La debilidad mental era uno de los defectos del Celta en estos últimos años. La situación económica del club y el descenso motivó a renovar una plantilla en la que la cantera cobraba protagonismo. Equipo joven, con una de las medias de edad más bajas de la categoría. Este aspecto tiene cosas positivas, pero también tiene como contrapartida la inexperiencia o la inocencia.

Los canteranos fueron madurando. La temporada pasada fue la de la ilusión. Los resultados iban acompañando. La apuesta por la cantera empezaba a dar sus frutos. El Celta se quedó a las puertas del ascenso. El último tercio del curso fue un desastre. El bajón fue alarmante. El curso dejó como cuenta pendiente ese aspecto psicológico. Se demostraba, por ejemplo, cuando tocaba remontar un resultado adverso. Los hombres de Paco Herrera sólo habían logrado dos victorias tras darle la vuelta al marcador. Esos triunfos se cosecharon ante el Córdoba y el Rayo Vallecano.

Este curso todo cambió. El Celta dio la cara en los momentos complicados. El colectivo primó sobre lo individual. No había dependencias hacia nadie. Todos eran importantes. Y, sobre todo, el cuadro celeste demostró que puede remontar un resultado adverso. Lo demostró logrando tres triunfos épicos ante el Villarreal B (2-3), Valladolid (1-2) Almería (4-3) y Xerez (4-1). Ante el Recreativo también supo darle la vuelta al tanto inicial de Pablo Sánchez.

El conjunto vigués demostró que nunca se le puede dar por muerto. Su concentración dura hasta el pitido final. Así lo demostró en el feudo del Xerez al neutralizar en el descuento una ventaja de dos goles. (3-3). Ante el Valladolid evitó sobre la bocina que los pucelanos saliesen victoriosos de Balaídos. Un libre directo ejecutado con maestría por Orellana firmaba el empate (1-1). El tanto del chileno, al igual que el de Joan Tomás en Zorrilla, ha significado un ascenso. La Primera no es un lugar para los débiles. Y el Celta ha demostrado con creces que ha dejado atrás esa debilidad psicológica.