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Un siglo con el puchero al fuego

El Fórum Gastronómico premia a Centoleira de Bueu, Casa Ces en Poio y Casa Inés en Cotobade por sus cien años de historia

Julio Estévez, de A Centoleira, en Bueu. GONZALO NÚÑEZ

El Restaurante A Centoleira, en Beluso, Bueu, es una de las joyas gastronómicas de las Rías Baixas. Hoy en día, se encuentra al frente de sus fogones Julio Estévez, cuya bisabuela, Vicenta Laiseca, puso la primera piedra de la mítica casa de comidas.

Fue en 1884 cuando La Vasca llegó a Bueu, joven y viuda. En la villa, iniciaría su nueva vida, casada por correo con un buenense también viudo, José Estévez. La historia la relata su bisnieto Julio, quien hoy recoge en el Fórum Gastronómico de A Coruña el Premio Picadillo por los cien años de actividad de estos faros de la gastronomía gallega.

El mismo galardón se le concecerá por su siglo de historia –entre otros restaurantes de A Coruña y Lugo– a Casa Ces en Poio y a Casa Inés, en Cotobade, cuyas cocineras agradecían ayer la distinción.

Los tres comparten historias donde una cocinera puso la base de un negocio familiar. Los tres comenzaron como tiendas de ultramarinos y local de comidas, entre otros servicios, a finales del siglo XIX.

Ángeles Barcala Ces y su hija Bea en Casa Ces, de Poio. | / CASA CES

En el caso de A Centoleira, en 1884 comenzó al asentarse en un antiguo atador de redes –lugar donde se preparaban los aparejos de pesca– con estacada (para airearlas y secarlas) y rampa de acceso para barcos.

Después, llegaría la casa de comidas, el ultramarinos y el refugio de pescadores para dar alimento y descanso a los marineros. La Vasca, que debía ser una excelente negocianta, llegó a explotar el pulpo seco de Ons en un negocio acordado entre su marido y los Massó.

Fachada de A Centoleira Gonzalo Núñez

La época dorada del establecimiento llegó con su hijo, Ángel Estévez Laiseca. Comenta su nieto Julio que con esta segunda generación el local dio un salto importante al casarse Ángel con una mañosa panadera, Ángela, quien comenzaría a hacer la famosa la receta de empanada de manzana de A Bicha, que a día de hoy sigue en la carta.

Su hija, Florentina Estévez, mejoró la receta y la casa de comidas pasó a llamarse Restaurante A Vizcaína. Eran los años 60. El bum turístico llegó y la familia levantó un hostal y ofreció banquetes de bodas.

Tras esta generación, el negocio pasó a manos de su hijo Julio y una hermana, quien en 2014 acordó colgar el delantal de A Centoleira, restaurante que ha encantado incluso al rey Felipe VI. Ahora mismo, el restaurante trabaja para afianzar su prestigio y calidad, al tiempo que ofrece banquetes, promociona jornadas de menús y vende marisco así como la famosa empanada de manzana de A Bicha a domicilio por toda España, principalmente a Madrid, Barcelona y Valencia. “Me parece muy bien que en el Fórum se acuerden de los clásicos, de los restaurantes centenarios”, destaca Julio.

Julio Estévez, de A Centoleira. Gonzalo Núñez

Otro de los establecimientos que recoge hoy el Premio Picadillo es Casa Ces en Poio, que empezó en 1908 con Ángela Solla y Eduardo Ces. “Era la típica taberna con ultramarinos que daba de comer caldo y callos a los feriantes procedentes del monte que al subir para sus casas tras el mercado paraban aquí para comer”, explica Ángeles Barcala Ces, propietaria actual junto a su hermana Ana.

Ángeles recalca el recuerdo de su abuela: una mujer que quedó viuda con diez hijos con 40 años y que sacó adelante la taberna y todo en la posguerra. “Para mí, es un orgullo total”, resalta al teléfon con la voz emocionada.

El testigo lo tomaron sus padres y ahora ella y su hermana. Su deseo con 71 años de edad es jubilarse y traspasar cucharón y mandil a su hija Bea. Ahora, en la carta comanda el pescado y el marisco.

Ángeles Barcala, en Casa Ces. Gustavo Santos

El tercer establecimiento centenario premiado este año del sur gallego es de Inés Cuíñas, Casa Inés, en Cotobade. Con sus 67 años se encarga de la cocina de leña de Casa Inés, abierta en 1918 por su abuela para ofrecer taberna, pensión, ultramarinos, ferretería y venta de aceite.

El momento más complicado de este mesón fue en la Guerra Civil, debido a las cartillas de racionamiento, pero aún así lograron seguir adelante. Hoy, su cocina de leña prepara las recetas de la abuela para ofrecer cocido, jabalí, corzo, cabrito, cordero y churrasco y si se lo piden con antelación, algún pescado.

En su caso, reconoce que ha reducido la admisión de comensales por el COVID para evitar contagios. También señala que no habrá relevo generacional en sus fogones: “Mis hijos no seguirán con esto. Me da pena, a ver cuánto aguanto”.

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