Ciclismo

A la segunda etapa de la Vuelta sólo le faltó una plaga de langostas

Caos total entre lluvia, toma de tiempos antes de meta, caídas y saboteadores lanzando clavos a la carretera para que pinchasen los corredores

Sergi López-Egea

Al paso de la Vuelta por Barcelona sólo le faltó que una plaga de langostas azotara al pelotón. Si la primera etapa estuvo marcada por la lluvia y la oscuridad, la segunda fue un auténtico caos, entre unos ciclistas que cada vez afinan más a la hora de enfrentarse a las condiciones del tiempo y a unos borregos que tiraron clavos para que pinchase buena parte del pelotón. Así realmente no se puede correr. “Había que preservar Barcelona y la etapa”, reconoció Javier Guillén, director de la carrera. Pero ciclistas y equipos llevan tiempo montados en una excesiva comodidad a la hora de correr.

Siempre ha llovido, ha hecho frío y ciertamente en condiciones adversas montar en bici es incómodo, pero el ciclismo está plagado de páginas de épica que han convertido en mitos a corredores que han resistido como colosos el azote del mal tiempo.

Ocurrió lo peor que este domingo podía haber pasado. Y es que amaneciera como si se acabase el mundo. Y, encima, después de que el estreno de la Vuelta acabase entre las tinieblas de Barcelona. La mínima voz de protesta por el frío, el agua o el riesgo de caídas sería atendida. “Había que hacer gestos”, admitió Guillén.

Los ciclistas miraron el perfil de la etapa y consideraron que su integridad física corría peligro entre curvas y bajadas por Montjuïc camino de la llegada al Estadi Olímpic. Primer gesto: se aplicó el denominado protocolo climático y los tiempos se tomaban en lo alto del Castell, a 3,6 kilómetros de la meta. Sin embargo, algún ciclista no estaba convencido. ¿Alguno? Fue Jonas Vingegaard quien se fue entrevistando con otros líderes. No quería riesgos. Si había decidido acudir a la Vuelta era para ganarla, pero no para irse al suelo en la segunda etapa. Segundo gesto: los tiempos se toman tras pasar por las Torres Venecianas de la plaza de Espanya y la subida a Montjuïc queda sólo destinada a los que quieran ganar la etapa, pero sin que tenga valor alguno para la clasificación general.

Con esta planificación el día no se presentaba muy animado, la verdad, porque si la victoria en Montjuïc no valía para la general la etapa ya se presentaba torcida. ¿Torcida? ¿Gafada? Para olvidar y apagar las farolas, aunque fuesen simbólicas.

Los pinchazos

Y en eso, cuando faltaban 100 kilómetros para la meta, en una curva llegó el sabotaje, lo que faltaba, el diablo boicoteando la carrera, colocando clavos reforzados con tacos para que pinchase medio pelotón: Remco Evenepoel, Vingegaard, Geraint Thomas o Juan Ayuso entre los afectados. “A alguien le dio por poner clavos en una curva. Le doy las gracias porque podíamos habernos matado”, protestó el joven ciclista alicantino. Pésima imagen, sobre todo si el atentado a la carrera tuvo una finalidad política.

Mientras unos ciclistas pinchaban otros caían por una carretera resbaladiza. Si se caen los anónimos, los parias del pelotón, pues no pasa nada, pero cuidado con que se vaya al suelo una figura. Y ocurrió poco antes de llegar a Molins de Rei. Primoz Roglic se fue al suelo y Vingegaard mandó parar. Gestos con las manos para que se rebajase la velocidad y ¿quién le levanta la voz al ganador del Tour? Por delante iba una pareja, Andrea Piccolo y Javier Romo, un dúo que si cruzaba con ventaja por el punto de toma de tiempos establecido a 9 kilómetros de meta, uno de ellos, en este caso el ciclista italiano, sería recompensado con el liderato de la Vuelta.

Mal tiempo en Andorra

En un día para olvidar, los líderes decidieron tomarse el paso por Montjuïc con sosiego, en la trastienda, y dejaron que unos pocos, clandestinos mediáticos la mayoría, se jugasen la suerte de una etapa nefasta con victoria del danés Andreas Kron.

Este ciclismo da mucha pena. Barcelona no se lo merecía. Al menos se llenaron los pantanos. La épica parece haber pasado a la historia. Y ojo que se anuncian 8 grados en la cima de Arinsal donde este lunes acaba la tercera etapa de la Vuelta. Es agosto, aunque alguien haya decidido adelantar el otoño sin pensar que a algunos ciclistas sólo les gusta correr con el sol calentando sus cascos. Si Federico Martín Bahamontes o Luis Ocaña levantasen la cabeza nada entenderían.