En "La vida a ratos", Juan José Millás recoge sus sesiones con su psicoanalista, unas sesiones que al principio se preparaba, dijo, antes de sentarse en el diván. "Iba ahí y le soltaba una conferencia", dijo el escritor, para quien su principal preocupación entonces era amortizar el dinero que le costaban las sesiones, sacarles rendimiento. "Hasta que me di cuenta de que el método psicoanalítico es una asociación libre. Cuando dejas de prepararlas y llegas allí y sueltas cualquier cosa que te ha ocurrido aquel día, te das cuenta de que el significado nunca está en el centro, sino que siempre está en la periferia. Y esto sirve también para la escritura. Por eso, la gente que escribe nunca debe de ir al grano, hay que ir dando vueltas", aseguró.

Sin embargo, reconoció también que él no se resistió al psicoanálisis. "Hay mucha gente que se defiende mucho o que empieza a competir con el psicoanalista a ver quién de los dos es más listo. Pero yo no. Yo llegué en un estado tan malo que no me resistí nada y recuerdo que cuando salía de las sesiones tenía que ir a darme un paseo para pensar sobre lo que había pasado porque no me había enterado de nada de mi vida. Hasta tal punto que dije: 'Yo no sé nada de este señor llamado Juan José Millás'. Y es muy estimulante y muy raro", explicó.

Pero, según Millás, los escritores no son demasiado amigos del psicoanálisis. "La idea de psicoanalizarse les produce rechazo porque tienen la fantasía de que las energías que se dejarían en el diván las perderían a la hora de escribir y es justamente al contrario, el diván es un pozo del que no dejas de sacar cosas", manifestó el escritor y articulista.