La educación emocional despliega velas

Aumenta la presencia de este proceso educativo en la sociedad

Expertas destacan que beneficia la salud mental, el bienestar emocional y las relaciones sociales

Una ruleta que contiene diferentes emociones.

Una ruleta que contiene diferentes emociones. / FdV

M. González

M. González

La educación emocional es un proceso educativo, continuo y permanente a lo largo de la vida. Su objetivo principal es potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano ya que pretende impulsar y aumentar el bienestar personal y social.

“Se trata de un proceso de aprendizaje que nos acompaña toda la vida desde que nacemos, con el objetivo de desarrollar competencias y habilidades emocionales; que nos ayudan a identificar las emociones, a regularlas, a profundizar en nuestro autoconocimiento o a desarrollar unas mejores habilidades sociales, entre sus muchos beneficios”, destaca la educadora social Alba Pérez Fernández, que dirige Exeria, un proyecto de intervención social que intenta abordar la violencia a través de sus características, consecuencias y alternativas.

“Las competencias emocionales deben entenderse como un tipo de competencias básicas para la vida, esenciales para el desarrollo integral de las personas”, recalca Ainoa Míguez Iglesias, pedagoga especializada en Psicología Educativa. “Además, actualmente son consideradas como elementos indispensables en lo que a desarrollo cognitivo se refiere, en lo que la educación a lo largo del siglo XX ha ido centrándose poco a poco”.

Así, “debido a su enfoque de ciclo vital”, prosigue, “es imprescindible que abarque todas las etapas de nuestra vida, partiendo desde nuestro nacimiento, pasando por los períodos de Educación Infantil, Primaria, Secundaria y Superior, así como a lo largo de la vida adulta”.

De este modo, algunos de los objetivos de la educación emocional son: la (auto)conciencia emocional, comprender y abrazar nuestras propias emociones, así como las de las personas que nos rodean; la identificación y distinción de las distintas emociones; la autorregulación emocional, desarrollo de habilidades para regular nuestras emociones como, por ejemplo, trabajar la tolerancia a la frustración; el autocontrol emocional, ayudando en la interpretación y detección de señales características que nuestro organismo emite cuando estamos alerta; prevenir los efectos dañinos que traen consigo según qué emociones negativas; o la potenciación del afecto positivo. “En resumidas cuentas, además de saber; debemos saber hacer, saber ser y saber convivir”, apunta Míguez.

Además de saber; debemos saber hacer, saber ser y saber convivir

Ainoa Míguez

Una correcta educación emocional “está muy ligada a la salud mental y al bienestar emocional”, sostiene Alba Pérez, “ya que hace posible identificar cómo nos sentimos, conocer las emociones y poder regularlas o conseguir que algunas emociones que nos pueden proporcionar malestar se puedan manejar mejor o, incluso, prevenir”.

Por su parte, Ainoa Míguez “resumiría los beneficios y la relevancia de la educación emocional en aprender a conocernos, querernos y aceptarnos, con todo lo que esto conlleva y al ritmo que cada uno necesite”. En este sentido, “hablamos de un mayor bienestar psicológico y emocional, que redunda en un mayor bienestar social. Y recuerda una frase Eduardo Punset: “La inteligencia, sea emocional o de cualquier otro tipo, o es social o no es inteligente”.

Pero, además de los beneficios en salud mental, educar en emociones tiene también beneficios en otros ámbitos, “como a nivel social, para mejorar nuestras relaciones, por ejemplo”, subraya Alba Pérez. “Cuanto antes eduquemos más beneficios podemos obtener a nivel individual y comunitario. Sería maravilloso tener una asignatura implantada a nivel educativo, pero, mientras tanto, cada vez observo más cómo hay más centros educativos, ayuntamientos o entidades que solicitan estas formaciones o talleres”.

Míguez añade que “se ha demostrado que la educación emocional puede tener un impacto positivo en el rendimiento académico, ya que los estudiantes pueden estar más centrados, motivados y ser capaces de afrontar los desafíos académicos. En esta línea, sabemos que para que el alumnado gestione autónomamente, por ejemplo, su nivel de ansiedad en situaciones académicas, deben ser conscientes de sus emociones, detectar sus variaciones y supervisarlas en alguna medida”, explica. “Por último, nos ayuda en el proceso de toma de decisiones, el cual puede hacernos sentir perdidos en muchas ocasiones”.

Cada vez hay más centros educativos, ayuntamientos o entidades que solicitan estas formaciones o talleres

Alba Pérez

Aunque la educación emocional “es imprescindible a lo largo de la vida”, su desempeño es especialmente crucial “en edades tempranas”, dice Míguez. “Esto se debe a que, durante estos períodos, se están estableciendo las bases emocionales y sociales que influirán en nuestro desarrollo a lo largo de la vida. No obstante, la educación emocional sigue siendo valiosa en la edad adulta, ya que las personas continúan enfrentándose a desafíos emocionales y sociales a lo largo de sus vidas”. Algo con lo que coincide la educadora social: “Todas las personas, independientemente de la edad, tenemos derecho a profundizar en ella, ya que nos ayudará a conocernos más, a trabajar la autoestima, el autocuidado, las relaciones y a tener un mejor bienestar emocional”.

“Sería muy interesante dar espacio a la educación emocional en los centros educativos a través de una materia, algunos ya han decidido hacerlo, pero no considero estrictamente necesario que deba ser obligatoria”, sostiene Míguez: “Lo ideal sería introducir elementos de educación emocional en todas las áreas académicas, pues además de dar importancia a lo que enseñamos, deberíamos priorizar el cómo lo enseñamos. De este modo, tendríamos en cuenta la motivación y las emociones de nuestro alumnado, lo que se considera una forma de llevar a la práctica la educación emocional”. Por otro lado, también apunta que “el Departamento de Orientación puede y debe jugar un papel muy importante de apoyo en los centros, ya que son los profesionales más sensibilizados y preparados para atender los aspectos emocionales”. También habla de la importancia “del papel de las familias en todo este proceso, pues debemos ayudarles a formarse en dichas competencias”.

“Acompañamiento”

Alba Pérez, por ejemplo, trabaja la educación emocional “desde el acompañamiento”: “No hay algo específico, sino que, en función de la edad de la persona, las necesidades y objetivos, me adapto; así como el contexto, ya que me gusta mucho trabajar en contextos naturales. También trabajo mucho mediante el juego”, apunta.

La educación emocional se ha implantado en nuestra sociedad de un modo exponencial. Así como siglos atrás era común evitar ciertas emociones, hoy se profundiza en su gestión y conocimiento a través de la puesta en práctica y de la investigación. Aunque también se refuerza desde gabinetes y clínicas con profesionales formados en diferentes ámbitos (pedagogía, psicología, psicopedagogía…), Ainoa Míguez pone el foco “en la labor de los centros educativos, pues no todas las familias pueden permitirse una sesión en este tipo de gabinetes. Es aquí donde debería entrar en juego el papel de la comunidad, ofreciendo servicios y recursos, tejiendo redes con los centros educativos”.

“La formación en competencias emocionales es el primer paso para su puesta en práctica”, puntualiza. “Esto se debe a que se ha observado que son, probablemente, las más complejas de adquirir. Sabemos que el alumnado puede aprender los movimientos sociales del siglo XIX durante un período relativamente corto, pero lo que no va a aprender del mismo modo es a regular totalmente sus emociones. Es por ello que la educación emocional requiere de una insistencia y cierta constancia a lo largo de toda la vida”.

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