CASTILLA Y LEÓN

El 'pueblo de los brujos' de Segovia donde se siguen practicando conjuros: "Se llevan muy en secreto"

Vecinos de Sebúlcor, al lado de las Hoces del Río Duratón, mantienen vivos remedios caseros y rituales para hacer sanaciones con hierbas o quitar el mal de ojo

Imagen de una de las entradas de Sebúlcor, donde un cartel advierte ya que se entra al "pueblo de los brujos".

Imagen de una de las entradas de Sebúlcor, donde un cartel advierte ya que se entra al "pueblo de los brujos". / ALBA VIGARAY

Roberto Bécares

Al poco de llegar a Sebúlcor (254 habitantes) y hablar con un par de vecinos, medio pueblo sabe ya que han llegado unos forasteros preguntando por lo de los brujos. Una señora escrudriña tras el visillo de la ventana. Otra responde un poco arisca que “de eso hace mucho ya, nadie lo practica ahora”. Todos saben, pero la mayoría opta por callar. Al menos de primeras. “No saldrá mi nombre, ¿no?”, pregunta preocupada una señora que admite que su padre practicaba rituales y que a ella misma le aplicaron un conjuro para quitar las almorranas cuando estaba embarazada. “Las sigo teniendo, pero desde entonces, no me duelen nada”.  

En apariencia es Sebúlcor, situado en medio del bello parque natural de las Hoces del Río Duratón, que algunos creen que divide a España en dos, otro pueblo castellano más, aunque bendecido por el turismo, lo que permite que sigan abiertos cuatro bares. Hay un colmado, una panadería, varias casas rurales, un frontón en medio del pueblo y una pista de pádel a las afueras. Por allí está David, operario municipal, podando unos plátanos. “En la zona nos conocen por los brujos. Se hacían pociones para curar de forma natural, usando los medios de la naturaleza”, cuenta.

Tradición

“Hace muchos años eran muy comunes esos remedios, se transmitían de padres a hijos... yo creo que se ha perdido un poco la tradición, pero alguien debe haber que los siga haciendo”, añade. Ya dentro del pueblo, Juan está metiendo en casa desde el maletero del coche la leña del lote que le ha tocado este año de los enormes pinares públicos que abrazan la localidad. “Las familias que los hacían [los conjuros] eran conocidas en todos los alrededores. Se curaban las hemorroides, se quitaba el mal de ojo...”, enumera.   

La tradición de los curanderos se remonta siglos atrás en esta villa fundada en el siglo XIII cuyo origen etimológico algunos atribuyen a la palabra latina “sepulcrum”, aunque las primeras poblaciones en la zona se remontarían al Neolítico, como atestiguan las numerosas pinturas rupestres en las cuevas de las Hoces, a apenas cuatro kilómetros de aquí. Es cerca del mediodía del viernes y los bares no se han desperezado todavía en la víspera de su momento álgido, el fin de semana, cuando numerosos turistas visitan la meseta segoviana en busca de los impresionantes y abruptos cortados del Duratón.

Apenas se ve gente por la calle. En el Ayuntamiento, un bonito edificio antiguo reformado, la secretaria atiende los queaceres diarios. Como en tantos otros lugares de Castilla, el Consistorio sirve para todo: oficina municipal, juzgado, biblioteca, consultorio médico. ”El médico ha estado esta mañana, pero se ha marchado ya”, explica una vecina. En la tienda, ya se sabe que hemos venido. “Andan por ahí preguntando”, se escucha desde el interior a una paisana.

"Espantabrujas"

Muy cerca, al lado de la carretera principal que viene de Cantalejo y cruza el pueblo, SG-V-2323, está la iglesia de Santa María Magdalena, un edificio de una sola nave y una espadaña extramente vencida a un lado que tuvo que ser apuntalada para que no se cayera. Enfrente hay una casa con un llamativo dintel hecho en piedra con la llamada rosa hexapétala, un símbolo de la Edad del Bronce que ahuyenta el mal y que ya nos da cuenta del marcado carácter espiritual de la localidad. Se trata de una rosa tallada sobrerrelieve y al otro lado otra bajorrelieve. 

“Aquí lo llaman 'espantabrujas'. Es un símbolo de la luz, que existe en toda Europa, asociado a Venus, el lucero del Alba, para que nos protega”, cuenta David, vecino del pueblo, que asegura que el dibujo se repite en varios dinteles de Sebúlcor y que se llegaba incluso a tallar en los yugos para arar. En algunas casas de la localidad, explica, se elaboró antes de 1800. “Todo se cree que tiene que ver con el origen de Sebúlcor, que proviene de sepulcro; todo esto habría sido un cementerio visigodo”, lanza Olegario, que regenta uno de los bares-restaurantes del pueblo, Olegario's Tabern, y que acaba de llegar de ir a ver a las vacas que tiene pastando a las afueras. 

Es uno de los pocos que se aviene a hablar sobre el tema. “Son tradiciones muy arraigadas. Se llevan muy en secreto, por respeto a los mayores”, estima este hombre corpulento, de tez morena curtida en el campo y voz arguadentosa del tabaco mientras abre la verja del bar y comienza a abrir el correo. “Mira, otro impuesto”, suelta resignado. A llamada de El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, acuden Tasin, un veterano concejal del Ayuntamiento, y Alberto, también jubilado y cuyo padre realizaba conjuros. “Según El Adelantado de Segovia, curaba el mal de ojo; hacía cosas alucinantes, no me he quedado con ello, es que daban mucho yuyu muchas cosas de las que ví”, rememora Alberto, uno de cuyos allegados sí ha heredado algunas de estas sabidurías populares donde se entremezclan ünguentos hechos de plantas, conjuros con frases que pasan de generación a generación, y superstición. 

Curanderos

“En toda Segovia ha habido curanderos de siempre”, explican en la conversación en el amplio local, en el que hay una enorme barra, un futbolín y un espacioso comedor. Se habla de los conjuros y de los rituales, sin entrar en mucho detalle y se evita dar nombres. “Perdona por la reticencia, pero es algo tan arraigado...”, se excusa de nuevo Olegario, sobre todo porque hace unos años tuvieron una mala experiencia. Un periódico regional publicó sobre las habilidades de los lugareños, y les llegó bastante gente. “Aquí ha venido gente de Madrid y muchos sitios, gente de bien, muy agradecida”. Muchos querían curar lo que les ocurriera, otros querían saber: “Enséñame”. Pero uno de los visitantes no les moló un pelo: “Quería que le enseñáramos a hacer mal de ojo; eso nunca, todo lo que se hace aquí es blanco. Esto no son cosas tangibles. ¿Y si te vuelve [el conjuro]?”. 

Plantas medicinales

Curar los clavos, que son unas callosidades de capas duras y gruesas de piel, las almorranas, las mataduras [llagas] de los animales, aliviar el empacho de los niños o el dolor de muelas, o quitar el mal de ojo, para lo que se usa un aparato llamado "criba", eran algunas de las ‘curaciones’ que se hacían y que se siguen haciendo en el municipio, en cuyas entradas hay carteles avisando de que uno aventura al interior del "pueblo de los brujos", algo que no gusta a todo el mundo porque frivoliza un poco el asunto.

En los rituales o en los conjuros se usan alimentos, como ajos, alubias, garbanzos o bayas, y para los brebajes muchas plantas medicinales, que brotan como setas en esta privilegiada zona natural con hasta cuatro ecosistemas distintos. “Las que huelen mal son abortivas, como ruda o tejo, pero las medicinales son todas aromáticas, la gente lo sabía y hacía su uso para medicinas”, explica Alberto, que insiste en que la clave de lo especial de esta zona es el refugio natural del río, que ha “sido polo de atracción de los seres humanos” durante milenios porque había agua, alimento y caza a pasto. 

El tomillo y la salvia “van bien para el estómago”, como el té de roca, y la “sanguinaria se usaba para adelgazar”. “Yo de niño me caí dentro de una cazuela de fideos hirviendo y me quemé la cara; con la piel de serpiente no se me quedó ni una marca”, cuenta Adolfo, hermano de Olegario, que se suma a la conversación. Pero no toda la magia de Sebúlcor se limita al poder curativo de los remedios elaborados con plantas. “No se puede saber, pero tú ves eso, el ritual, las frases, y te cagas”, cuenta Olegario sobre el conjuro del mal de ojo, que se sigue haciendo y se solía llevar a cabo cuando algún extraño mal aquejaba a algún niño o mayor: “Era para ver si estabas cogido, como se suele decir”. O sobre las frases y rezos paganos que se usan en algunas de estas curaciones. 

Tradición oral

No ha quedado nada por escrito, al menos públicamente. “Todo se ha transmitido de forma oral. Ha sido siempre secreto. Lo conocían en los pueblos de alrededor pero no se hablaba mucho. Había un vecino en esta calle, por ejemplo, que curaba a los animales. Los curaba incluso sin verlos”, cuenta Tasin, el concejal. Se dice que llegó una vez un ganadero de la comarca porque tenía al ganado malo, y este le respondió: “Quita todos los crucifijos que tienes debajo de las camas”. El otro le miró sorprendido: “¿y tú como sabes eso?”. Lo hizo y se curaron los animales, recuerdan. “Era la forma de hacer daño a alguien con el mal de ojo, ir al pesebre, a la ganadería, a lo que daba el dinero”, explica Olegario, que sigue aplicando un método para curar las almorranas, con raíces de una flor que crece por la zona y que se meten en un trapo de algodón y se dejan secar pegadas al cuerpo de la persona afectada. "A los 15 días se han quitado".

Los médicos que han pasado por el pueblo sabían de algunas de las prácticas y no les hacía mucha gracia. “A mí don Nicolas me decía que nunca tomara nada, ni bebiera nada”, señala otra vecina del pueblo. “A los curas no se les comentaba, ni se metían tampoco, se comentaba todo bajo cuerda”, añaden los lugareños, que afirman que nunca se ha cobrado por los servicios, “si acaso la voluntad, porque es verdad que la salud no tiene precio”. 

“Estamos muy orgullosos, y esto no se ha explotado turísticamente por respeto a mucha gente, no nos interesa”, prosigue Olegario sobre por qué guardan con celo los rituales ancestrales de este lugar que ellos mismos consideran especial, único, mágico, con numerosas cavidades naturales formadas en los cortados de las Hoces a un puñado de kilómetros de aquí y todavía con secretos que desvelar. “Desde el Neolítico ha habido multitud de manifestaciones culturales. Es donde más pinturas rupestres hay de toda España y muchas tienen dibujado un chamán”, asevera Alberto, que considera extraño que haya un arcos de herradura, “de reminiscencias bizantinas”, en una de esas cuevas, la de Los siete Altares. “Yo creo que aquí o en esta zona debe estar enterrado algún familiar de don Rodrigo”, expresa.