Alejandro López ha muerto. Un cáncer de pulmón se ha llevado por delante a parte de la historia más reciente del balonmano gallego. El hombre que estuvo vinculado, bien como jugador, bien como entrenador, a Frigoríficos, Pilotes Posada, Teucro o Chapela; el hombre que llevó al Cangas al sueño de una clasificación europea; el hombre que dirigió a la selección de Galicia en tres ocasiones, ya no está entre nosotros. El destino, tan implacable como azaroso, ha querido que haya sido poco más de dos meses después que su admirado Laurent Fignon, con el que decía compartir indómito espíritu, un carácter ganador y, en los últimos tiempos, una cruel enfermedad, la única capaz de doblegar a ambos.

Con 51 años, el técnico vigués de nacimiento, y cangués de adopción, ha sido no sólo ejemplo por su trayectoria deportiva, sino por la entereza con la que afrontó hasta el último momento su enfermedad. La víspera de su fallecimiento comentaba a uno de sus íntimos: "Isto acabouse". No era sino el último reflejo de su lucidez, ésa que le llevaba a hablar sin tapujos del cáncer, palabra tabú para muchos otros. Ésa que, cuando se le diagnosticó la dolencia, le hizo despedirse de los aficionados al balonmano en uno de los foros más conocidos de Internet.

Pocos podían esperar que aquel niño de 9 años que correteaba por el patio de los Maristas se convertiría en un personaje ya mítico de este deporte en Galicia. Fue el impulso del padre Miguel el que le metió el gusanillo del balonmano, un vicio que ya no lo abandonaría en toda su vida. Maristas, Teucro, SAR, Pilotes Posada y Mercantil fueron sus clubes como jugador. En el salto a los banquillos pasó por Cangas, SAR, Octavio, Chapela, Almería y Melilla. Le tocó vivir las apreturas deportivas y/o económicas inherentes al balonmano autonómico. En el Pilotes se sacrificó para lograr la salvación ("tenéis que cambiar de entrenador si queréis la permanencia", le espetó a Javier Rodríguez), en el Chapela puso todo de su parte en un equipo que llevaba meses sin cobrar.

Ése podía haber sido el injusto final de su carrera deportiva. Regresó a su despacho de médico y se desvinculó del balonmano. Pero entonces el Cangas llamó a su puerta. Goran Dzokic había sido destituido y Manuel Camiña hizo una nueva intentona para que Alejandro López se sentase en el banquillo de O Gatañal. El técnico, que había rechazado la oferta canguesa en dos ocasiones anteriores, no pudo negarse. "Acababa de ver la final del Mundial entre Francia y Suecia y me dije que ese año ya no vería más balonmano", comentaba, con precisión milimétrica al situar este acontecimiento el 4 de febrero de 2001. Camiña se fue a buscarlo a casa. No hubo ni que convencerlo. Se acababan de sentar las bases de los mejores años del Frigoríficos del Morrazo.

"El Cangas es el equipo en el que más he disfrutado del balonmano", reconocía en una entrevista el pasado 20 de mayo. Con equipos aguerridos, basados en su defensa, y a pesar de los ridículos presupuestos, López firmó varios milagros, asegurando la continuidad en la Asobal año sí, año también. Su amor por el balonmano le hizo abandonar su profesión de médico. Su generosidad, protagonizar jugosas anécdotas. Como cuando llegó a ofrecer parte de su ficha al club para conseguir el fichaje de Akos Kis, o cuando pagó parte del sueldo de un colaborador sin que éste se enterase para seguir contando con sus servicios.

El destino le reservaba el merecido premio. Con una plantilla en la brillaban jugadores como Muratovic, Smigic, Bustos o Xavi Pérez el Cangas alcanzó la clasificación europea. Se había tocado techo. Llovieron las ofertas a los jugadores. El emergente Almería se fijó en él. Dos años de contrato y una oferta simplemente irrechazable. López emprendía la aventura. En Andalucía no dio con la directiva adecuada. Luego se fue al Melilla, club que debió abandonar tras detectársele la enfermedad. Su adiós fue en mayo, en el Galicia-Gran Bretaña, en la cancha, como debía ser.