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Cuando tu enemigo vive contigo

De izquierda a derecha: Ana Saavedra, Montse Bestilleiro y Rosana Padín FdV

Las mujeres gallegas víctimas de violencia de género no cuestionan la veracidad de lo que Rocío Carrasco cuenta en el documental “Rocío, contar la verdad para seguir viva”, en el que acusa a su expareja, Antonio David Flores, de malos tratos. Sin embargo, no todas aplauden el medio. Mientras que unas creen que el testimonio de un personaje mediático puede despertar conciencias, otras creen que esta declaración televisada ha convertido los malos tratos en un circo.

“Solo quiero vivir tranquila”

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Este es el grito que lanza Rosana Padín, que hasta hace unos años residía en Madrid, donde se trasladó a estudiar y donde se estableció después. Hace siete años empezaron los malos tratos por parte del padre de su hija pequeña –Rosana aportaba a la relación otros dos hijos de su primer matrimonio–, aunque tardó mucho tiempo en reconocer que era una víctima de malos tratos.

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“Poco a poco me fue alejando de mi entorno laboral y me fue encerrando hasta que llegaron las agresiones físicas, que es cuando me enteré de que era consumidor de cocaína”, recuerda. La última agresión fue la paliza que le propinó en 2014 en plena calle. Le rompió tres costillas y le dañó un riñón.

Esta agresión le valió su primera condena de prisión, pena que no cumplió al no haber antecedentes penales, y una orden de alejamiento. Rosana regresó entonces a su municipio natal, Vilanova de Arousa, donde buscó ayuda en la Asociación Esmar Non á Violencia. “Conocer a otras mujeres que vivieron lo mismo que yo me ayudó a comenzar de cero”, comenta.

“Los malos tratos no son un circo ni politizan. Hay muchas víctimas sufriendo un horror”

Rosana Padín

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Hace dos años, su agresor se mudó a Vilanova con la excusa de poder ver a su hija. “Por la orden de alejamiento, tenía establecido un punto de encuentro, que jamás solicitó, al igual que jamás pasó la pensión de la niña. Sin embargo, decidió venirse aquí y comenzó mi calvario”, dice

"Él aún está en la calle y yo estoy en alto riesgo de peligro porque sigue acosándome"

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Rosana tiene cuatro sentencias condenatorias contra su maltratador y a pesar de ello, es ella quien tiene que esconderse. Tiene terrores nocturnos y ha perdido 16 kilos. Vive en constante tensión, mirando siempre hacia atrás, temiendo encontrárselo un día. “Él aún está en la calle y yo estoy en alto riesgo de peligro porque sigue acosándome, intentó secuestrar a la niña, me destrozó el coche... Ahora no puedo ni salir a pasear a los perros. Él tiene las condenas, pero la que vive encerrada soy yo. En enero salió la última sentencia condenatoria y ahora me queda otro año más de calvario porque su abogada ha apelado al Tribunal Superior de Xustiza. Y estoy segura de que tiene más peso que mi abogado, porque es la alcaldesa de Meis. Estoy indignada porque recurriendo no actuó de buena fe. No todo vale por dinero”, se lamenta.

Por esta misma razón, Rosana desaprueba que Rocío Carrasco haya acudido a un plató de televisión, previo pago, a relatar su historia. “No digo que no haya sido una mujer maltratada. No soy quién para decirlo, pero los malos tratos no son un circo, no se politizan.

La ministra de Igualdad no está para tuitear a una persona en concreto por ser ‘hija de’, sino para buscar soluciones contra la violencia, porque somos muchas las víctimas que estamos sufriendo este horror en silencio, porque hay muchas mujeres que no pueden dar el paso porque no saben dónde ir”, opina.

Tampoco entiende por qué Rocío Carrasco dejó que sus hijos se fuesen con su exmarido si realmente es un agresor. “Yo si sigo adelante es por mi hija. Yo jamás dejaría que mi maltratador, aunque sea su padre, se acerque a mi hija. Un maltratador no cambia nunca. Son reincidentes. A mí me anuló por completo, pero aún fui capaz de enviar a mis otros hijos a vivir con mis padres. Pueden criticarme por ello, pero fue mi manera de protegerlos”, explica.

“Creo a Rocío Carrasco porque lo que cuenta lo veo todos los días en las víctimas”

Ana Saavedra

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Ana Saavedra. FdV

Pero no a todas las víctimas de violencia de género censuran la forma en la que Rocío Carrasco ha decidido contar los supuestos malos tratos que sufrió hace veinte años. Ana Saavedra no para de recibir llamadas de mujeres que reconocen su propio horror en el relato de la hija de Rocío Jurado. La fundadora y presidenta de la Asociación Mirabal, que atiende a víctimas de violencia en 17 ayuntamientos rurales de la provincia de A Coruña, no duda de la veracidad de sus palabras porque escucha testimonios como ese todos los días y porque ella misma vivió ese horror.

A Ana Saavedra, su entonces pareja y padre de su hija le clavó un cuchillo en el cuello y le rajó la tiroides. Como consecuencia, tiene una incapacidad absoluta. Fue en 2001. Por entonces, no existía ley ni ayudas, y su agresor solo fue condenado a seis semanas de arresto domiciliario. “La gente me pregunta ¿la crees? y yo le digo: sí, totalmente porque lo veo todos los días”, afirma esta mujer, que tras la salvaje agresión fue capaz de empezar de cero, estudiar Derecho y volcar todas sus energías en ayudar a otras víctimas.

Irene Montero sobre la docuserie de Rocío Carrasco: “Necesitamos un periodismo que legitime y acompañe a las mujeres maltratadas”

Irene Montero sobre la docuserie de Rocío Carrasco: “Necesitamos un periodismo que legitime y acompañe a las mujeres maltratadas” Agencia ATLAS | Foto: EP

Según Saavedra, las víctimas no solo acusan las palizas y vejaciones del agresor, sino la vergüenza de exponer una vida de malos tratos al juicio de los demás, sobre todo si no hay marcas físicas que los evidencien. “Sigue cuestionándose el maltrato psicológico, a pesar de que es más difícil de superar que el físico Si una víctima no va herida no hay condena. En los diez años que llevo ayudando a las víctimas, solo he conseguido que me admitiesen siete denuncias por maltrato psicológico. A frases como ‘Eres una puta’, ‘No sirves para nada’, ‘Mira cómo vas vestida’, ‘Te voy a quitar a tus hijos’ un juez no les da valor porque es la palabra de la víctima contra la del agresor, que lo va a negar siempre”, explica.

La mujer también tiene que lidiar con los juicios de valor por su físico. Tener una buena imagen parece no encajar con el estereotipo de mujer maltratada. “Yo tuve que ir desmaquillada y con el pelo engominado porque mi abogado me decía que no daba el perfil de víctima. Y todavía hoy se prejuzga a la mujer si va arreglada”, se queja.

Tal vez por este camino lleno de dudas, inseguridad, indefensión, miedo y desconfianza en los mecanismos judiciales, las víctimas de violencia machista tardan una media de ocho años y ocho meses en denunciar. Saavedra llevaba nueve años de relación cuando se atrevió a romper la espiral de violencia en la que se encontraba.

En su opinión, el testimonio de una persona con proyección pública como Rocío Carrasco puede ayudar a visibilizar el terror que subyace en la violencia doméstica. “El testimonio de una persona con repercusión mediática puede hacer que muchos políticos abran los ojos y se cambien las leyes”, afirma.

Cree que si Rocío Carrasco accedió a que sus hijos se mudaran a vivir con sus padres fue para protegerlos. “Un maltratador nunca puede ser un buen padre, pero la víctima siempre defiende a sus hijos y si judicialmente no puede demostrar su verdad lo que quiere es no hacer más daños a sus hijos”, opina Saavedra, para quien la hija de Rocío Jurado ha sido “muy valiente” al dar a conocer su caso.

“No podía salir de casa, ni arreglarme. Llegó a anularme como persona y como mujer”

Montse Bestilleiro

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Montse Bestilleiro FdV

Montse Bestilleiro califica como infierno los treces años que vivió con su maltratador, trece años de vejaciones e insultos continuos que mermaron su estado de ánimo hasta sumirla en una profunda depresión. Llegó a pesar 40 kilos. “No me dejaba salir de casa, no me podía arreglar, no podía ir al supermercado. Decía que era una puta, una inútil. Cuando llegaba de trabajar no me podía duchar antes de que él me oliese la ropa para comprobar que no había estado con nadie. Me anuló como persona y como mujer”, recuerda Montse. Evocar esos días de terror aún la sobrecoge.

Al miedo, se suma la soledad. “Te sientes sola porque es algo que no se ve y nadie te cree, y porque cuando estábamos con otras personas todo eran atenciones”, afirma. Montse nunca contó nada a su familia por vergüenza y por su hija, dice. Creía que su silencio la protegía. Pero la situación fue haciéndose cada vez más dura, hasta que se armó de valor y s escapó de casa con la niña.

"Lo primero que me dijeron en el cuartel es que eso no era acoso, que era amor”

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En bata y en zapatillas acudió al cuartel de la Guardia Civil de Carballo. “Me dijo que cuando me encontrara me iba a matar. Recibía llamadas y mensajes cada dos minutos diciendo que era una zorra. Me controlaba porque sabía dónde estaba y con quién. Pero lo primero que me dijeron en el cuartel es que eso no era acoso, que era amor”, recuerda.

Tras presentar la denuncia, ella y la niña se refugiaron en casa de su hija –Montse tiene otros dos hijos, mayores de edad, de su primer matrimonio– Sin embargo, el acoso no acabó aquí y a pesar de que el juez decretó una orden de alejamiento, la esperaba enfrente de su trabajo. Entonces decidió poner distancia y se mudó a Betanzos, donde conoció a Ana Saavedra y la asociación Mirabal. “Recién llegada allí me llegó una carta del juzgado en la que se me informaba que si no tenía trabajo me quitaban a la niña, por eso recurrí a Ana, que me buscó un trabajo. ¿Cómo pueden darle una niña a un maltratador?”, se pregunta.

A pesar de que su expareja fue condenada a un año y medio de prisión no entró en la cárcel al carecer de antecedentes penales. El pasado mes de agosto se celebró un segundo juicio, este por intento de agresión, del que salió absuelto. “No hay justicia real”, sostiene.

Hace cuatro años que Montse rompió con las cadenas de la violencia, aunque para ello tuvo que empezar de cero, buscar ayuda psicológica y aún hoy sigue con una orden de protección. “Sigo viviendo con miedo. Pasé un año y medio saliendo a la calle con mi hija porque era incapaz de hacerlo sola y tenían que acompañarme al trabajo. Cuando estábamos tomando café yo miraba el reloj porque seguía creyendo que aún tenía que estar en casa a una hora”, relata.

Montse ve en la historia de Rocío Carrasco la suya propia. “Es muy duro contarlo en público porque la sociedad aún hoy no ve como maltrato que todos los días te llamen zorra y te digan que no sirves para nada, que eres una mala madre, que no sabes vestir a tus hijos...Pero esto se convierte en un 0 a la izquierda y te encierras y te apartas, como Rocío. Yo también me aparté de toda mi familia y me quedé sola”, se lamenta.

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