“Lo veo como el trabajo de mi vida porque me encanta lo que hago. No lo cambio por nada. La libertad que tengo, la manera de trabajar, el cómo se vive en el mar… Es otra historia totalmente distinta”, dice José Manuel Maciel a bordo del Coya. Es un barco diminuto, que ronda los cinco metros de eslora y en el que sale a faenar diariamente; poco tiene que ver con el oficio al que dedicó la mayor parte de su tiempo. Desde los 17 años hasta la pandemia, este vigués de 46 cortaba y vendía carne como ahora pesca peixe. Pero lo hace acompañado de su pareja, Marta, que no dudó en sumarse a él tras verse obligado a cerrar su negocio.

Como tantos otros, el impacto del coronavirus echó por tierra sus planes, cuando la carnicería de José se vio forzada a echar la verja por el parón que trajo consigo el confinamiento. El hecho de distribuir fundamentalmente al canal Horeca (hoteles, restaurantes y cafeterías) jugó en su contra cuando las plazas yacían vacías de terrazas y las puertas de los bares se resistían a abrir. Entonces tocó renovarse, actualizarse o morir, y ahí se sobrepusieron sus genes.