Frederick Lorz se dirige a la meta, entero pese al sol de justicia que atorra Saint Louis en la sobremesa. El público comienza a jalearlo a grandes voces cuando ve surgir a su compatriota entre el polvo del camino. Quizás Lorz se extraña al principio del recibimiento o ya porta una sonrisa socarrona que nadie percibe. Apenas algunos sospechan de su trote, excesivamente alegre tras cuarenta kilómetros. Rompe la cinta, es alzado en hombros y proclamado héroe. Lo propio del tercer campeón olímpico del maratón, digno sucesor del cabrero Spiridon Louis (Atenas 1896) y el panadero Michel Theato (París 1900). La hija del presidente Teodore Roosevelt, Alice, una belleza de la época, le impone la corona de laureles y ambos posan para los fotógrafos. Minutos después se descubre el entuerto. Lorz ha recorrido casi 18 kilómetros en camión. Su entrenador lo había recogido tras un desfallecimiento. Tras recuperarse, lo único que pretendía al encaminarse a la zona de llegada era recoger su ropa pero se dejó llevar por el ambiente. El gentío lo busca para escarmentarlo, pero ya no está en el estadio. Abrumado, consciente de que la broma se le ha escapado de las manos, confesará.

Las autoridades no igualaron su sentido del humor. Lorz fue expulsado de malos modos y vetado a perpetuidad en las competiciones amateurs. En muchas historias del deporte lo retratan como el primer tramposo de la era moderna. Al final, convenció a todos de que sólo había sido una chanza mal calibrada. Lo rehabilitaron y en 1905 ganó el maratón de Boston en buena lid.

En realidad, la burla de Lorz encajó a la perfección con el tono surreal de aquellos Juegos. Coubertain se los había adjudicado a Chicago pero Saint Louis, que organizaba una exposición universal por esas fechas, amenazó con boicotearlos. Al final, el barón le entregó su invento a los organizadores de la exposición y estos convirtieron la tercera edición es un entretenimiento secundario del programa. Aquellos Juegos duraron cuatro meses y medio, a razón de actividad por día, como si de una feria se tratase.

El maratón culminó el sinsentido. Se disputó a las tres de la tarde, bajo un calor asfixiante, con el 70 por ciento de humedad que es habitual en la Louisiana. El único avituallamiento estaba a mitad de recorrido. Apenas 31 atletas se atrevieron a afrontarlo. El itinerario ni siquiera estaba acotado. Lo compartieron con automóviles y carretas. 14 llegaron a la meta. Los demás fueron cayendo. Al californiano García lo encontraron inconsciente. Sam Mellor se retiró por agotamiento. A John London se lo llevaron entre vómitos.

No le fue mejor a Thomas Hicks, el ganador oficial tras la ´descalificación´ de Lorz. A los jueces, seguramente por despachar lo antes posible la bochornosa jornada, no les importó que Hicks hubiese cruzado la raya sostenido por sus entrenadores. Que además lo habían intentado reanimar con inyeccciones de estricnina y brandy. No era entonces dopaje ni el COI lo ha considerado así en sus revisiones. Es el premio a su esfuerzo, que casi le cuesta la vida. Varios médicos presentes en el campo tuvieron que atenderlo.

El cubano Félix Carvajal completó los 40.000 metros (no fueron 42.195 hasta Londres 1908) con bastante mayor comodidad. Y eso que corrió en vaqueros, recortados a la altura del muslo justo antes de la salida. Carvajal se había costeado el viaje a Estados Unidos con su modesto peculio de cartero y en tránsito por Nueva Orleans había perdido en las apuestas lo que quedaba de sus magros ahorros. A Saint Louis llegó en auto-stop y con lo puesto. Pero nada ensombreció su jarana caribeña. Durante la carrera se detuvo a comer unas manzanas, le sentaron mal y se echó una siesta. Quedó cuarto.

Entre tanta anécdota se pierden hitos como el debut africano en unos Juegos. Len Tau y Yamasani eran supuestamente dos miembros de la tribú Tswana, enrolados en una muestra itinerante sobre la guerra de los Boers. En realidad eran Len Taunyane y Jan Mashiani, dos estudiantes de Orange que participaban en el "show" por ver mundo. Decidieron anotarse en el maratón. Acabaron noveno y duodécimo. Y muchos espectadores aún comentaron que Len Tau podría haber vencido. Se lo impidió una jauría de perros que lo persiguió durante dos kilómetros.