Ayer se cumplieron cuarenta años de la muerte de Álvaro Cunqueiro, el novelista, periodista, poeta, dramaturgo y gastrónomo que fundó el realismo mágico, que él prefería llamar fantástico. Mondoñedo (Lugo), su cuna, le recordó ayer con una ofrenda floral y la lectura pública de la meditación humana de “El año del cometa”, a uno de sus vecinos más ilustres.

Tuvo Cunqueiro una estrecha relación con Vigo, donde vivió –una estatua de Buciños lo recuerda en Bouzas y el nuevo hospital de la ciudad lleva su nombre– y con FARO DE VIGO, en el que comenzó a colaborar en los cincuenta y en el que pasaría a ser redactor de plantilla en 1961, subdirector de 1964 a 1965 y director de 1965 a 1970. Su vinculación con el diario decano no se interrumpió tras dejar su dirección. El autor de “Si o vello Sinbad volvese ás illas” (1961) continuó colaborando con el rotativo. Durante esta época, escribió cientos de artículos con varios seudónimos: Patricio Mor, Álvaro Labrada y Manuel María Seoane... Fue colaborador habitual de Efe y sus narraciones breves se distribuyeron a través de esta agencia a numerosos países de Iberoamérica.

En el redondo aniversario de su fallecimiento, el fabulador ha estado más vivo que nunca. La escritora e investigadora Rexina Vega ha sido nombrada “Cunqueiriana de honra”, el arqueólogo de Mondoñedo Abel Vigo ha presentado un libro sobre la “Arqueoloxía cunqueiriana” y César, hijo de don Álvaro, ha recordado ante los presentes a su padre.

Un momento del cortejo fúnebre, en Mondoñedo. | // FDV

Prosista excepcional, premio Nadal en 1968 por “Un hombre que se parecía a Orestes”, murió con 70 años. A la localidad lucense que cuatro décadas después sigue honrándolo lo condujeron desde un centro vigués cuando se encontraba ya en estado crítico. Diabetes, insuficiencia renal, tratamiento de hemodiálisis cada dos días, neumonía... No resistió. Falleció en el trayecto.

Bien podría decirse que Cunqueiro era muchos hombres en uno. Ensamblaba bien las palabras, era inmensa su energía creadora y mostraba como pocos las limitaciones del ser humano, las ambivalencias, la duda perenne.

Por ejemplo, a veces decía que el articulismo literario le quitaba tiempo para la escritura de obras, pero a la par confesaba estar encantado con la publicación en los medios y, en las etapas en las que dedicó menos tiempo a esta faceta, a las colaboraciones en los periódicos, tampoco aumentó la creación. Sea como fuere, Álvaro Cunqueiro, el autor de “Merlín e familia”, acertaba, en una y otra modalidad, con el punto exacto, con ese toque inigualable. Su estilo era tan peculiar e inconfundible que copiarlo sería muy osado. Por no decir imposible. Con retranca, el propio Cunqueiro comentaba: “Benditos mis imitadores porque de ellos serán mis defectos”.

En Mondoñedo, un municipio situado en una de las laderas de un valle entre montañas repletas de iglesias y monasterios, nació Álvaro Cunqueiro un 23 de diciembre de 1911. A aquel niño lo entretenían con historias, relatos variopintos que le entusiasmaban. Poseedor de una extraña capacidad para tratar las cuestiones populares y recrear los mitos, seguía disfrutando, ya con el paso de los años, de la oralidad, así como de jugar a las cartas, y también era feliz con el buen comer. Sentía fascinación por las tabernas. Sus conocimientos gastronómicos eran poco comunes, nada al uso. Aunque claro, con él había que estar siempre en guardia porque nunca se sabía qué era ficción y qué realidad. No en vano navegaba con inusitada habilidad entre las dos aguas.

Sobre la lápida del erudito artífice de territorios míticos reza la siguiente leyenda: “Eiquí xaz alguén que coa súa obra fixo que Galicia durase mil primaveras máis” (Aquí yace alguien que con su obra hizo que Galicia durase mil primaveras más). Pues, lo mismo: mil primaveras más para Cunqueiro.

Una de las mejores plumas de todos los tiempos y gran creador de fábulas

La muerte de Álvaro Cunqueiro, en la madrugada del 28 de febrero de 1981, conmocionó a la sociedad gallega. Intelectuales, políticos, artistas, directores de otros periódicos de España coincidieron en la pérdida que suponía para la cultura gallega, y también para la española, el deceso de este gran creador de fábulas. Cunqueiro fue el autor del universo mágico de “Un hombre que se parecía a Orestes”, novela con la que ganó el Premio Nadal, siendo aún director de FARO DE VIGO. Dos años después, abandonaría su dirección de forma voluntaria para poder dedicarse a su actividad literaria, aunque mantuvo hasta su fallecimiento su sección, “El envés”, cuyo último artículo se publicó el 22 de febrero de 1981, seis días antes de su deceso. Su título, “O cazador lixeiro”. Cunqueiro preparaba dos novelas, que dejó incoclusas, cuando, con 70 años, le sobrevino la muerte que no por anunciada –fue desahuciado unos meses antes a causa de un largo proceso en el que convergían una diabetes y una insuficiencia renal, que le obligaba a un tratamiento de hemodiálisis cada dos días– fue menos sentida. “Cunqueiro é unha das meirandes figuras que ten producido a literatura galega en tódolos tempos”, manifestó el entonces presidente da Real Academia Galega, Domingo García Sabell. “Forma parte de esa minoría selecta en la que figuran Rosalía de Castro, Otero Pedrayo y poco más”, opinó el escritor Carlos Casares. “Probablemente ha sido el primer estilista en lengua castellana de los últimos cuarenta años”, subrayó el entonces director de “La Vanguardia”, Horacio Sáenz Guerrero. “Ha sido uno de nuestros mejores ingenios en los últimos tiempos”, dijo Manuel Fraga, líder de Coalición Democrática. Quienes trabajaron con él siempre recordaban esa etapa como una de las mejores, por la cercanía y familiaridad que imprimía Cunqueiro a la Redacción. Poco amigo de los despachos y gran amante de la gastronomía, le gustaba intercambiar opiniones alrededor de la mesa. Decía que ya en la Antigua Roma se dirimían los grandes problemas en torno al mantel. Cunqueiro dejó una profunda huella, como quedó patente en su sepelio, celebrado en Mondoñedo el 3 de marzo, que se convirtió en una gran manifestación de pesar en la que tomaron parte personas llegadas de todos los puntos de Galicia. Sus amigos más íntimos portaron el féretro en el cortejo fúnebre que partió del domicilio natal del escritor. Su hijo César Cunqueiro González Seco y su hermano, José Cunqueiro Mora, lo presidían. Tras ellos, cientos de personas, entre las que se encontraban personalidades de distintos ámbitos, entre estas, el gobernador civil de la provincia de Lugo, José Manuel Matheo, quien dio el pésame a la familia en nombre de los reyes.