Por sí mismo, como fenómeno físico, el cine ya es mágico. Más si se suma la química, si el director logra emocionar o seducir al espectador. Pablo Berger ya logró esa magia en "Blancanieves", confirmando el talento que avanzó en "Torremolinos 73". En "Abracadabra" recupera un tono en apariencia más ligero, aunque reducirla a una comedia negra es limitarla. Pese a que recuerda al Woody Allen que nos intentó hipnotizar con la frescura de "La maldición del escorpión de jade", aquí filtrado por el costumbrismo y un histrionismo al estilo de Álex de la Iglesia, tras la parafernalia ecléctica del espectáculo habla en realidad de temas muy serios, como el maltrato o la sociedad.
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