Juan Ramón Martínez tiene 39 años y lleva más de media vida conviviendo con la depresión. La enfermedad le sobrevino a los 15, en plena adolescencia, cuando sus sueños empezaban a despegar. "Era muy buen estudiante, de los que sacaban todo sobresalientes. Mi máxima aspiración era cursar una carrera universitaria para asegurarme un futuro a nivel laboral. Quería hacer Ingeniería de Telecomunicaciones, una titulación que no es precisamente fácil. Mi nivel de autoexigencia era muy elevado, y creo que eso pudo influir en la aparición de mis problemas de salud mental", comenta.

La irrupción de la enfermedad significó un antes y un después para este lucense. Durante un tiempo, su vida quedó en paréntesis. "Perdí un curso entero, era incapaz de hacer nada. Empecé a peregrinar de consulta en consulta hasta que un psiquiatra dio con el tratamiento adecuado, gracias al cual hoy puedo llevar una vida normal y ser totalmente autónomo", explica Juan Ramón, quien subraya que el respaldo incondicional de su familia, durante esos primeros años, fue fundamental. "Mis padres fueron mi apoyo máximo, la panacea para mí. Me siento muy afortunado, porque sé de otras personas con problemas de salud mental a quienes sus familias rechazan y que se ven sin apoyos y sin recursos de ningún tipo", destaca.

La depresión crónica, cuenta Juan Ramón, es una enfermedad "de bajones y subidas", y eso implica "que muchas personas te den la espalda". "Mis padres siempre estuvieron ahí, pero muchas amistades me dejaron de lado. Y ya no digo en la adolescencia. En la edad adulta, también. Hay gente que te ve como un bicho raro. Es muy injusto. Todavía hay muchísimos prejuicios sobre la enfermedad mental", lamenta, y continúa: "Yo tengo una discapacidad reconocida, pero en la búsqueda de empleo, prefiero no decir de qué es esa discapacidad, porque entonces se me cierran aún más las puertas. De hecho, el 85% de los miembros de nuestro colectivo están en el paro. De los que estamos en edad de trabajar, solo el 15% tiene un empleo", remarca.

Él sí ha estado trabajando (hasta hace dos semanas), aunque de manera intermitente, con contratos "de dos, tres... hasta un máximo de seis meses". "Tras realizar un grado superior de Informática, mi primer empleo lo conseguí en 2007, curiosamente, a través del INEM. Estuve un año trabajando como becario de técnico informático, en Santiago. A partir de ahí, he alternado contratos, sin llegar a tener nunca un empleo fijo o de larga duración. Las oportunidades laborales me han ido surgiendo, sobre todo, gracias a entidades como Feafes o Cogami", explica Juan Ramón, a quien el confinamiento de la pasada primavera le cogió trabajando. Una circunstancia que, reconoce, le vino "muy bien". "Estuve empleado en un albergue de peregrinos de la provincia de Lugo. Mi labor consistía en airear y desinfectar las instalaciones. Iba cada dos días, y me sentó fenomenal como válvula de escape. Para mí el trabajo es terapéutico, y no solo en tiempos de pandemia. Me da mucha energía. Por eso tener un empleo fijo es mi principal objetivo en la vida", subraya.

Juan Ramón es miembro del Comité en Primeira Persoa de Feafes Galicia, y desde ese altavoz, reivindica "más oportunidades laborales" para las personas con problemas de salud mental. "Que los empresarios nos permitan demostrar cómo trabajamos y nos integren en sus plantillas", señala. También demanda que se refuercen los equipos de psiquiatras y psicólogos en la sanidad pública -"yo en el último año ya he pasado por cinco psiquiatras distintos porque la mía está de baja; y para el psicólogo no me han dado cita hasta dentro de ocho meses", refiere- y, sobre todo, una mayor comprensión social hacia el colectivo al que representa. "Nos ponen muchas zancadillas que nos impiden llevar una vida plena", remarca.