Un libro reivindica a la gran Raffaella Carrà

La artista, fallecida en julio del año pasado, fue un símbolo adelantado a su tiempo | El periodista Paolo Armelli analiza su polifacética figura

Raffaella Carrà con un modelo diseñado por Rocco Barocco, en 1986.   | // RINO PETROSINO

Raffaella Carrà con un modelo diseñado por Rocco Barocco, en 1986. | // RINO PETROSINO / SERGIO DEL AMO

SERGIO DEL AMO

De pequeña, Raffaella Carrà soñaba con ser coreógrafa. Con 14 años se desplazó de su Bolonia natal a Roma para matricularse en la Academia Nacional de Danza. Una vez allí, no le quedó más remedio que claudicar: su profesora, la bailarina Jia Ruskaja, le dijo que sus tobillos eran “demasiado frágiles” para el ballet. En vez de venirse abajo, aquellas palabras la animaron a explorar otros caminos. Fue actriz, vedete en programas de variedades, cantante políglota y presentadora. Y también una inconformista de manual: tras ganar el corazón de los italianos, a mediados de los 70 se propuso repetir la hazaña en nuestro país.

A punto de cumplirse un año y medio de su fallecimiento, a los 78 años, y con una plaza en Chueca que lleva su nombre, Blackie Books acaba de editar El arte de ser Raffaella Carrà. En sus páginas, el periodista Paolo Armelli analiza su polifacética figura y cómo se convirtió en un símbolo intergeneracional, adelantado a su tiempo, que abogó por el empoderamiento femenino y la libertad sexual. Gracias a ella, Italia y España se modernizaron a marchas forzadas.

En 1952, con solo 8 años, debutó en la gran pantalla de la mano de Mario Bonnard en Tormento del pasado. A partir de 1958, apareció en otros largometrajes, aunque su gran oportunidad llegó en 1964: el mismísimo Frank Sinatra quiso que apareciera en El coronel Von Ryan, una cinta bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial y rodada en Italia, dirigida por Mark Robson. El que fue miembro del Rat Pack la atosigó con ramos de rosas, cenas y lujosos regalos.

Ella le dio calabazas. Porque, aunque se trasladó a la meca del cine tras el sueño americano, pronto se dio cuenta de que Hollywood no era su lugar. De hecho, renunció a participar en otros dos filmes en inglés que había firmado con 20th Century Fox y volvió antes de lo previsto a Italia. Sinatra la olvidó rápidamente y en 1966 se casó con actriz Mia Farrow.

Boquiabiertos

El 14 de marzo de 1970, una jovencísima y aún desconocida Carrà debutó en el programa televisivo de variedades Io, Agata e tu, presentado por Nino Ferrer. Solo estaba previsto que apareciera en algunas escenas cómicas, pero pidió algo más: bailar tres minutos sola frente a las cámaras. Con un corte de pelo bob todavía castaño y ataviada con un ajustado mono brillante, interpretó Il mio castello. Los espectadores se quedaron boquiabiertos al ver sus contoneos y, sobre todo, su mítico latigazo de cabeza hacia atrás.

Como recoge el libro, su madre Iris la llamó al día siguiente para preguntarle: “¿Eras tú la de la televisión? Nunca te había visto tan poderosa”. Gracias a esa actuación, a los pocos meses la Rai 1 le ofreció presentar el popular Canzonissima, cada sábado por la noche, junto a Corrado Mantoni.

A diferencia de otras divas que cambian de look constantemente, ella siempre fue fiel a su imagen. Antes de adoptar el apellido artístico Carrà, en honor al pintor futurista Carlo Carrà, era morena. Durante un tiempo se aclaró el pelo para parecer castaña, pero la metamorfosis definitiva se produjo a principios de los 70, coincidiendo con la emisión de Canzonissima: su primer gran amor, el presentador Gianni Boncompagni, la alentó a teñirse de rubia. No se puso en manos de cualquiera. Confió en los Vergottini, peluqueros afincados en Milán y conocidos por importar las últimas tendencias.

Milleluci, el nuevo programa de variedades que la Rai estrenó en 1974, iba a contar con la cantante Mina y Alberto Rabagliati como conductores. Pero tras grabar el piloto, Rabagliati falleció repentinamente. Como Carrà había sido invitada al primer programa, Mina le propuso al director que le diera más protagonismo. Al final, presentaron juntas. Ya en los ensayos surgió lo que la prensa italiana bautizó como “la guerra de los tacones”. El coreógrafo y director Gino Landi confirmó la leyenda: “Mina, que era más alta que Raffaella, decidió ponerse tacones. Carrà tomó medidas, Mina tensó la cuerda poniéndose otros más altos... y así siguieron hasta que los operadores las frenaron por miedo a que las dos se salieran del plano”. Más allá de la anécdota, sus compañeros aseguran que mantenían una buena relación.

Para Luca Sabatelli, su diseñador de vestuario predilecto, los vestidos de Carrà eran armaduras que le posibilitaban derribar prejuicios y conquistar los escenarios. En 1970 pasó a la historia por ser la primera mujer en mostrar el ombligo en la tele pública italiana. Esa noche, también en Canzonissima, estrenó Tuca Tuca, cuya coreografía consistía en tocar algunas partes de sus bailarines. Varios ejecutivos de la Rai pretendieron censurarla y hasta el Vaticano inició una campaña de desprestigio. Pero en el siguiente programa, volvió a bailarla en compañía del actor Alberto Sordi. Y se zanjó la polémica. Así era la Carrà, que luego tuvo en España una acogida tan grande con su humanidad.