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El CO2, centinela del contagio

Medición de CO2 en la playa de Samil, en Vigo: 422. R. LÓPEZ/J. FRAILE

El riesgo de infección por aire es proporcional a la concentración de este gas. Explicamos con mediciones la seguridad de diversos entornos

¿Puede un aparato de menos de 100 euros ayudarnos a reducir drásticamente el riesgo de contagio en colegios, centros de trabajo y locales comerciales y de hostelería? Los científicos aseguran que sí, y por eso hemos adquirido uno para comprobarlo. ¿Puede ese artefacto hacer que nuestro rendimiento académico y laboral sea el doble de bueno? También. Bienvenidos al fascinante mundo de la medición de CO2, que el COVID-19 ha puesto sobre la mesa y que ha llegado para quedarse.

La presencia de dióxido de carbono (CO2) es un indicador indirecto del riesgo de infección por coronavirus, que se transmite por el aire, en partículas (aerosoles) de menos de cien micras que se propagan a distancia y se acumulan en espacios cerrados, como el humo. Exhalamos CO2, por lo que la presencia de este gas nos da una idea precisa de cuánto aire respirado por otras personas estamos inhalando. El valor común en una ciudad es de 420 partes por millón (ppm), y a partir de 700 los científicos aconsejan ventilar. Una cifra mayor o igual a 800 ppm indica que casi el 0,96% del aire inhalado ya ha sido respirado en esa sala. La OMS establece el límite de lo saludable en 1.000 (1,47% de aire ya respirado).

La ventilación no solo es clave para evitar contagios (COVID-19, gripe, etc) y reducir el riesgo de cáncer por radón –muy presente en Galicia–, sino también para optimizar nuestro rendimiento. Un estudio de Harvard concluyó que altos niveles de CO2 reducen nuestro rendimiento cognitivo. Por eso Taiwán obliga por ley a utilizar medidores de CO2 con pantalla en todas las aulas.

Como dijo lord Kelvin, conocido por determinar el valor del cero absoluto de temperatura, “sólo se puede mejorar lo que se mide”. La frase la trae a colación José Luis Jiménez, profesor de Química de la Universidad de Colorado (EE UU) y uno de los firmantes de la carta que el verano pasado alertó a la OMS de la transmisión aérea del SARS-CoV-2. Siguiendo sus recomendaciones hemos realizado mediciones orientativas en diversos espacios que apuntan qué riesgo de contagio de COVID-19 hay en cada uno de ellos.

La mala calidad del aire reduce a la mitad nuestro rendimiento cognitivo

La concentración de CO2 en una sala depende del volumen de la misma, su ventilación –que es mayor en días ventosos–, el número de ocupantes, su edad y la actividad realizada. Al tratarse de algo dinámico, son muy útiles los medidores portátiles. Los expertos recomiendan dispositivos con sensores NDIR como el que utilizamos en este reportaje, y que se adquieren a partir de 93 euros.

Supermercado

Entramos en el súper en hora punta, y a nuestro alrededor, en la zona de frutería, pescadería y carnicería hay unas 10 personas, entre cola y empleados. No hay ventanas al exterior, pero sí un espacio amplio. El medidor nos da un valor de 793, por encima de lo recomendado.

Grandes almacenes

Los grandes almacenes serían a priori un lugar de riesgo, por la ausencia de ventanas al exterior y la gran afluencia de clientes. Sin embargo, como ocurre con los aviones, suelen disponer de sistemas de ventilación avanzados y pueden tener filtros de alta eficiencia (HEPA) que atrapan virus y otros microbios. El medidor de CO2 solo nos da el valor de este gas, no de posibles virus, por lo que desconocemos si disponen de esos filtros. En cualquier caso, y con una afluencia media/baja en el centro comercial, el aparato nos da un valor de 499, muy bueno para un espacio interior. Empresas como El Corte Inglés han instalado estos medidores de CO2 con pantalla de cara al público en aquellos territorios en los que la normativa lo exige, como las Islas Baleares. Fuentes de El Corte Inglés informan a FARO que se instalarán en los centros de Galicia cuando la normativa lo requiera.

Oficina de Correos

En el local hay 8 personas, entre clientes y funcionarios.No hay ventanas, sino un escaparate, pero la puerta está siempre abierta, lo que mantiene el valor en 516 ppm de CO2 como máximo. La ventilación es óptima.

Hipermercado

Al igual que el supermercado y el centro comercial, los valores varían mucho dependiendo de la afluencia. En hora punta el valor ronda las 1.200 partes por millón de CO2, muy por encima del límite de 700 para reducir el riesgo de contagio y también del 1.000 del umbral del aire saludable que marca la OMS. Con menos clientes, las mediciones oscilan entre los 700 y los 800 partes por millón.

El salón de un piso

Muchos contagios se producen en reuniones de no convivientes en domicilios. Para reducir el riesgo de transmisión es necesario llevar una mascarilla tipo FFP2 bien ajustada y ventilar bien la estancia. En el salón de un piso de tamaño medio comprobamos que, si el día es ventoso, basta con dejar una abertura de unos dos centímetros en la ventana y abrir otra en el extremo opuesto de la vivienda para ventilar bien: el CO2 baja hasta 497. Es el valor con una persona dentro. Si vienen visitas tendremos que abrir más la ventana. El aparato –que dispone de alarma– nos indicará cuándo debemos hacerlo.

El dormitorio

Después de que dos personas pernoctaran durante siete horas en un dormitorio con la puerta abierta y la ventana cerrada, el medidor arroja un valor de 2.330, altísimo. Es necesario ventilar, sobre todo si queremos realizar alguna actividad intelectual en esa habitación. De lo contrario, respirando ese aire seremos mucho más “tontos”.

En Mallorca la ley ya obliga a poner medidores en los centros comerciales

En conclusión, medir no es solo conveniente para reducir el riesgo de contagio de COVID-19. La mala calidad de aire, asociada al alto CO2, provoca deterioro cognitivo. “¿Cuanto pagaríamos por una pastilla que nos hiciera el doble de listos? ¡Ventilar es gratis y lo consigue!”, subraya el científico José Luis Jiménez, que aboga por instalar medidores públicos en todos los sitios donde compartimos aire –en Mallorca ya lo obliga la ley para centros comerciales–, y a corto plazo en centros de trabajo y escuelas. Recuerda que 100 euros por aula no es demasiado, sobre todo si tenemos en cuenta lo que se gasta de más en geles hidroalcohólicos, cuando la vía de contagio por superficies es mucho menos importante.

En Galicia han seguido la estela de Jiménez y otros científicos muchos ciudadanos anónimos y los investigadores Edith Uhía y Carlos Spuch, defensores también de la instalación de filtros HEPA en los colegios como una capa de protección a mayores. Todos ellos nos recuerdan que el COVID-19 está en el aire y que podemos medir el riesgo de su contagio a bajo coste.

El ministro de Ciencia, Pedro Duque (derecha), observa un medidor de CO2 esta semana en Valencia.

Los autobuses urbanos, de bajo riesgo con las ventanillas abiertas

Podría parecer que los autobuses urbanos constituyen un entorno de alto riesgo de contagio, pero las mediciones realizadas en un autobús urbano de Vigo apuntan a lo contrario.

Para comprobarlo tomamos un autobús en una línea circular, en un trayecto de unos 20 minutos por el centro de la ciudad. Se trata de una línea muy concurrida, en la que los autobuses suelen ir bastante llenos.

En este caso, al entrar en el autobús nos encontramos con todos los asientos ocupados excepto 5 y 4 personas de pie. Mucha gente concentrada en escaso espacio, un entorno ideal para la transmisión de un virus como el SARS-CoV-2, si no fuera porque todos los pasajeros llevan mascarillas, no hablan apenas y, muy importante, las ventanillas del autobús, enfrentadas a ambos lados del vehículo y cerca del techo, están permanentemente abiertas. Esto asegura una ventilación cruzada, la que los expertos recomiendan para reducir el riesgo de contagio. Además, cuando el autobús está en marcha aumenta la ventilación. Y otro aspecto crucial: en cada parada, al abrirse las puertas para que entren y salgan pasajeros, el aire se renueva y baja notablemente el nivel de CO2.

Así, al subir al autobús, casi lleno, el medidor nos da un valor de 720 partes por millón de CO2, algo por encima del umbral máximo recomendado de 700. Sin embargo, vemos que la medición baja rápidamente hasta 468 en cuanto el autobús se pone en marcha y aumenta el flujo de aire exterior. En una parada larga con las puertas abiertas, el valor descendió a 452, un nivel más que óptimo y cercano al de entre 420 y 422 partes por millón que se obtiene al aire libre en la ciudad. En la esquina trasera del autobús, el rincón más lejano a las ventanillas, el valor asciende a 600.

Por tanto, y teniendo en cuenta que el riesgo cero en espacios cerrados no existe, un autobús urbano es un entorno de bajo riesgo si se mantienen las ventanillas abiertas, todos los pasajeros llevan mascarillas bien ajustadas, apenas hablan y no se sientan justo al lado de no convivientes.

Un modo de superar el aforo en la hostelería

Los bares, restaurantes, pubs y discotecas son los lugares donde resulta más crítico reducir el riesgo de contagio por el aire (aerosoles), ya que en ellos las personas tienen que quitarse las mascarillas –la norma especifica que solo en ese momento– para comer o beber; y además se suele conversar, a veces a un volumen alto, lo que aumenta la exhalación de aerosoles potencialmente infectivos.

En este sentido, autoridades mundiales en la materia, como José Luis Jiménez, profesor de Química de la Universidad de Colorado (EE UU), sostienen que se debería tener en cuenta la calidad del aire en lugar de establecer porcentajes de ocupación más o menos arbitrarios. “Se abren locales con un tanto por ciento de aforo, cuando eso no tiene ninguna lógica. Es fácil, pero ignorante”, afirma.

Jiménez se remite al informe del catedrático Javier Ballester, del Área de Mecánica de Fluidos de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Zaragoza, que ha dirigido un estudio sobre la calidad del aire en locales hosteleros de la capital aragonesa. El informe recoge las mediciones realizadas en dos establecimientos de la ciudad, con y sin gente. Evaluaron el riesgo de contagio analizando los niveles de CO2 y el comportamiento de los sistemas de ventilación. Concluyeron que “la limitación del 30% puede parecer una garantía suficiente, pero en realidad no lo es, porque no se tienen en cuenta las particularidades de cada local”. Los responsables del estudio consideran que se debe apostar por cambiar el criterio de aforo por el de calidad del aire, desarrollando “criterios, procedimientos y normativas para establecer los límites de calidad del aire en los diferentes establecimientos”.

En febrero, el conselleiro de Sanidade, Julio García Comesaña, abrió la puerta a estudiar la implantación de medidores de CO2 en la hostelería gallega. “Aforos, medidores de CO2... Cualquier cosa, estamos por la labor”, dijo Comesaña.

El medidor, en una clase de primaria. FDV

Los medidores, clave para no “pelarse” de frío en clase

El Ministerio de Sanidad reconoce la importancia de medir el CO2 para conseguir una buena ventilación y evitar el contagio del coronavirus, pero al mismo tiempo desaconseja la compra de medidores por los colegios. Tampoco la Xunta lo recomienda. Sin embargo, algunos expertos han constatado que muchas aulas superan los 1.200 ppm al realizarse ventilación intermitente y no permanente. Al implantarse un sistema de monitorización de dióxido de carbono rara vez superan los 700 ppm.

Pedimos a un colegio vigués que ventila permanentemente y está estudiando adquirir medidores de CO2 que probara el nuestro, ya que por protocolo COVID no podíamos realizar el experimento nosotros mismos. En un aula de 3º de Primaria realizaron tres mediciones. En la primera, a las 9.10 de la mañana, con 21 alumnos y 2 profesores, había 622 ppm. En la segunda y tercera mediciones, con 22 alumnos y 2 profesores, a las 10.55 y 12.20 horas, los valores fueron de 594 y 690, respectivamente. Por tanto, el nivel de CO2 se mantuvo por debajo del máximo recomendado de 700. Esto es porque dentro del aula permanecieron en todo momento 4 ventanas abiertas, la primera con una abertura de 10 centímetros y las otras 3 con una abertura de 40 centímetros cada una. Se aseguró la ventilación cruzada, ya que en el pasillo había 4 ventanas abiertas y la puerta de la clase permaneció siempre abierta. Utilizar un medidor CO2 permite ventilar bien en invierno sin pasar frío en los días más gélidos.

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