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El ‘virus del beso’ podría alargar el COVID

Varios estudios sugieren que el microbio que causa la mononucleosis, latente en casi toda la población, podría reactivarse con el coronavirus y provocar los síntomas persistentes

Tres partículas del virus de Epstein-Barr, con forma circular, vistas al microscopio electrónico. | // LIZA GROSS

Es posible que no lo sepa, pero hay un 90 por ciento de probabilidades de que usted, que está leyendo este artículo, tenga el virus de Epstein-Barr (VEB). Si lo sabe es porque lo contrajo en su juventud y le produjo fiebre alta, inflamación de los ganglios linfáticos, dolor de garganta y fatiga extrema: son los síntomas de la mononucleosis infecciosa, conocida comúnmente como la “enfermedad del beso”, pues se transmite principalmente por la saliva. Algunos investigadores sugieren que el VEB se reactiva con el COVID-19 y es el causante de muchos de los síntomas del COVID persistente.

La científica Sandra López León.

Un trabajo publicado recientemente en la revista “Pathogens” halló que el 66% de los 30 pacientes de COVID-19 estudiados presentaban reactivación del VEB, por solo el 10 por ciento del grupo de control, de 20 individuos. Se observó una proporción similar en un grupo secundario de 18 sujetos entre 21 y 90 días después de dar positivo por coronavirus, lo que indica que la reactivación puede ocurrir poco después o al mismo tiempo que la infección por COVID-19. “Estos hallazgos sugieren que muchos síntomas de COVID persistente pueden no ser un resultado directo del SARS-CoV-2, sino producto de la reactivación del VEB inducida por la inflamación de COVID-19”, concluyen los científicos, de Estados Unidos y Turquía.

No es el único estudio que apunta a esta correlación. Una investigación en Lille (Francia) halló una alta incidencia de VEB, citomegalovirus y virus herpes 6 en pacientes críticos de COVID. Otro estudio hospitalario en Pavía (Italia) halló un 95% de reactivación del VEB en pacientes COVID críticos; y en Austria, investigadores publicaron en “Critical Care” la correlación entre el VEB y la interleucina 6 (IL-6), glucoproteína implicada en la respuesta inflamatoria exacerbada que se produce en enfermos graves de COVID-19.

Este presunto papel de “tapado” del VEB en el COVID persistente sorprende menos si sabemos que este virus latente, que permanece oculto en los linfocitos B –de ahí que su género se llame lymphocryptovirus– en el 90% de la población durante toda la vida –solo da síntomas si se contrae en la adolescencia o juventud– es un “sospechoso habitual”: se le vincula a múltiples dolencias, como linfomas, cáncer de estómago y esclerosis múltiple, aunque esta última asociación es objeto de un largo debate entre la comunidad científica. De hecho el VEB fue descubierto “escondido” en células de linfoma de Burkitt. Lo hicieron, en 1964, los patólogos ingleses Michael Epstein e Yvonne Barr, que le dieron su nombre al patógeno.

Sandra Lopez León, doctora en Epidemiología Genética y autora principal de un metaestudio internacional que identificó 55 síntomas del COVID persistente, señala a FARO que hay diferentes teorías que explican la razón de esta sintomatología. “Algunas propuestas son que sucede por agravamiento de enfermedades presentes, inflamación, destrucción de los tejidos, persistencia del virus, autoinmunidad o incluso interacción con otras bacterias en nuestro cuerpo; por ejemplo, con el microbioma, o con otros virus –explica–. Sobre la última hipótesis podrían ser virus que teníamos en nuestro cuerpo, que estaban dormidos y el coronavirus los reactivó, o virus coexistentes”.

Esta investigadora afincada en Nueva York, referente en la divulgación sobre COVID-19 en América (@sandralopezleon en Twitter), recuerda que existen billones de virus, y que solo en nuestro pulmón se han identificado hasta 174 especies diferentes, por lo que es factible que el coronavirus interactúe con algunos de ellos. “Algunos virus, como el de la gripe, pueden tener un “reagrupamiento” [mezcla del material genético de una especie en nuevas combinaciones en distintos individuos] con otro virus. Esto se da porque entran a la célula al mismo tiempo y el material genético se mezcla. El nuevo virus contiene material de los dos virus e incluso puede contener material genético de la persona. Este proceso no siempre es negativo, gracias a esto hemos evolucionado, es una manera de comunicación a nivel genético entre personas”. A esta génesis se debe, por ejemplo, la placenta, originada por un virus hace cientos de miles de años.

“Los virus están hechos del mismo material que nosotros (ADN/ARN), nuestro cuerpo es el que los hace –recalca la investigadora–. Cuando un virus entra en una de nuestras células, puede hacer que nuestro cuerpo produzca miles de virus. Cada vez que una persona produce nuevos virus puede haber interacciones, cambios. Es posible que virus que estaban dormidos se activen, y puede ser que el coronavirus se quede dormido”.

Además de investigadora sobre el COVID persistente o “largo”, Sandra López León padeció esta dolencia. “Me dio una sordera súbita en un oído –relata–. De un segundo a otro dejé de oír. Me duró seis meses y luego recuperé la audición poco a poco. El otorrinolaringólogo me comentó que mi cuadro clínico era muy parecido a la hipoacusia herpética, causada por el virus herpes simple”. El virus de Epstein-Barr pertenece a la familia de los herpesvirus, como el virus del herpes simple y el citomegalovirus. De hecho su especie se llama herpesvirus humano 4.

La científica de origen leonés cuenta que varios de sus colegas desarrollaron herpes zóster después de haber tenido COVID-19. “Estos síntomas son poco frecuentes en COVID persistente –matiza–. Pero los más comunes se parecen mucho al síndrome de fatiga crónica o a la encefalomielitis miálgica, que puede ser causada por los virus de Epstein-Barr, virus del herpes humano 6, enterovirus, etcétera”, detalla.

Queda mucho por investigar sobre el COVID persistente, que afecta a alrededor del 30% de los pacientes –tanto graves como leves y asintomáticos– hasta 9 meses después de la infección. Tal vez el virus de Epstein-Barr u otros virus latentes similares puedan estar implicados en sus síntomas. La hipótesis parece, cuando menos, muy sugestiva.

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