Preservar la biodiversidad del planeta, incluidas las ballenas que ella se proponía salvar cuando era una niña, pasa por entender su pasado. Sara Varela (Vigo, 1980), investigadora del Museo de Historia Natural de Berlín, utiliza datos fósiles y actuales para determinar cómo los cambios climáticos y la presencia humana provocaron movimientos y extinciones de la fauna hace miles de años. Y con este conocimiento desarrolla modelos de predicción de impactos futuros y programa herramientas abiertas para la comunidad científica.

Titulada en Biología por la UVigo, ha trabajado y realizado estancias en instituciones de España y otros seis países en los que mantiene numerosas colaboraciones. Se doctoró en la Autónoma de Madrid con un estudio sobre la extinción de las poblaciones europeas de hiena manchada durante el Pleistoceno, que estuvo dirigida por Jorge M. Lobo, del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. Después se fue a la Universidad de Castilla La Mancha y, desde allí, a Praga durante dos años antes de volver a la de Alcalá. Y en 2017 Alemania le concedió una prestigiosa beca Humboldt.

Sus investigaciones se centran en los grandes mamíferos terrestres. Pero sus colaboraciones internacionales incluyen estudios sobre algas, abejorros, un grupo de ranas brasileñas en peligro de extinción que viven en las bromelias e incluso el temible megalodón. Junto a la colombiana Carolina Pimiento, demostró que su extinción se debió a las alteraciones en el nivel del mar originadas por los cambios climáticos.

El Pleistoceno fue una sucesión de periodos glaciares e interglaciares y estos cambios brutales provocaron en Europa la extinción de especies o su desplazamiento desde el norte hacia el sur, por eso hoy la biodiversidad de estos países es mayor. Pero la irrupción del ser humano alteró las cosas: "Hasta entonces, tras la extinción de una especie aparecía otra similar. Pero a partir de ese momento, aunque desaparecen en número similar, solo lo hacen las grandes: rinocerontes lanudos, hipopótamos, elefantes... Y además no llegan otras en su lugar, no hay recolonización. El impacto es doble".

Así que los modelos de futuro deben tener en cuenta los cambios climáticos y también el efecto humano para dar lugar a planes "viables" de conservación: "Una cosa es dónde podrá vivir una especie y otra dónde va a hacerlo, porque la superficie urbana va en aumento. Y el mayor problema lo tendrán los grandes mamíferos, pues necesitan mucho espacio. Y, dentro de ellos, los carnívoros, ya que sus poblaciones son más pequeñas y susceptibles".

Sara estudia actualmente cómo automatizar el acceso a las grandes bases de datos de fósiles y de biodiversidad actual para facilitar el desarrollo de modelos sobre la distribución de especies tanto en el pasado -desde el último máximo glaciar, hace 21.000 años- como hacia el futuro.

Y otro de sus proyectos, BioExtremes, busca introducir en dichos modelos nuevas variables para medir mejor el impacto del cambio climático: "Las estimaciones se basan en la temperatura media, pero puede que ésta no sea tan importante para la extinción como los eventos extremos de frío o calor. Cuando trabajaba en Toledo las encinas se empezaban a morir después de varios meses sin llover y con temperaturas muy altas. Y en Berlín, los lagos se congelan si permanecen durante muchos días seguidos por debajo de cero grados. Si el hielo avanza pueden peligrar muchas especies que hibernan en el fondo. La temperatura media puede enmascarar lo que pasa en realidad".

Sara, que vive en Berlín con su pareja y dos hijos de corta edad, volvió a pisar el campus vigués la semana pasada después de 15 años. Impartió una conferencia en Toralla y en verano organizará allí un workshop sobre las variables oceánicas más interesantes para estos modelos de distribución de especies. Su plan es regresar en algún momento y crear su propio grupo a pesar de la situación del I+D.

El Museo de Historia Natural de Berlín pertenece a la Sociedad Leibniz, uno de los institutos públicos de investigación en Alemania, y ella dispone de fondos y de libertad para utilizarlos. "Es un centro espectacular y hay mucho dinero. En España, el nivel científico es brutal y, en el área de ecología, los investigadores son punteros y muy creativos, pero la escasa inversión del Gobierno convierte la profesión en algo casi monacal", lamenta.

Sara recuerda un artículo del científico vigués del IEO Francisco Rodríguez que se hizo viral hace unos meses y en el que comparaba los presupuestos de los clubes de fútbol con los de las instituciones públicas de I+D en España, Francia y Alemania. Solo aquí son mayores en los equipos: "Si la ciencia fuese fútbol, solo se financiaría al Real Madrid. Esto genera un estrés enorme, he escuchado historias para no dormir. Cuando enseño a mis compañeros de Berlín los currículos de aspirantes a contratos y becas que todavía no tienen una plaza estable se quedan con los ojos como platos. Los investigadores alemanes no son más productivos ni imaginativos, simplemente disponen de más dinero".