Cuando Sito Miñanco entró por última vez en prisión en 2001, todavía estaba vigente la peseta. Su detención ponía también fin a la carismática imagen que se había forjado desde que en los años 80 abandonó el furtivismo del can en la Ría de Arousa para pasarse al chollo do fume (contrabando de tabaco). Su vinculación con un alijo de "fariña" desveló que su negocio no se limitaba solo al tabaco, como él y sus allegados hacían creer, y confirmó sus excelentes relaciones con destacados jefes de los cárteles colombianos.

Miñanco se había rodeado de una aureola de aventurero y triunfador. Se acostumbró a desafiar las leyes desde muy temprana edad con el furtivismo pilotando la barca familiar, lo que le convirtió en uno de los mejores conocedores de la Ría de Arousa y en un hábil patrón. Su leyenda comenzó tras la gran redada del tabaco en 1984, momento en que sus socios no aceptaron dar el salto a la droga y él montó su propia organización. Su compañía sería en los 80 la más importante, llegando a tener en nómina más de un centenar de personas en "plantilla". A los suyos no les faltaba apoyo, económico y moral cuando lo necesitaron. Amigos, empleados y vecinos tuvieron abiertas las puertas de los mejores hospitales y la organización se hacía cargo de las familias cuando alguien caía en las redes policiales.

El fútbol era una de sus grandes pasiones, directivo del Cambados, se lo llevó a jugar a Sudamérica. Coches, fiestas y mujeres coronaron su éxito. Su mítico Testa Rosa permanecía en un garaje de Vilagarcía. Ingresar en prisión tampoco frenó sus negocios, como se demostró cuando le incautaron varios teléfonos móviles en su celda. Divorciado de su primera esposa, a través de su nueva compañera sentimental, Odalys Rivera, llegó a tener contacto directo con el presidente Noriega. El mejor prototipo del joven narco saldrá libre con casi 60 años, tras pasar los últimos 20 en prisión.