Mientras podamos estar juntos, que el mundo ruede. La popular ranchera con este título que interpretó magistralmente Rocío Dúrcal le viene como anillo al dedo a esta pareja que ha dado sobradas muestras de solidez. En ese rodar van todos incluidos: hijos, exmaridos y exmujeres, amén de la mismísima Reina de Inglaterra y los siempre tan exigentes súbditos británicos. Son Carlos de Inglaterra, el príncipe de Gales y como tal, heredero de la Corona en el Reino Unido, y Camila, la duquesa de Cornualles. Acaban de celebrar 11 años de feliz matrimonio, y más de 40 de un amor a prueba de bombas.

Se conocieron de jóvenes en 1970, en un evento tan del gusto "british" como un partido de polo. Él tenía 22 tiernos años; ella, sólo uno más, pero contaba con mucha más madurez, seguridad y mundo. Él cayó rendido a sus pies y así sigue. Basta ver las apariciones públicas de la pareja, que ya casi septuagenaria no escatima en miradas y gestos cómplices. Se han ganado a pulso pues eso: hacer gala en público, cuando quieren y pueden, de que se aman como el común de los mortales. Y no lo han tenido fácil. A su lado, la historia de amor de Eduardo VIII (tío abuelo de Carlos) y Wallis Simpson resulta de opereta.

Porque Carlos y Camila no sólo han tenido que hacer frente a las cuestiones de Estado para estar juntos, sino a Isabel II en los papeles de reina y de suegra contraria a la relación, a una ristra de hijos también en contra, al pueblo británico que convirtió a la duquesa en la bruja malvada de un cuento, e incluso a un fantasma, el de Lady Di. La madre de Guillermo y Enrique -los hijos que tuvo con el Príncipe de Gales y hoy felices (al menos, así lo demuestran) de ver a su padre feliz- siempre ha estado ahí chinchando: primero, como la dulce e inocente joven que se casa enamorada con un príncipe que le sale rana porque él está enamorado de otra (la malvada Camila); luego, como la mujer despechada y traicionada por un esposo que nunca la quiso (y ese papel siempre hace que se pongan de tu lado y machaquen a los de enfrente); y posteriormente, tras fallecer trágicamente en París a los 36 años, como un recuerdo inevitable siempre que se habla de Carlos y Camila, quienes han de cargar con el sanbenito de la desgraciada existencia de Lady Di.

Porque a ésta siempre se le ha presentado como víctima (de un amor no correspondido, de amistades traicioneras, de los cuernos, de Buckingham...), pero pocos han estado dispuestos a darle la vuelta a la historia y pensar en el desasosiego del Príncipe de Gales, quien enamorado hasta las trancas de Camila tuvo que ver cómo ésta se alejaba de él y se casaba con otro mientras él se veía forzado a casarse con una joven que respondiese a lo esperado para el Príncipe de Gales e iniciar un matrimonio infeliz. No sólo Diana lo habrá pasado mal en la pareja, sino también él, que al fin y al cabo era el que estaba obligado. Y si pocos han pensado en Carlos, muchos menos en Camila: una mujer que entendió que su amor por el joven heredero británico no tenía visos de prosperar y decidió, pese a lo que le pedía el corazón, poner tierra de por medio y tratar de formar otra familia.

Pero la cabra tira al monte, y mucha tierra de por medio no hubo entre ambos, pues la hoy Duquesa de Cornualles acabó de invitada en la boda de Carlos y Diana en 1981, y cuentan que era una de las mejores amigas de la novia, a quien la dulce princesa buscaba para entender a su marido, pues lógicamente Camila lo entendía mejor...

"Éramos tres en el matrimonio", sentenció Diana, ojerosa, en la tele, cuando su matrimonio saltó por los aires. Años antes había saltado el de Camila. Parece ser que ambos nunca llegaron a dejar de verse. El que la sigue la consigue y calmado el temporal, ocho años después de la muerte de Diana, Carlos y Camila sellaron su amor ante la Iglesia anglicana, ante sus cuatro hijos ya convencidos de su relación, ante una indulgente Reina de Inglaterra y ante el pueblo británico, que poco a poco ha tragado a la Duquesa de Cornualles.

Lo dicho: que el mundo ruede.