El patriarca del clan de los Charlines lleva prácticamente en prisión desde 1990. Encarcelado por un alijo de 600 kilos de cocaína y blanqueo de dinero, Manuel Charlín Gama disfrutó de cortas temporadas de libertad durante la pasada década, pero a partir de 1997 no volvió a cruzar las rejas de A Lama. Hasta el día de hoy, en el que está previsto que salga de la cárcel pese a estar imputado en la operación de blanqueo desarrollada contra parte de la familia Charlín, razón por la que el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) ha confirmado que lo citará a declarar en próximas fechas.

Manuel Charlín Gama nació en 1932. Fue el primero de los cinco hijos de Melchor Charlín y Adelaida Gama, y como la mayoría de los niños de aquella época, arrinconó pronto los libros para ponerse a trabajar. Su padre era patrón de un barco de altura, y su madre compraba y vendía marisco.

Aquel joven vilanovés también empieza a ganarse el pan en trabajos relacionados con el mar. Quienes le conocieron dicen que era tranquilo y poco amigo de juergas, pero ambicioso. De modo que enseguida hace sus primeros pinitos en el estraperlo.

Productos como el aceite, la harina o el café son introducidos ilegalmente desde Portugal a través de la raia, y es en ese momento cuando Charlín Gama fragua los primeros contactos en el país luso, que tan útiles le serían más adelante. Comerciaba con toda clase de productos, como café, cobre, licores o tabaco y se sospecha que también movió dinamita para la pesca de la sardina.

Para entonces ya había contraído matrimonio con Josefa Pomares Martínez, una vecina de Caleiro con la que tuvo seis hijos: Josefa, Melchor, Manuel, María Teresa, Adelaida y Óscar. Rondaba los treinta años de edad cuando Charlín Gama observa como algunos tabaqueros están haciendo una fortuna con el rubio de batea.

O Salnés seguía siendo una comarca pobre. Las mujeres se deslomaban en el campo, en la seca o en conserveras donde trabajaban de sol a sol por muy poco dinero; y los hombres corrían a las estaciones de tren y a los aeropuertos camino de la emigración. Mientras, contrabandistas como Vicente Otero, Terito, José Ramón Barral, Nené, Marcial Dorado o Luis Falcón eran bien vistos por mucha gente, pues creaban riqueza con sus empresas y pagaban muy bien a quienes realizaban las descargas de tabaco. El contrabando sólo era entonces una infracción fiscal y para muchos, los tabaqueros eran tipos hábiles capaces de engañar con picardía al todopoderodo Estado.

Manuel Charlín Gama se convierte pronto en el líder de una de las principales organizaciones del Winston de batea. Junto a él trabajan varios de sus familiares, y se empieza a forjar el clan de los Charlines. Manuel, el primogénito, era el cabecilla, el patriarca. Gracias a las ganancias obtenidas con el tabaco, la familia va cimentando una fortuna, que canaliza con la creación de varias empresas y de suntuosas mansiones.

El buque insignia del clan es el cocedero Charpo. Hoy en día esta fábrica es una ruina total, destechada y a punto de caerse, pero en su momento llegó a ser una potente empresa con barcos propios y más de setenta empleadas. Unas empleadas a las que Charlín no dudó en sacar de la fábrica para que se ocupasen de la limpieza de la finca del pazo de Vista Real. Al frente de las tareas doblaba la espalda como una más la mismísima Josefa Pomares.

Charlín Gama era hombre de pocas palabras, pero resolutivo y ágil en la toma de decisiones. También presumía de lograr lo que quisiera a base de esfuerzo y constancia. De hecho, se cuenta que cuando alguien se le acercaba aturdido por algún problema él le respondía que “tú te ahogas en un vaso de agua, y a mí no me llega la ría de Arousa para ahogarme”.

Salto a las drogas

Tras la muerte de Franco se respiran aires de cambio en España. Muchos ansían un nuevo horizonte de libertad. Con la llegada de la democracia, muchos sectores de la población se emborrachan de euforia. Algunos jóvenes, cansados del ambiente cerrado de la Dictadura, llegan a la conclusión de que el consumo de drogas es una vía legítima para reivindicar un espacio de libertad individual. Y empiezan a consumir porros de hachís o marihuana.

Una vez más, Charlín Gama sabe leer lo que parte de la sociedad está demandando. Tenía negocios en Marruecos, y al ver que la demanda de hachís se iba a multiplicar, empieza a traer costo del norte de África. Son los últimos años de la década de los setenta y los primeros ochenta, y el patriarca se convierte en uno de los primeros tabaqueros arousanos en dar el salto al tráfico de drogas.

En 1982 la legislación se endurece, y el contrabando de tabaco ya se considera un delito. Algunos contrabandistas se apartaron deliberadamente del hachís, pero otros se tiraron de cabeza. Vieron que podían ir a la cárcel por traficar con droga pero les podía ocurrir lo mismo con el tabaco. Sólo que las ganancias con el hachís eran muchísimo mayores, y además era más fácil descargar y esconder los alijos, pues los cargamentos anteriores eran de cientos de miles de cajetillas de tabaco.

Y aunque el patriarca salió idemne de la primera gran operación contra el contrabando de tabaco -dirigida en 1983 por un joven juez de Cambados que ahora es magistrado de la Audiencia Provincial de A Coruña-, un año antes se había visto metido en un buen lío por culpa de un negocio de tabaco.

En el mes de octubre, un empresario de Valladolid llamado Celestino Suances que se dedicaba oficialmente a comprar y vender marisco es abordado por unas personas a la entrada de un restaurante de San Miguel de Deiro (Vilanova). Lo meten a la fuerza en el maletero de un BMW y se lo llevan a un almacén, donde le dan una paliza antes de meterlo en la caja de un camión frigorífico. No se sabe si adrede o por descuido, una de las puertas del remolque quedó mal cerrada, y gracias a ello Suances logró escapar y contar lo sucedido. Tiempo después, el patriarca sería condenado por esos hechos.

Pero Charlín Gama supo convertir el contratiempo de tener que ingresar en prisión en otra oportunidad de negocio. En La Modelo de Barcelona conoció en persona a varios narcotraficantes colombianos. Los carteles andaban como locos buscando la forma de introducirse en Europa. Hacía años que vendían cocaína en Estados Unidos, pero el Viejo Continente seguía siendo un mercado tan prometedor como inexplorado. Y Galicia era la puerta natural de entrada.

Los gallegos tenían flotas de embarcaciones y almacenes en tierra donde durante años habían ocultado tabaco y hachís; pilotos avezados capaces de conducir a toda velocidad las planeadoras entre las bateas y de meterlas en playas casi imposibles de vigilar; y capos con experiencia en negocios ilegales. Uno de ellos era Charlín Gama, y se cree que hacia finales de los ochenta organiza sus primeros cargamentos transoceánicos.

Entre 1985 y 1995 la biografía del patriarca está llena de detenciones y de entradas y salidas de prisión. Sin embargo, el 12 de junio de 1990 estaba en libertad. Ese día comienza la Operación Mago (que luego pasaría a la historia como Nécora), la redada judicial que catapultó al estrellato a Baltasar Garzón y que marcaría un antes y un después en la lucha contra el narcotráfico gallego.

Para entonces, las asociaciones de madres de drogodependientes y de lucha contra el narcotráfico eran un fenómeno social emergente. Con Carmen Avendaño como cabeza visible, aquellas mujeres representaban a las miles de familias destruidas por la heroína y el Sida. Manifestaciones como la de los paraguas, -celebrada a finales de noviembre de 1993 bajo una intensa lluvia, y a la que acudieron 30.000 personas- fueron acontecimientos que reflejaban la repulsa social al narcotráfico.

A Charlín Gama no le echarían el guante hasta un mes después de comenzada la Nécora. El 9 de julio la policía encuentra 500 kilos de cocaína en una autocaravana estacionada en Madrid, y el chófer alemán que la conducía dijo que los responsables de la droga eran Alfredo Cordero y Manuel Charlín. A este último le detuvieron cuando iba a tomar un vino en un bar de As Sinas. El fiscal pidió 23 años de cárcel y una multa de 225 millones de pesetas para el patriarca. Sin embargo, salió absuelto de la Nécora. Pero Garzón seguía acechándole.

Manuel Baúlo Trigo, O Caneu, había sido uno de los principales colaboradores del clan de los Charlines. Pero las cosas no le fueron bien y hacia 1994 decide colaborar con la justicia y contarle a Garzón lo que sabe de Charlín. Tiempo atrás, el arrepentido Manuel Fernández Padín había acusado al patriarca de ser el dueño de los 600 kilos de cocaína que el Del Sol había metido por Muxía (A Coruña) en mayo de 1989, y Baúlo confirmó este testimonio.

El 12 de septiembre del 94 Baúlo fue asesinado por dos sicarios colombianos, y aunque nunca se probó que los Charlines estuviesen detrás del ajuste de cuentas, en la policía nadie dudaba de que Baúlo había muerto por cantar.

Charlín es detenido por la droga de Muxía el 31 de octubre de 1995. La policía le encontró escondido dentro de un zulo que tenía en el gimnasio del sótano. Poco después, a mediados de noviembre, el mismo Baltasar Garzón asesta un nuevo golpe al clan, iniciando una macrooperación de blanqueo. Se intervinieron empresas, propiedades inmobiliarias y cuentas bancarias por valor de unos 15 millones de euros.

La familia Charlín había tenido mucha suerte hasta entonces -dijeron haber ganado 1,2 millones de euros en loterías- pero en las Navidades del 95 muchos pensaron que se estaba enfrentando a su ocaso.