La cara buena del mundo

La cara buena del mundo

La cara buena del mundo / Marta Gándara

Marta Gándara

Marta Gándara

Uno de mis amigos comentó en su casa que si tuviera una segunda oportunidad como padre lo haría mejor. Entonces, de forma instantánea, su hijo menor le contestó: “Pues yo como hijo lo hice bien a la primera”. Me encanta esa manera ingenua de estar convencido de algo que en sí mismo no admite prueba a favor ni en contra. Y como abundan los artículos, noticias o comentarios que inciden de forma exclusiva en la cara mala del mundo, intentaré escribir sobre la cara buena.

Me encantan mis hijos. Fui muy feliz cuando los escuché respirar por primera vez y ahora lo soy más porque sé cómo respiran. Me gusta mucho dar besos, cuando los encadeno y no puedo parar. Cuando me estoy alejando y pienso; no, uno más. Y cuando ya doy el último, no lo hago como un sello de lacre para dejar constancia del punto y final, sino muy despacito, para que ninguno parezca una despedida.

Me encanta la gente que no tiene mucho, pero va con lo que tiene. Cuando me encuentro a una persona a la que he querido mucho y siento como si en silencio me estuviera preguntando: ¿Eres tú ahí dentro?

Me gusta “Manhattan”, cuando Woody Allen le dice a Mariel Hemingway: “Eres la respuesta de Dios a Job”. Me gustan todas y cada una de las veces que sólo abriendo los ojos he pensado eso. Me gusta cuando mis hijos creen que no tengo miedo, aunque lo tengo.

Me encanta la belleza sorprendida y los piropos inesperados, la sensación de ser una buena noticia para alguien. Cuando el pensamiento negativo que tengo sobre una persona resulta erróneo y me sorprende con algo muy bueno. Me gusta cuando no quiero irme de una conversación; cuando después de un café, de un paseo o de una tarde, el único mensaje que quiero mandar es: “Me quedaría”.

Me gusta mucho cuando mis hijos me explican el significado de cringe, boomer, swag o cualquier otro concepto que crean haber inventado. Me encanta su generación, el respeto que muestran hacia el espacio ajeno, que pregunten antes. Me gusta la persona que soy con ellos, cuando se ríen conmigo, cuando salen por la puerta con aire de solvencia extrema, mientras yo me quedo en el lugar de siempre, reservándoles el hueco exacto de mi hombro donde apoyaban su cabeza, por si alguna vez necesitan volver.