Un día cualquiera en la vida de Brais es el equivalente a nivel infantil de la agenda de un conselleiro. Después del madrugón para ir a clase -siguiendo a rajatabla un planning de equilibrados menús para evitar tanto la obesidad infantil como posibles enfermedades futuras- puede someterse a varios exámenes escolares y, al término de la mañana, haber desarrollado dos pruebas deportivas. Cansado pero deprisa, completa con al menos dos actividades extra escolares por la tarde -un idioma y un instrumento- para, también, lograr conciliar sus tiempos con la larga jornada laboral de sus padres... Y para terminar, la importancia del éxito en la vida le queda patente en los programas de televisión en los que otros niños muestran su extraordinario talento cantando, bailando o cocinando y son el telón de fondo para Brais en las cenas en casa. Esta agenda, exagerada adrede para evidenciar la carga de ocupaciones a edad escolar, es algo contra lo que cada vez más padres propugnan el 'slow parenting'.

Esa crianza "a fuego lento" surge como en esa metáfora porque, como los guisos más deliciosos, la educación de los niños también se podría ir haciendo a baja temperatura: sin prisas en el día a día, adquiriendo aprendizajes a su ritmo, sin saltarse etapas, y disfrutando de tiempo libre no planificado ni estructurado, incluso con momentos de aburrimiento. Estos son algunos de los pilares del 'slow parenting', un tipo de crianza que trata de luchar contra la rapidez de una sociedad tan competitiva que presiona y aboca a una carrera constante hacia la perfección. Eso sí, en la medida de lo posible en una sociedad en la que el tiempo es un lujo.

Adoptar una actitud más pausada frente a la vida, no ejercer tanta sobreprotección sobre los pequeños, atender a sus necesidades y deseos reales, y procurar pasar con ellos un tiempo de calidad serían las premisas básicas de esa doctrina, cuya idoneidad valoran para FARO varios profesionales y expertos en Educación.

"Sería un modelo complicado de implantar, pero qué duda cabe de que es necesario levantar el pie del acelerador porque la velocidad que llevamos es desaconsejable", asegura la portavoz de la Federación Olívica de Asociacións de Nais e Pais (Foanpas) de Vigo, Bertila Fernández, "ya hay bebés estresados".

El miembro de la Asociación Galega de Pediatría y pediatra vigués Juan Sánchez Lastres defiende que cada niño es diferente y, por tanto "cada uno tiene su tiempo de aprendizaje". En ese sentido, se muestra afín al 'slow parenting'. Además, el médico soslaya que a veces son los propios padres quienes desean que el pequeño o pequeña "alcance y aprenda todo rápidamente" para exhibirlo como un trofeo" y "si los hitos de aprendizaje o maduración del niño se retrasan, son los padres quienes sufren una frustración". Dicho eso, Sánchez Lastres asegura que muchos progenitores siguen "sobreprotegiendo" a los niños, lo que les transforma en adultos "supervulnerables", al tiempo que luego los padres se 'queman'. "Nos agobiamos por un modelo de crianza hipercompetitivo" -critica- "de modo que superprogramamos su presente y futuro".

Bertila Fernández añade que "es uno de los temas que analizamos en grupos de trabajo y foros de debate: son personas que se están formando, ¿cómo van a soportar nuestros ritmos diarios de estrés?", se pregunta la experta. Por eso, desde la Federación aluden también a la necesidad de cambiar los modelos de trabajo, que favorezcan la conciliación familiar. "Es muy necesario compartir tiempos y espacios, también cuando los niños son pequeños". Por eso, ahora que se acaban las clases y comienzan las vacaciones, Bertila Fernández defiende que este tiempo debe ser para "disfrutar" y, si los niños participan en un campamento, en ese se debe "jugar" y dejar a los niños "emocionarse".

Desde un punto de vista más histórico, el sociólogo gallego José Durán asegura que la perspectiva del 'slow parenting' no es nada nuevo. "Hace veinte años en España ya se notó un cambio muy grande con respecto a las pautas de socialización de padres a hijos", sostiene. El contenido moral, el sacrificio como forma de realizar metas -conocido como "gratificación postergada"- pasó a un segundo lugar. Según el experto. Por tanto, la generación del baby boom, que nació a mediados de los sesenta; es decir, los que hoy rondan los cincuenta, fueron los primeros en rechazar la idea del sacrificio. "Esa generación ya se educó en una sociedad más hedonista, con valores menos jerárquicos y autoritarios, sin aplazar el disfrute y la felicidad más inmediata", explica Durán. "Este movimiento tiene que ver con una pedagogía de la educación lenta, que los hijos construyan su propio tiempo educativo, que sea compatible con el bienestar afectivo, ya viene de Rousseau del siglo XIX", añade, "ya que dice que no se debe educar a los niños para ser hombres, sino para ser niños, con códigos adecuados a sus pautas de edad y que no estén impuestos por los adultos".