Tras su pase por la Berlinale, donde conquistó el Oso de Oro, la presencia en el festival de Málaga y el preestreno del pasado miércoles en Lleida, llega a las salas de cine la esperada ‘Alcarràs’, segundo, luminoso, emotivo y realista largometraje de la directora Carla Simón (Barcelona, 1986), que ya cosechó un buen éxito con ‘Estiu 1993’. La película es el retrato de una forma de vida que desaparece y está protagonizada por intérpretes no profesionales de la comarca catalana en donde se rodó.

–Después del estreno de ‘Estiu 1993’ (2017), usted dijo que rodando aquel filme aprendió a mirar lo que pasa delante de la cámara, no lo que está escrito en el guion. ¿Ha sido así también con ‘Alcarràs’?

–Sí, he aplicado el mismo criterio. La diferencia está en que de ‘Estiu 1993’ tenía 35 horas de metraje, y de ‘Alcarràs’, 90. Hay escenas que están rodadas de manera más convencional, con una, dos, tres, 10 tomas, las que fueran necesarias, pero hay otros momentos en que me gustaba darles un poco más de espacio a los actores y que pudieran pasar cosas que no estaban tan escritas.

–¿Cuál fue el proceso de elaboración de la película? ¿Tenía claro lo que quería contar o fue surgiendo al contacto con las gentes de Alcarràs?

–No, nació antes. El proceso fue muy parecido al que seguí con ‘Estiu 1993’, en el sentido de buscar gente que se aproximara a los personajes que habíamos escrito. La idea surgió en cierto modo cuando estaba escribiendo ‘Estiu 1993’ y murió mi padrino. Mi familia cultiva melocotones en Alcarràs y, tras morir mi padrino, llegó el momento de poner en valor lo que dejaba, su legado, y pensar por primera vez qué pasaría si esos árboles que siempre han estado ahí algún día dejan de estarlo. Al terminar la anterior película, con mi productora María Zamora decidimos que la historia de Alcarràs sería mi segundo largometraje, aunque implicaba muchos retos.

–¿Cómo cuáles?

–Construir la coralidad. Es un retrato de toda una familia, unos 12 personajes. Y el hecho de trabajar con gente de la zona que no son intérpretes profesionales. Fue una decisión un poco arriesgada, ya que la otra idea que tenía en la cabeza se aproximaba más a lo que había hecho en ‘Estiu 1993’. Empecé a escribir y le pedí a Arnau Vilaró que hiciéramos el guion juntos. Es de Bellvís, un pueblo a 20 minutos de Alcarràs, sus familiares también son agricultores y pensé que entre los dos podríamos contar esta historia más desde dentro.

–¿Cómo ha incorporado las experiencias familiares?

–Las conversaciones con mis tíos y con la familia de él han sido muy importantes. También lo fue que nos instaláramos en la masía de mis tíos para escribir el guion. Es un lugar en el que ellos solo trabajan. Llegaban a las seis y media para trabajar, nosotros nos levantábamos con el sonido de los tractores, los íbamos a ver, pasaban cosas que después incorporábamos a la película. Recuerdo que un día estábamos escribiendo, oímos unos gritos, salimos, vimos que a mi primo se le había caído una de las cajas llenas de melocotones y le ayudamos a recogerlos. Eso lo añadimos. Empezamos el casting sin haber cerrado aún el guion. Hay muchas cosas concretas del mundo de los campesinos que aprendimos haciendo las entrevistas para el reparto de la película. Y de ahí surgió también el cambio en el final. Como mis tíos siguen cultivando melocotones, yo quería un final positivo para la historia, pero me di cuenta de que nadie tiene un discurso positivo en relación con esta manera, este modelo, de agricultura familiar.

–Tuvo claro desde el primer momento que el filme estaría protagonizado por actores no profesionales.

–No, de hecho, hay una actriz profesional, Berta Pipó, que es mi hermana. Interpreta a Gloria, la hermana que viene de Barcelona. En ‘Estiu 1993’ ya hizo un pequeño papel como tía de las niñas. Ella también participó en el proceso del casting desde el principio. Tenemos una misma manera de aproximarnos al tema. Para mí era esencial que fueran personas de la zona, que tuvieran su forma de hablar y nos dieran margen para improvisar algunas cosas. Un agricultor es un agricultor: lo notas en la piel, en las manos, en cómo se mueve...

–El trabajo con los intérpretes es brutal. Si no sabes que no son familiares entre ellos, te crees que forman parte de la misma familia, hay una gran complicidad entre todos.

–Lo trabajamos mucho previamente. Cuando no trabajas con actores profesionales, no puedes llegar al rodaje y decirles “este es tu padre y este es tu hijo”, porque no lo sentirán así. Alquilé una casa en la Horta de Lleida y venían cada tarde. Hacíamos combinaciones para tejer todas las relaciones que tuvieran sentido para la historia que estábamos explicando. Fue una especie de precuela de lo que sería finalmente el filme, para que llegaran al set y nada de lo que estábamos explicando les fuera ajeno. Hicimos una lectura de guion, pero no para que lo aprendieran de arriba abajo, sino para saber lo que íbamos a tratar. El guion estaba escrito y es cierto que lo intentábamos seguir, pero siempre dejando espacio para integrar lo que pasaba en el rodaje y que no tuvieran la sensación de que el guion solo podía decirse exactamente del modo en que estaba escrito.

–Imagino que ya se lo habrán dicho, pero el parecido entre quien hace de Quimet, Jordi Pujol Dolcet, y el actor Sergi López es total, no solo físico, sino incluso en la forma de hablar y de moverse. ¿Lo tuvo presente?

–Cuando lo escogí, la verdad es que no, pero luego sí que pensé que, si tuviera que hacerlo un actor profesional, Quimet podría ser Sergi López. Inicialmente no percibí este paralelismo, pero es verdad que sí se parecen.

–La escena de la doble bofetada que la madre le da al hijo y al padre me parece, además de muy significativa de cómo es este personaje femenino, también clave para el retrato que ofrece de este mundo y estas relaciones.

–Cuando haces el retrato de un lugar determinado, más allá de lo que tú opinas sobre cómo debería ser el mundo, considero que es muy importante aprender a mirarlo dejando de lado tu propia opinión como cineasta, incluso tu gusto estético. Nos encontramos en un momento en el que parece que todas las historias han de tener mujeres empoderadas, feministas, que rompan con el heteropatriarcado, y hay lugares donde esto no pasa todavía, o va más poco a poco. No es que no ocurra, pero de otra manera. Mi prima, por ejemplo, es de la asamblea feminista de Alcarràs, pero era importante para mí mostrar cómo son las cosas ahí. Las mujeres de los campesinos hacen el trabajo de casa y ayudan en el campo, aguantan mucho. Fue una escena difícil de rodar porque Anna Otin, que interpreta a Dolors, es muy fuerte, pero le daba pena pegar a los que representaban ser su hijo y su marido.