuria de la última década en una campaña que se había torcido de modo irreparable desde el mes de diciembre. Al despido de Miguel Ángel Lotina a finales de enero siguió, avanzado marzo, la deserción de Antic y el club recurrió a dos hombres de la casa, Moncho Carnero y Rafa Sáez, en un último y desesperado intento de salvar al equipo del desastre. Las opciones de salvación pasaban necesariamente por ganar a un Barcelona, que marchaba segundo en la Liga y tenía en Balaídos prácticamente su última oportunidad de poner en aprietos al Valencia. En este contexto de necesidad se enfrentaron ambos equipos en un partido intenso, que se resolvió a dos minutos del descanso con un solitario gol de Edu. El brasileño, a pase de Mostovoi, batió a Valdés con un disparo raso y certero, ajustado a la base del poste derecho.

Fue un partido trepidante, tenso y lleno de alternativas, pues Luccin dilapidó un penalti al inicio del segundo tiempo y Juanfran, providencial, sacó bajo el travesaño un remate de Saviola a cuatro minutos del final. De Ronaldinho, marcado a fuego por Sebastián Méndez, apenas hubo noticias.

Aquella victoria sacaba al Celta del descenso después de diez jornadas consecutivas en el fondo de la tabla. El equipo volvía a depender de sí mismo con dos jornadas por delante. Bastaba con cumplir en el siguiente partido en Riazor para encarrilar la situación y depender de uno mismo en la última jornada en casa contra el Mallorca. Infelizmente, el Celta se despeñó en A Coruña, donde fue humillado por el Deportivo en una de los peores descalabros que se recuerdan en los anales de los clásicos gallegos. Pero esa es otra historia.